lunes, 12 de julio de 2021

EL HOMBRE Y EL NIÑO VOLVERÁN LUEGO A LAS ERAS PARA PREPARAR LA PARVA


Valentin Martín

Hace 67 años, el hombre y el niño suben con el carro por la carretera del río. Han cruzado el puente con arcos de hierro, desde ellos los estudiantes ricos que tienen balón y bicicleta se lanzan a nadar en vacaciones. Se supone que el hombre, el niño y el carro vienen de muy lejos, de las tierras que guardaban la mies esperando al verano. El hombre ha preparado el carro como todos los años cuando acaba la siega y entran en el tiempo de acarrear. Ha sujetado alrededor las ocho estacas en punta para clavar en ellas los haces que no quepan en las redes, panzas como estallidos de urgencia que acogerán el trigo, la cebada y la avena en los viajes de la tierra a las eras. El hombre antes ha juntado las gavillas y las ha atado con una garañuela de centeno mojado, hincando la rodilla en el montón para hacer más fuerza. El niño va arriba del todo, sentado en el último haz que corona la preñez del carro. Azuza de vez en cuando a las vacas pinchando sus ancas con la hijá. Como desde el puente la carretera es toda una larga y suave cuesta, el niño a veces aprovecha para pinchar a conciencia y que la Salina y la Morucha no se queden a descansar. El niño sabe que, si se paran, cuesta luego mucho más arrancar. Así que en realidad no está martirizando a las vacas sino a enseñarles que el esfuerzo ha de ser continuado, un favor del niño que trata a sus vacas como algo familiar. El hombre va delante, de vez en cuando extiende el brazo hacia atrás para que la yunta sepa que está allí justamente ante sus testudes, que quien manda es él y no ellas sujetas esta vez al yugo necesario. El brazo que el hombre tiende hacia atrás es un gesto parecido al de los fascistas del pueblo cuando viene una autoridad. Sólo que el de estos es hacia adelante y no tiene la querencia del hombre a su yunta. Al hombre además le repugnan aquellas ceremonias de celebraciones de los vivos sobre los muertos pero lo piensa y no lo dice, no puede decirlo. Ni en familia se habla de estas cosas. El niño ha aprendido a vivir con algunos silencios. Al llegar al pueblo, justo donde la carretera se funde en la entrada con otra carretera que viene de otro pueblo y por la que pasean los novios cuando hace buen tiempo y está todo el mundo en la calle, justo al lado del viejo transformador de la luz, el hombre, el niño y el carro se encuentran con otro hombre que sin duda el niño conoce pero que ya no recuerda. Y ese otro hombre le dice al hombre del carro:

- Menuda ayuda que tienes.

Y el hombre del carro le responde:

- La ayuda de un niño es poco, pero el que la desprecia es un tonto.

El niño oye esto, pero en realidad está pensando en otra cosa. Han girado a la izquierda con el carro y al enfilar la calle que lleva a las eras, ha visto las puertas grandes de un corral. Y entonces recuerda que en los inviernos, cuando hay que ayudar menos en casa o ya ha atardecido, otros niños y él que no tienen balones, bicicletas ni radios, dedican parte del tiempo que les sobra a acechar parejas de novios, igual que cuando llega el sol otra vez se entregan a la pasión de los pájaros y los nidos. Y justo en esas puertas del corral grande paraba en la oscuridad una pareja de novios. Los otros niños y él no los ven porque están escondidos en la esquina donde acaba la carretera, pero oyen al novio decirle a la novia:

- Ay Candelita qué gusto me das.

Cuando llegan a las eras, empieza la tarea de descargar el carro. El niño se baja gateando las redes. Y es el hombre quien sube porque los haces pesan mucho y es tarea de mucha fuerza. Vaciado el carro, vuelta a casa a que la Salina y la Morucha descansen. El hombre y el niño volverán luego a las eras para preparar la parva. Mañana empieza la trilla.No mucho tiempo después morirá de asfixia el hombre. Y el niño caminará ya solo.Y pasados muchos años, muchos años, esta mañana el niño ha recordado a su padre y sus palabras con el hombre a la entrada del pueblo. El nieto mayor acaba de enseñarle cómo se echa la leche en la taza sin derramar una sola gota cuando el cartón está a rebosar. Toda la vida él lo hizo al revés, pero ahora sabe.

DdA, XVII/4891

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