Félix Población
No podemos saber lo que pensaría Justa
Freire (1896-1965) de la retirada de la placa con su nombre del callejero de
Madrid, para ser sustituida por la del general felón Millán Astray, aquel que
en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca se enfrentó a Miguel de Unamuno
al grito de ¡Muera la intelectualidad traidora! o ¡Muera la inteligencia!,
según versiones.
Con toda seguridad, esa circunstancia
le dolería a la maestra zamorana por lo que representa de homenaje a un ayer
oscuro, no porque su vanidad se sintiera herida, pues Justa Freire fue una
mujer discreta, una maestra vocacional, una pedagoga ejemplar, totalmente ajena
a esas veleidades, según investigó a conciencia María del Mar del Pozo en su
libro Justa Freire o la pasión de educar (editorial Octaedro).
Lo demostró con su vida y con su obra,
volcada desde sus inicios en la enseñanza, hasta que la dictadura franquista la
encarceló en la prisión de Ventas al término de la guerra por su vinculación
con la filosofía pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, el mayor
avance en esa materia llevado a cabo en este país y que tan caro pagaron
aquellos que formaron parte de la misma.
Justa Freire fue creyente hasta el fin
de sus días, pero en sus aulas no había lugar para los dogmas ni para el
sectarismo, ya fuera antes, durante la segunda República y también cuando
Madrid vivió casi tres años en guerra. Así consta entre los alumnos que
disfrutaron de su magisterio, tanto en el grupo escolar Cervantes, ubicado en
el barrio obrero de Cuatro Caminos, como durante su gestión al frente del
instituto Alfredo Calderón.
Todo había empezado en la escuela del
pueblo abulense de Casillas, en la segunda década del pasado siglo, en la que su
magisterio eliminó el analfabetismo en solo dos años, para terminar en los años
sesenta en el Colegio Británico, dedicada a la formación de hijos de
aristócratas y retoños de los jerarcas del franquismo. Los herederos de este,
representados en la derecha y la ultraderecha madrileñas, prefieren que el
nombre de un militar felón tenga su calle en Madrid, como durante la dictadura,
en lugar de que su nombre sea el de la maestra nacida en Moraleja del Vino
(Zamora).
Para ellos es más importante el grito
del general contra la inteligencia y su inequívoca contribución a la
implantación del régimen franquista, digan lo que digan los jueces, que quien
dejó como testimonio de su vida una entrega intensa y absoluta a la educación,
siguiendo el ejemplo de su admirado maestro Ángel Llorca, cuya fundación ha impulsado una iniciativa, apoyada por
Comisiones Obreras de Madrid, para que en el callejero de esta ciudad
permanezca el nombre de quien encarnó valores imprescindibles para una
democracia, como lo son la libertad, la
educación, el papel activo de la mujer en la sociedad y la renovación
pedagógica.
La vida de Justa Freire, como esta
misma fundación señala en el prólogo del libro de María del Mar del Pozo, fue
la historia de un amor profundo por su profesión y por las pedagogías
renovadoras y transformadoras en lo educativo y lo social, cuya vigencia tiene
aún más valor en estos momentos de regresión. Si nuestra democracia tuviera la
consistencia de los valores que Freire defendió, estaría fuera de lugar no solo
la ignominia de tachar su nombre del callejero madrileño para reimponer el de
un militar golpista, sino la posibilidad de que eso pudiera llegar siquiera a
plantearse.
*Artículo publicado hoy en La última hora
DdA, XVII/4914
No hay comentarios:
Publicar un comentario