Julio Llamazares
Cerca
de un millón y medio de españoles no tienen ya oficina bancaria ni cajero automático en sus
municipios. Naturalmente, en la mayoría de ellos ya no quedan
tampoco tiendas, ni bares, ni negocios de ninguna clase. El capitalismo dicta
sus normas y las empresas privadas se establecen donde les conviene. El
problema es que el Estado hace lo mismo, con lo que el abandono de esa España
menguante es imparable.
El
Gobierno español, por ejemplo, acaba de aprobar sendas inversiones de 1.700 y
1.600 millones respectivamente para la ampliación de los aeropuertos de Barcelona y Madrid. Sin
duda son necesarias (más la del aeropuerto de Barcelona, pues junto a otras
cesiones al Gobierno catalán garantiza la supervivencia del propio Gobierno
español), pero no más que las que necesitan esas provincias y territorios que
languidecen inexorablemente sin que nadie se acuerde de ellos. Es normal que
así pase, pues a los gobiernos, sean del color que sean, lo que les preocupa es
su supervivencia y no la de esos lugares que para nadie cuentan salvo para sus
vecinos aunque a todos los políticos se les llene la boca de palabras de
conmiseración y de promesas de cambiar las cosas. En la práctica, lo que los
gobiernos hacen es favorecer a la España más rica en perjuicio de la pobre,
pues al estar más poblada tiene más votos y por tanto más poder.
El título del último libro de Sergio del Molino, Contra la España
vacía, describe a la perfección la forma de gobernar de los
distintos gobiernos, ya sean de izquierdas o de derechas y ya sean centrales o
autonómicos. Salvo excepciones, todos ellos buscan la máxima rentabilidad
política y esa no se consigue en esas regiones, provincias o territorios que
por su escasa población no pesan. Eso sí, todos se rasgan las vestiduras
lamentando su situación de debilidad y atraso prometiendo corregirla en lo
posible, pues la justicia social vende como idea. Aunque algún político no se
corte al exponer su auténtico pensamiento, como la
presidenta de Madrid, que opina que su región está donde está
por méritos propios, no por ser la capital de España, y continuamente exige más
dinero al Gobierno central para ella sin preocuparse por el resto del país o
como el alcalde de Valladolid, que propugna públicamente y sin
ponerse rojo que todo lo que el Estado invierte en Castilla y León debería
invertirlo en Valladolid (la verdad es que poco falta para que así sea), pues
para algo es la capital de la autonomía y la única ciudad competitiva de su
entorno según él. Tampoco faltan periodistas que opinan igual que ellos, incluso algún columnista
como el que proclamaba en este periódico recientemente que
nunca se manifestaría “con separatistas, nadie que crea en territorios y no en
el Estado democrático y ningún partidario de la España vaciada de España y
rellena de pueblos, con lo indigestos que son”. ¿Qué le habrán hecho a él los
pueblos?
En
estos días muchas personas llenarán esa España vacía y por unas semanas dará la
impresión de que la vida regresa a ella. Pero es una ficción. Cuando llegue
septiembre todo volverá a su cauce y los distintos Gobiernos seguirán
gobernando contra esos territorios por más que digan sus representantes. Los
españoles podemos ser más o menos crédulos, pero los datos cantan y son muy
claros: a más población más votos y a más votos más poder. Y contra eso no hay
nada que hacer.
El País DdA, XVII/4913
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