Aparentemente, solo aparentemente, las
derechas andan agorafóbicas. Perdieron de vista las líneas que delimitan el
terreno de la democracia y de la vergüenza y parecen moverse en un campo
abierto sin lindes, ni normas, ni decencia, con el extravío de los agorafóbicos.
Todo eso de que Franco trajo la ley y que golpistas, lo que se dice golpistas,
son Sánchez y los independentistas, que el Gobierno votado en las Cortes es
ilegítimo e ilegal, que no hay que remover el pasado, pero sí denigrar a la
República, es decir, a la democracia, y blanquear la dictadura; todo eso de
defender la independencia del Poder Judicial mientras bloquean su renovación y
mientras el caso Gürtel pone
sobre la mesa el desvergonzado asalto político del PP al sistema
judicial para proteger sus fechorías; ese Tribunal de
Cuentas lleno de militantes y hermanísimos, que no vio los
desmanes de la Gürtel ni tantas otras desvergüenzas, y ahora ve tanta
responsabilidad patrimonial en el asunto del procés; ese zarandeo a la Corona a
la vez que gritan viva el Rey; ese chitón a empresarios y obispos porque solo
es democrático hablar en el Parlamento, mientras ellos se desgañitan en Colón;
todos esos ardores patrióticos tan sobreactuados, mientras en los pasillos de
Europa tiran de la chaqueta a todo el mundo para que no se den a España los
fondos de recuperación; ese sainete de Toni Cantó y la Oficina del Español;
todo esto parece el activismo desordenado de un juguete roto. Pero no lo es.
Hay, desde luego, juguetes rotos como Cantó y el propio Casado, que no deja de
dar saltos a ver si Aznar lo ve o alguien le hace caso. Pero el conjunto sí
tiene sentido; no necesariamente éxito, pero sí tiene rumbo.
C’s es el fantasma de algo que nunca fue
real y el PP y Vox forman
una pasta compacta. En este momento la derecha es un bloque con propósitos,
lenguaje y métodos reaccionarios. Son, como se dice ahora, iliberales, es
decir, fachas. Recordemos que los partidos reaccionarios ya no buscan sustituir
a las democracias por regímenes formalmente dictatoriales. Una democracia
formal con sus piezas y mecanismos degradados puede ser una dictadura de hecho.
En nuestro sistema la separación de poderes está dañada. No hay separación del
poder legislativo y el ejecutivo, porque el Gobierno manda sobre la mayoría
parlamentaria que lo sustenta. Si se acentúa su actual infección partidaria,
también el judicial dejará de ser un poder separado. Las leyes reconocen la
libertad de prensa, pero basta mirar los quioscos para ver que la mayoría de la
prensa es viable solo a base de lamer culos. El Tribunal de
Cuentas, normalmente durmiente, nos recuerda estos días que también
están tocados los órganos de control. No estamos en un sistema totalitario,
pero los desconchados de nuestro sistema son un parque temático para ver el
tipo de corrosión por el que una democracia formal puede acabar siendo el
cascarón de un sistema totalitario sin libertades, sin separación de poderes,
sin prensa independiente, sin sistemas de control y sin alternancia real en el
poder. El PSOE,
desde luego, participó en todas estas abolladuras de nuestra democracia, pero
la derecha va más allá. Europa ya tiene en Hungría un estado
totalitario encapsulado en una democracia formal. Esa es la orientación de la
actual derecha española, donde las diferencias entre PP y Vox son cosméticas.
Las libertades solo se pueden perder como
en Star Wars,
con un estruendoso aplauso, tienen que perderse con el apoyo popular, sin que
la gente note que eso es lo que está ocurriendo. Tienen que desaparecer de la
política los argumentos, el debate racional y la información, y que el ambiente
sea de agresividad y brutalidad. Y en eso están las derechas (el plural es
retórico). Agitan el odio, el miedo y la irracionalidad en tres ejes.
El primero es el de la situación de
excepción. La gente acepta pérdidas de libertades y maneras autoritarias cuando
las percibe excepcionales y motivadas por una urgencia grave. Por eso la
derecha es hiperbólica, siempre anuncia catastróficos cambios de régimen,
comunismos inminentes, invasiones extranjeras, patrias a punto de romperse.
Todo esto solo se puede alimentar con bulos, falsedades y prensa lacaya. El
equipo de Ayuso fuerza el pintoresquismo del personaje porque entiende el valor
de ser siempre noticia. Solo en el contexto de una situación de excepción se
puede proponer la medida autoritaria de que el Rey no firme las resoluciones
del Gobierno. Nuestra Jefatura del Estado es dinástica, se es Rey por ser hijo
de determinada persona, no por ser elegido. Esto puede ser parte de una
democracia con la condición de que la Jefatura del Estado sea simbólica, es
decir, un juego, algo de mentira, y que las decisiones de verdad las tome el
Gobierno elegido. Ayuso pidió que se invirtieran los términos: que lo de verdad
sea lo que diga el Rey no elegido y que el Gobierno elegido sea el de mentira.
No es tan tonta como para no saber lo que dijo, pero sí es lo bastante facha
para haberlo dicho. Fue una presión contra la democracia, en el marco de una
supuesta situación de excepción. Para eso sirve la crispación extrema, para
forzar las costuras de la democracia con un estruendoso aplauso.
El segundo eje es la hipertrofia de los
dos elementos que hacen más compulsiva y emocional la conducta colectiva: la
nación y la religión. Ninguna de las dos tiene nada de malo y, de hecho, la
primera es necesaria. Pero cuando se reduce la política a la emoción nacional,
la emoción nacional es reaccionaria. Las banderas de España exhibidas
compulsivamente y las proclamas nacionales no buscan unidad ni identidad, sino
separación y exclusión; se gritan los símbolos contra españoles. Diferenciar
las propuestas políticas como españolas o antiespañolas es reducir el debate
político al enfrentamiento compulsivo e irracional. La dichosa Oficina del
Español, con un personaje estrafalario al frente, es solo propaganda patriotera
cargada al dinero de todos. No es el peor asalto al dinero público, pero es un
sainete mediático, bufo en todas sus dimensiones. Ya hay un Instituto
Cervantes para la promoción del español. La capitalidad europea
del español es una fantochada, la promoción del español en Madrid una broma y
Toni Cantó es una antología del disparate y la estupidez. Pero no va de esto el
Instituto. Va de lo que van las banderas fuera de sitio y la repetición
atolondrada del nombre de España: va de señalar a unos como españoles que
defienden el español y los otros como antiespañoles que lo atacan. Cantó ya
empezó a ejercer la verdadera función del Instituto. El problema es que carguen
a nuestros dineros su propaganda. En realidad, a los fachas no les gusta
España. Gritan España contra los españoles porque lo que ven es España y no les
gusta lo que ven.
La religión no se maneja todavía como
argumento político. Pero es la sangre del sistema, el elemento por el que
fluyen grandes financiaciones, organizaciones opacas muy activas, conexiones y
lealtades, y que empapan la vida pública del tipo de prejuicios que bloquean la
racionalidad y la argumentación serena.
El tercer eje es el de la segregación. El
miedo, el prejuicio y el odio grupal carga de emociones negativas la percepción
de la vida pública y favorece esa sensación de excepción y ese arrebato
nacional que necesitan las medidas autoritarias. Por supuesto, el privilegiado
que te quita los impuestos y el trabajo es el MENA o el extranjero pobre. El
racismo es funcional en su propaganda. Los ricos no son privilegiados en esta
propaganda. Son gente que trabajó duro y que crea riqueza. Es la gente que los
financia y a la que representan.
Decíamos que solo en apariencia parecían
pollos sin cabeza erráticos. El ambiente político está cargado de agresividad y
sinrazones y filtra su insania hasta en conversaciones de chigre. Es el
ecosistema que se requiere para que un estruendoso aplauso acompañe la pérdida
de las libertades. A esto se aplican los fachas. Pero no tienen por qué tener
éxito.
La Voz de Asturias DdA, XVII/4893
No hay comentarios:
Publicar un comentario