lunes, 14 de junio de 2021

SHOC 2, LA TORMENTA Y LA GUERRA: PARA APRENDER A VIVIR Y NO OLVIDAR



Alicia Población Brel

“La expresión “doctrina del shock” describe la táctica, sumamente brutal, de utilizar sistemáticamente la desorientación de la gente que trae consigo un shock colectivo -guerras, golpes de estado, ataques terroristas, desplomes del mercado o catástrofes naturales- para impulsar medidas radicales favorables a las grandes empresas, lo que suele denominarse “terapia de choque” (shock therapy, en inglés).” Naomi Klein.

 La sala del Valle Inclán tiene butacas en los cuatro costados. En las paredes laterales cuatro enormes pantallas hacen las veces de decorado las veces de intermezzo audiovisual. Mientras entras y te vas sentando, escuchas un grupo de rock americano que suena medio difuminado. Desde ese momento ya te va impregnando la obra, porque es de esos espectáculos que empiezan desde que entras por la puerta, de esos en los que eres partícipe y testigo de lo que va ocurrir en la sala. El último foco en apagarse antes de que dé comienzo la actuación, deja su último haz de luz sobre un rifle que descansa en una tarima cerca del patio de butacas principal. Antonio Durán Morris abre el espectáculo con un monólogo intensísimo representando al filósofo Carl Smith. Su discurso gira sobre la humanidad la guerra y los enemigos y se va caldeándose desde un tono políticamente correcto hasta rozar el grito desgañitado en las últimas frases. Es impresionante cómo el actor nos lleva al clímax hasta sentir la excitación que pudiera hervirle al filósofo nazi.

“El romántico no tiene ni idea de política, se adapta a la idea del momento; el burgués se dice apolítico, pero eso demuestra su posición en contra ante quien hace política en ese momento”.

Cuando Durán deja la escena con nuestras respiraciones agitadas, la lámpara que hará de mesa para una cena muy particular va bajando del techo. En las pantallas aparecerán Schwarzenegger y Gamal Abel Nasser, el uno hablando de las oportunidades que ofrece América, el otro del absurdo que supondría imponer el velo para las mujeres. Ese tipo de intermezzos se repetirán de vez en cuando y te hundirán más en la trama bajo la apariencia de contenido light. 

En la cena, los Reagan, Guillermo Toledo y Natalia Hernández, Tatcher, María Morales, Boris Yeltsin, de nuevo Durán, Juan Pablo II, Paco Ochoa, y una mujer árabe, Alba flores, plasmarán entre la sátira y el documental, la revolución conservadora y la revolución islámica. El público ríe con los chistes de Reagan dejándose contagiar por ese tono jocoso del americano poderoso. Esas risas en el patio de butacas son la reciprocidad del pueblo y el beneplácito ante los que abusan del poder, el teatro va mucho más allá de las tablas. 

Al término de todos los discursos, el plató central empieza a girar, al ritmo de una música constante y percusiva, una especie de leitmotiv que se repetirá en los momentos en los que los peces gordos hacen sus tejemanejes. Como en una especie de baile ritualesco, los personajes giran como embebidos en un trance, mientras se desploman ante disparos que suenan escalonadamente sin dejar de levantarse poco después para seguir girando. Flores acaba sola, hablando del conflicto palestino en Sabra y Chatila. Los gritos desgarradores al inicio de su texto erizan el vello y nos ponen alerta, preparados para escuchar lo que el dolor de esa voz va a contarnos.

“Las fotografías no captan las moscas”

Le llega el turno a China, con los conflictos de Beijing, y el posterior discurso populista de Reagan que acompaña una flauta medio desafinada que toca su mujer, probablemente para remarcar la falsedad de la disertación. La crisis constitucional rusa la explica Yeltsin con su doble, Juan Vinuesa, dándose tales bofetadas que aún puede percibirse el rojo de sus irritadas mejillas en escenas posteriores. El primer acto de la obra termina con la sala llena de humo que el derrumbamiento de las Torres Gemelas, expuesto en las pantallas laterales, deja su paso.

El segundo acto se centra en la guerra de Irak, entrando en escena José María Aznar, con su peculiar ironía de graciosillo que tan bien representa Vinuesa, y Bush, Toledo. El cuadro dramático refleja, desde el meta-teatro, la implicación española en el conflicto bélico, y un pequeño guiño a esa foto de Aznar con los pies encima de la mesa del rancho de Texas. Las mujeres de ambos políticos se muestran pasivas, bien dormidas o bien haciendo de tontas. 

Además de eso, el acto segundo deja espacio sobre todo para plasmar el sufrimiento social, particularmente con el asesinato del cámara José Couso, en Bagdad, y Yamila, una mujer torturada por los soldados estadounidenses en Abu Ghraib. El testimonio de Olga Rodríguez sobre el primer incidente nos lo narra María Morales, llevándonos al Hotel Palestina y contagiándonos la inestabilidad que se vivía en aquella situación. El dolor de Yamila también lo representa ejemplarmente por Morales mientras el resto del elenco nos pone la carne de gallina mostrándonos las brutales torturas ejercidas por los militares. El plató central no ha dejado de girar en las escenas más crudas, para dejar que todos los espectadores tengan el mismo punto de vista sobre lo que se representa. La función termina con un pequeño rincón para la esperanza, la utopía definida por Galeano, que sirve para caminar aunque no llegue a alcanzarse.

“No pasa nada y el mundo sigue girando”

A lo largo del espectáculo es de valorar la intensa labor de documentación por parte de todo el elenco, porque no es fácil, primero el hecho de ponerse en la piel de tantos personajes como los que representan los actores y actrices, y después, por hacer ese barrido en el tiempo que realmente es capaz de dejar en shock. Por no hablar de las más de tres horas de espectáculo que se marca el elenco con un descanso de apenas quince minutos. 

Una vez más, Lima lleva a escena una obra que va mucho más allá de las tablas, que pretende educar, hacer reflexionar, en este caso sobre la sociedad capitalista y el boom neoliberal de nuestros días. El teatro es memoria, y con él también se lucha para recordar lo que pasó no hace tanto. Podemos ser mejores y, contra el olvido, merece la pena este pequeño shock histórico, social, que enseña a vivir y que estuvo en el Teatro Valle Inclán hasta el pasado domingo

EQUIPO

Texto

Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga, (basado en hechos reales y textos de Olga Rodríguez y Alba Sotorra). Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima. Dirección: Andrés Lima

Reparto

Antonio Durán «Morris» (Carl Smith, Dick Cheney, Boris Yeltsin, Director de teatro, Soldado de la Marina Española), Alba Flores(Mujer árabe, Minal, Periodista, Corista, Cabo H. H y Coro), Natalia Hernández (Marta Sánchez, Ana Botella, Dorothy, Comandante Arian, Joyce Rumsfeld, Soldado Sabrina, Nancy Reagan y Coro), María Morales (Laura Bush, Lynne Cheney, Yamila, Margaret Thatcher, Olga Rodríguez, Corista, Sargento J. P. K. y Coro), Paco Ochoa (Víctor Gao, Tony Blair, Donald Rumsfeld, Soldado de la Marina Española, Wojtyla y Coro), Guillermo Toledo (Osama Bin Laden, George Bush padre, George Bush Jr., Ronald Reagan, General Miller y Coro) y Juan Vinuesa (José María Aznar, Yaser, Boris Yeltsin, Periodista, Soldado de la Marina Española, Soldado H. y Coro)

Revista Indie DdA, XVII/4876

No hay comentarios:

Publicar un comentario