Félix Población
Confío en que el Rincón de la Poesía que se acaba
de inaugurar en el Jardín Botánico, con la obra de mi estimado y leído
Francisco Brines, tendrá su repercusión en la ciudad, pues nada hay más a
propósito para que la poesía cale en la audiencia que la propia naturaleza, y
la del Jardín Botánico es todo un primor, reconocido por quienes lo visitan y,
sobre todo, por quienes hicimos de aquellos parajes nuestras imaginarias selvas
de aventura en la niñez.
Leo, y me congratula, que la poesía en esta
histórica villa tiene su acogimiento
público desde que en 2005 los integrantes de un taller de versos de la
Universidad Popular formaron una asociación (Encadenados) y continuaron sus
reuniones en Centro Municipal de La Arena, y también en el Centro Cultural
Antiguo Instituto con el grupo Versos Libres.
Estas noticias me hacen recordar el tiempo en
que en el viejo Ateneo Jovellanos la poesía fue algo más que una serie de
recitales concebidos como un lujo cultural por los neutrales, según dejó
escrito Gabriel Celaya. Un grupo de jóvenes, algunos de ellos todavía
adolescentes, participamos en la redacción de una revista leída que bajo la
cabecera de Nosotros convocaba cada
domingo por la mañana a buen número de asistentes en el salón de actos del
mencionado centro.
No estoy seguro de si la periodicidad era
mensual, creo que sí, pero fue allí donde empezó a sonar la poesía de los
cantautores de finales de los sesenta, con Raimon, Paco Ibáñez y Serrat a la
cabeza, así como la de quienes entendíamos que una cultura de resistencia debía
ser tan necesaria como el pan de cada día, según el mismo poema de Celaya
aludido, a sabiendas de que correspondía a nuestra generación hacer lo posible
para que el tiempo de silencio de la dictadura se acabara. Cada número de la
revista solía contar con la presencia de una pareja de secretas, avalando el
afán que nos movía.
Al mencionar a Paco Ibáñez, es de hacer costar
que a sus 86 años sigue cantando por los escenarios de España, como lo hizo el
año pasado en La Laboral con el aforo al completo, convocando posiblemente a
buena parte del mismo público que lo escuchaba hace medio siglo. De él ha
llegado a decir Carlos Marzal, el magnífico poeta –valenciano como Paco-, que
teniendo en cuenta lo que su voz quebrada ha hecho por la poesía en este
país a lo largo de tantos años, muy
superior a lo que puedan haber logrado editoriales, cátedras y poetas,
Francisco Ibáñez Gorostidi bien podría merecer el Premio Cervantes. Lo
obtendría, en este caso, no por su obra escrita, sino por dar voz y música a la
poesía española e iberoamericana.
Fue algunos años antes de que los jóvenes del
ateneo gijonés lo estrenáramos en nuestros recitales cuando Paco realizó su
primera grabación. El disco data de 1964 y contiene una selección de poemas de
Góngora y García Lorca. Aquello fue el inicio de una larga carrera que muy
pronto cumplirá sesenta años y ante la que parece que nuestras autoridades
progres muestran una glacial indiferencia.
Si la voz inconfundible de Ibáñez en los años
sesenta y setenta del pasado siglo, musicando la voz de los poetas enterrados
en los libros o el silencio, fue todo un estímulo vital y libertario para
quienes pretendíamos aliviarnos de aquel tedioso oscurantismo, su permanencia
aún en nuestros escenarios, rota y fiel a su origen, no deberían caer en el
olvido. Él, con otros cantautores, hizo tanto por la poesía como nunca se hizo
y puede que no se vuelva a hacer.
*Artículo publicado hoy en MiGijón
DdA,XVII/4913
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