Alicia Población Brel
El pasado domingo 18 de Julio tuvo lugar el doble concierto de Richard Bona y Alfredo Rodríguez, y Billy Cobham Band durante la quinta edición de las Noches del Botánico. La última edición del festival nos ha traído unos toques de jazz con este último concierto, que llenó prácticamente todas las localidades.
Acompañaban al
pianista cubano Alfredo Rodríguez y al bajista camerunés Richard Bona el
trombonista Denis Cuni, el percusionista José Montaña y el batería Ludwig
Afonso. Desde el principio del concierto el público se mostró animado y
dinámico, respondiendo con palmas a la llamada rítmica de Bona. Con Mama Inés el bajista fue calentando el
ambiente con uno de sus solos sin sobresalir demasiado. Le siguió Cuni y
terminó Rodríguez, que nos sorprendió llevando al límite cada nota, dejando que
las frases no llegaran a alcanzar su clímax hasta el final con un glissando
descendente que nos llevó de vuelta al tema. Es cierto que la banda no sonaba
todo lo empastada que podría sonar, quizá por no ser un grupo tan consolidado
como los que llevan tanto el bajista como el pianista en sus proyectos
personales. Montaña se hizo un virtuosísimo solo de cajón entre tema y tema, al
que le siguió Gitanerías, tema del
disco Tocororo, de Alfredo Rodríguez.
Si bien el solo aflamencado que tocó Bona no llegó a calar del todo, las
preguntas y respuestas musicales que intercambió con Rodríguez sí arrancaron
alguna inevitable carcajada y aplausos a partes iguales. En Bilongo, tema del álbum Heritage, versión del conocido Negra Tomasa, fue subiendo el tono poco
a poco aunque siguieron echándose de menos más contrastes dinámicos. Rodríguez
volvió a emplear recursos parecidos a los de su solo anterior, lo que hizo que
el de este tema fuera menos efectista. No fue tanto así el de congas que
interpretó Montaña, al que no se le distinguían las manos debido a la velocidad
con la que las hacía viajar entre parche y parche. Se agradeció el momento,
carente de virtuosismo técnico, pero lleno de sensibilidad que nos regalaron
con Raíces, otro tema de Rodríguez.
Con Afonso nutriendo un sutil colchón rítmico, tanto Bona como el pianista
demostraron la delicadeza de sus dedos para llevar la música hasta el fondo y
poner la piel de gallina. Los últimos temas fueron para bailarlos, y eso es lo
que propuso el bajista camerunés, que fue capaz de llevarse al público consigo
en varias ocasiones. Lástima que las medidas de seguridad nos obligaran a aposentarnos
en el asiento, porque la música pedía movimiento. Aunque la banda no sonó todo
lo compacta que pudiera haber sonado los músicos demostraron sobradamente su
talento musical, no solo para levantar las gradas sino también para emocionar.
Fue un concierto que se quedó corto.
Una pausa de
unos treinta, cuarenta minutos dejó tiempo para comer y beber algo en los puestos
del recinto que, si bien ofrecían un asiento fresco y agradable entre el verde
del jardín, no suscitaban el apetito más allá del primer nacho grasiento y la hamburguesa
con sabor a papel.
Tras coger fuerzas,
el público volvió a llenar las gradas con ánimo de disfrutar de uno de los
bateristas figura de referencia dentro del jazz fusión. La banda de Billy Cobham
demostró con creces la conexión que se logra tras años de tocar con los mismos
músicos. Los franceses Christophe Cravero (teclas y cuerdas), Jean-Marie Ecay
(guitarra) y Fifi Chayeb (bajo) lograban un sonido de grupo potente, lleno de
cuerpo y precisión, que hacía vibrar los hierros de las sillas donde nos
sentábamos. Los solos de cada uno estaban muy estructurados, a diferencia de
los de los músicos del primer concierto que, sin perder intensidad, se
construían en un espacio más abierto y con mayor libertad. Los arreglos también
estaban cuidados al milímetro, lo que daba a la banda una pegada excepcional. Christophe
Cravero se marcó un impresionante solo de violín en el tema Stratus, que puso de pie al público. En Panamá, tema con el que Cobham hacía una
llamada a sus raíces, destacaron las intervenciones del guitarrista Ecay con el
batería, demostrando su virtuosismo técnico y todas las posibles virguerías.
Cuando le tocó a Cobham decidió coger otras dos baquetas construyendo su solo a
cuatro para los por lo menos ocho toms, dos bombos y dos cajas que le rodeaban
en el escenario. Si bien es cierto que los solos parecían dilatarse más en el
tiempo de lo que hubiese sido lo idóneo para mantener la atención, Cobham nos
enseñó todos sus recursos, desde los toques más finos y delicados hasta los
fills más enfebrecidos, que arrancaron aplausos y vítores desde gradas y platea.
Toda la banda evidenció una limpísima interpretación de dinámicas, llevadas al
extremo desde el conjunto y haciendo que cada tema cobrara su sentido.
Cada banda a
su manera nos regaló lo más sincero de sí misma, y en las gradas se notó la
alegría de un público que quería llenarse de música un verano más.
Aquí Madrid DdA, XVII/4903
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