Carlos Torres
Recuerdo que la primera vez que oí hablar
de las peculiares relaciones laborales de José Luis Moreno, allá a mediados de
los noventa, todo el mundo se encogió de hombros sonriendo de medio lado, una
de esas medias sonrisas que valen por un si yo te contara y una enciclopedia en
tres tomos. Me encontraba yo, sin saber muy bien cómo, en una reunión de
artistas, músicos, actores, bailarines, y quien más, quien menos, comentaba una
experiencia de primera mano, un despido improcedente, una deuda sin cobrar, una
contestación repugnante, una insinuación inequívocamente sexual, con la misma
resignación con que se habla de los accidentes de tráfico o de las enfermedades
de la piel.
Con el tiempo, los rumores se fueron
extendiendo y las acusaciones llegaron incluso a los juzgados: Loles León,
entre otros, lo demandó por impago y el actor Joel Angelino, que lo denunció
por acoso, ha contado cómo lo agarró de la entrepierna antes de decirle:
"O follas o te vas". Había más, muchos más; sin embargo, José Luis
Moreno seguía apareciendo ante las cámaras metamorfoseado en su propio muñeco,
con esa mueca de alegría rutilante con que iba presentando las actuaciones de
sus invitados y las escenas de telecomedia entre ditirambos e hipérboles.
Santiago Segura le ofreció un papel estelar de gángster marbellí que parecía un
traje hecho a medida y donde daba la impresión de que ni siquiera tenía que
actuar. Todavía no habíamos caído en la cuenta de que la saga de Torrente era
realismo social.
José Luis Moreno, no obstante, era
intocable, como si hubiera logrado llevar al frívolo reino de la farándula el
aura inexpugnable de esos empresarios todopoderosos, inmunes al imperio de la
legalidad, o como si su poderío se encontrase oculto, más allá de secretos y
chantajes, en algún remoto artículo de la Constitución. Cuando unos
encapuchados entraron a robar a su chalet de Boadilla y le propinaron un
hachazo, la realidad irrumpió de golpe en la ficción, aunque la violencia del
asalto compartía el mismo aire ridículo de sus telecomedias hasta tal punto que
el propio Moreno llegó a pensar, al principio, que alguien le estaba gastando
una broma. Muchas de sus víctimas dijeron que era un acto de justicia intempestiva
y repitieron la frase inmortal de los Monty Python en La vida de Brian: "Por favor, un hachazo por
persona".
Hoy el espectáculo continúa con la llamada
"Operación Títere", cuyo sumario alcanza los cinco mil folios y donde
se ha descubierto que Moreno, todavía en libertad, podría tener hasta 900
millones de euros ocultos, que planeaba vender todas sus propiedades en España
sin liquidar sus deudas y luego huir al extranjero. Por momentos, parece que
Moreno estuviera siguiendo el guión del rey Juan Carlos o que el rey Juan
Carlos fuese sólo otra marioneta escapada al dictado de Moreno. El misterio es
la tranquilidad con la que, durante décadas, hemos asistido a esta doble farsa
en la que un rey y un bufón hacían y deshacían a su antojo, por encima de la ley,
entre los aplausos y las risas del público. Entre la ingenuidad de Monchito, la
retranca de Macario y el desparpajo de Rockefeller pasándose las denuncias por
el arco del triunfo, Moreno ha resultado ser su mejor muñeco.
Público DdA, XVII/4911
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