domingo, 8 de agosto de 2021

LA CALLE DE JUSTA FREIRE NOMBRA NUESTRA MEJOR MEMORIA*

 


Félix Población

 

No podemos saber lo que pensaría Justa Freire (1896-1965) de la retirada de la placa con su nombre del callejero de Madrid, para ser sustituida por la del general felón Millán Astray, aquel que en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca se enfrentó a Miguel de Unamuno al grito de ¡Muera la intelectualidad traidora! o ¡Muera la inteligencia!, según versiones.

 

Con toda seguridad, esa circunstancia le dolería a la maestra zamorana por lo que representa de homenaje a un ayer oscuro, no porque su vanidad se sintiera herida, pues Justa Freire fue una mujer discreta, una maestra vocacional, una pedagoga ejemplar, totalmente ajena a esas veleidades, según investigó a conciencia María del Mar del Pozo en su libro Justa Freire o la pasión de educar (editorial Octaedro).

 

Lo demostró con su vida y con su obra, volcada desde sus inicios en la enseñanza, hasta que la dictadura franquista la encarceló en la prisión de Ventas al término de la guerra por su vinculación con la filosofía pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, el mayor avance en esa materia llevado a cabo en este país y que tan caro pagaron aquellos que formaron parte de la misma.

 

Justa Freire fue creyente hasta el fin de sus días, pero en sus aulas no había lugar para los dogmas ni para el sectarismo, ya fuera antes, durante la segunda República y también cuando Madrid vivió casi tres años en guerra. Así consta entre los alumnos que disfrutaron de su magisterio, tanto en el grupo escolar Cervantes, ubicado en el barrio obrero de Cuatro Caminos, como durante su gestión al frente del instituto Alfredo Calderón.

 

Todo había empezado en la escuela del pueblo abulense de Casillas, en la segunda década del pasado siglo, en la que su magisterio eliminó el analfabetismo en solo dos años, para terminar en los años sesenta en el Colegio Británico, dedicada a la formación de hijos de aristócratas y retoños de los jerarcas del franquismo. Los herederos de este, representados en la derecha y la ultraderecha madrileñas, prefieren que el nombre de un militar felón tenga su calle en Madrid, como durante la dictadura, en lugar de que su nombre sea el de la maestra nacida en Moraleja del Vino (Zamora).


 

Para ellos es más importante el grito del general contra la inteligencia y su inequívoca contribución a la implantación del régimen franquista, digan lo que digan los jueces, que quien dejó como testimonio de su vida una entrega intensa y absoluta a la educación, siguiendo el ejemplo de su admirado maestro Ángel Llorca, cuya fundación  ha impulsado una iniciativa, apoyada por Comisiones Obreras de Madrid, para que en el callejero de esta ciudad permanezca el nombre de quien encarnó valores imprescindibles para una democracia,  como lo son la libertad, la educación, el papel activo de la mujer en la sociedad y la renovación pedagógica.

 

La vida de Justa Freire, como esta misma fundación señala en el prólogo del libro de María del Mar del Pozo, fue la historia de un amor profundo por su profesión y por las pedagogías renovadoras y transformadoras en lo educativo y lo social, cuya vigencia tiene aún más valor en estos momentos de regresión. Si nuestra democracia tuviera la consistencia de los valores que Freire defendió, estaría fuera de lugar no solo la ignominia de tachar su nombre del callejero madrileño para reimponer el de un militar golpista, sino la posibilidad de que eso pudiera llegar siquiera a plantearse.


*Artículo publicado hoy en La última hora


       DdA, XVII/4914       

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