“Unamuno ha muerto repentinamente, como quien muere en guerra. ¿Contra quién? Contra sí mismo quizá; acaso también, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo”, escribió el poeta.
Félix Población
Después de haber visto hace
unos meses la película de Manuel Menchón Palabras
para un fin del mundo*, cuya más notable aportación a la luz de la nueva e
inédita documentación empleada es la posibilidad de que Miguel de Unamuno pudo
haber sido asesinado en Salamanca por alguien vinculado a las tropas sublevadas
que ocupaban aquella ciudad el 31 de diciembre de 1936, pensé en Antonio
Machado. ¿Cuál fue la reacción del poeta sevillano ante esa muerte repentina y
extraña, después de haber sido tanta la admiración y amistad que el poeta
andaluz le profesaba?
Antes que esta interrogante
cabe también hacerse otras con relación a la actitud de Unamuno en los primeros
meses de la Guerra de España. Dado que en principio quien fue rector de la Universidad
con la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera, la segunda República y con
Franco apoyó a los generales felones, creyendo -con una ingenuidad excesiva e
impropia de su conocimiento- que se trataba de una asonada militar para
rectificar únicamente el rumbo del régimen del 14 de abril –que no convencía a
don Miguel- , ¿cómo reaccionó don Antonio ante ese respaldo? Otra pregunta
tendría que ver con el discurso que enfrentó a Unamuno con el general Millán
Astray en el paraninfo de la universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 y que supuso
una dura crítica a los militares sublevados (“vencer no es convencer”), y que
comportó para don Miguel la pérdida de su título de rector vitalicio y su
arresto domiciliario. ¿Qué pensó don Antonio de esta reacción de su admirado
amigo?
Nada sabemos hasta ahora de lo
que Machado escribió o pudo haber dicho con relación a las dos últimas
cuestiones. Parece extraña esta ausencia de documentación, a la vista de la
vinculación que unió a uno y otro, y que se puede resumir en unas cuantas
referencias a partir del año en que al parecer se conocieron, que bien pudo ser
en 1900. Un trienio después, con motivo de la edición de su primer libro de
versos (Soledades), don Antonio le
envía el poemario con esta dedicatoria: A
don Miguel de Unamuno, al sabio y al poeta. Devotamente: Antonio Machado.
Sólo dos años más tarde, en 1905, con motivo de la publicación del ensayo Vida de don Quijote y Sancho, don
Antonio le dedica a Unamuno su conocido poema: Este don quijotesco don Miguel de Unamuno, que algunos nos
aprendimos de memoria siendo muy jóvenes, después de haber leído ese libro que
nos introdujo en una lectura única y distinta de la obra de Cervantes.
Este donquijotesco
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
del buen manchego. Don Miguel camina,
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de Caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún duerme, puede que despierte un día.
Sobre esta obra, en la que se
refleja lo esencial del pensamiento de don Miguel, escribió el poeta de Campos de Castilla un artículo en el nº
14 de Revista de las Letras, en 1905,
en donde Machado realza la montuosidad y rudeza de la prosa unamuniana -que
vincula con el paisaje vasco-, afirmando que su autor escribe bien porque
siente bien y no es la verdad lo que nos hace pensar, sino lo que nos hace
vivir.
La relación epistolar entre Machado y Unamuno
fue muy intensa y no sólo se ciñó a los estrictamente literario y político,
sino también a lo sentimental o más íntimo, tal como advertimos en la carta que
el poeta andaluz le escribió a don Miguel con motivo del fallecimiento de su
joven esposa Leonor en Soria, a los 18 años de edad. El matrimonio no llegó a
cumplir tres años de vida en común y el temprano óbito de su compañera todavía
apesadumbraba a don Antonio cuando pasó a residir en Baeza, localidad a la que
llama la Salamanca andaluza y describe como una población rural “encanallada
por la Iglesia y completamente huera”.
Huyendo del escenario castellano de su desdicha,
don Antonio le dice a Unamuno: “La muerte de mi
mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada
por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está
la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado
mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento
mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere”. La
participación de esos sentimientos íntimos denota hasta qué punto había empatía
entre uno y otro.
Aparte de firmar en 1915, durante
la primera Guerra Mundial, un manifiesto a favor de los aliados, en el que sus
firma estuvieron junto a la de otros reputados intelectuales y escritores del
momento, la correspondencia entre Unamuno y Machado va a ser frecuente durante
varios decenios, sin que por desgracia haya conservado el poeta ninguna de las
cartas de don Miguel, pues todos sus papeles se perdieron en aquel precipitado
y penoso tránsito hacia el exilio en el invierno de 1939, y él quizá tampoco
les prestó mayor cuidado para su resguardo. Entre las cartas recibidas por el
rector de Salamanca está una en la que don Antonio le comunica que ha sido
elegido miembro de la Academia Española en 1927, si bien nunca tomará posesión
de su cargo: “Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que
aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices…”.
Unos años después de que Antonio
Machado se instalara en 1919 en Segovia, el 24 de febrero de 1922, el poeta va
a tener la oportunidad de presentar en el teatro Juan Bravo a Miguel de
Unamuno, en calidad de amigo y futuro presidente de la Liga Española de los
Derechos del Hombre. Con ocasión del encuentro y el paseo de don Antonio y don
Miguel por las riberas del Eresma publicó Francisco de Cossío un artículo en el
diario El Adelanto.
También se acuerda epistolamente
el autor de Soledades de su amigo
desterrado durante la dictadura de Primo de Rivera, primero en la isla de Fuerteventura
(de cuya estancia también hizo Manuel Menchón una película, La isla del viento), y después en París
y en Hendaya. La carta está fechada el 16 de enero de 1929 y en ella le dice:
“De política, acaso sepa V. desde ahí más que nosotros, los que vivimos en
España. Aquí, en apariencia al menos, no pasa nada. Y lo más triste es que no
hay inquietud ni rebeldía contra el estado actual de cosas. Las gentes parecen
satisfechas de haber nacido. Nadie piensa en el mañana. Para muchos una caída
en cuatro pies tiene el grave peligro de encontrar demasiado cómoda la postura.
Yo, sin embargo, quiero pensar que tanta calma y tanta conformidad, son un
sueño malo, del cual despertaremos algún día”.
Antes de que tuviera lugar en
Salamanca el enfrentamiento entre Unamuno y el general sublevado Millán Astray,
con motivo del discurso improvisado que pronunció el primero, don Miguel había
tenido oportunidad de saludar por última vez a don Antonio después de que se
distinguiera al primero con el doctorado honoris causa por la Universidad de
Oxford. El encuentro tuvo lugar en el café madrileño en donde tenían su
tertulia los hermanos Machado y al que solía acudir Unamuno en sus vistas a la
capital. En su biografía sobre los dos hermanos Machado, cuenta Pérez Ferrero
que don Miguel consideraba al poeta de Campos de Castilla “el hombre más
descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos conozco”.
Habiendo partido de una misma
postura de total apoyo a la instauración de la segunda República, con el poeta
haciendo ondear la bandera tricolor en el balcón del ayuntamiento de Segovia y
don Miguel en el de Salamanca, es sabido que mientras Antonio Machado mantuvo
esa misma actitud hasta su muerte -con un respaldo inquebrantable al gobierno
del Frente Popular durante la guerra-, Unamuno no lo hizo y apoyó de principio
el golpe militar. Hay que recordar en este sentido la durísima carta abierta a
don Miguel que publicó en El Mono Azul en septiembre de 1936 el escritor y
periodista soviético Ilya Ehrenbug, denunciando la actitud de Unamuno y
comparándola con la de Antonio Machado:
“Los escritores de España no van por vuestro
camino. El poeta Antonio Machado, lírico y filósofo, digno heredero gran Jorge
Manrique, está con el pueblo y no con los verdugos. El filósofo Ortega y
Gasset, que había vacilado mucho, ha vuelto la espalda a los bandidos en esta
hora decisiva. Ramón Gómez de la Serna ha declarado que está dispuesto a luchar
al lado del pueblo. El joven poeta Rafael Alberti, al que unos campesinos
libraron de la horca de los “defensores de la cultura”, lucha valientemente
contra los de galones de oro. Los escritores se apartan de usted, y se ha
quedado usted con los civiles, que en otro tiempo le llevaban a la cárcel y que
ahora estrechan la mano del fascista Unamuno”
Los propios soliloquios de don
Miguel durante el arresto domiciliario al que fue sometido por las tropas
sublevadas tras su intervención contra Millán Astray y el asesinato de alguno
de sus mejores amigos lo hicieron romper con los propulsores de aquella
“salvaje pesadilla”, hasta el punto de afirmar, según recoge mi estimado Félix
Maraña en un artículo sobre don Miguel y don Antonio: “Cuando termine esta
guerra estaré contra quienes la ganen”, previendo posiblemente la identidad de
los vencedores.
El discurso el 12 de octubre de
1936 en el paraninfo de la Universidad, la desposesión del título de rector
vitalicio por el general Franco y su arresto domiciliario le sirvieron al
escritor para reconsiderar su postura y llegar a temer por su vida. Se apagará
esta una fría tarde del 31 de diciembre en unas circunstancias que, según el
documental de Manuel Menchón, dan pábulo a la hipótesis de que pudo haber sido
asesinado -según se publicó en la prensa republicana-, aunque no faltan los que
se atienen a la versión oficial, dada -no lo olvidemos- por los militares
facciosos, responsables no solo de una brutal represión contra representantes
de la cultura e intelectualidad republicana, sino del asesinato del poeta
Federico García Lorca varios meses atrás, cuya repercusión internacional fue
mucha y muy lesiva para los sublevados.
Nadie sabe lo que pudo pensar
Antonio Machado ese 12 de octubre de 1936, ante el discurso de don Miguel, pero
quizá lo considerase propio de una personalidad a la que admiraba y conocía. Tampoco
sabemos si el poeta tuvo conocimiento del arresto sufrido por su amigo en
aquella España partida en dos, pero cuando ya residiendo en Valencia desde el
mes de noviembre Machado supo de la muerte de Unamuno, las palabras del poeta recogidas
en la revista Hora de España son muy
significativas: “Para los amantes de lo anecdótico, la muerte de don Miguel de
Unamuno ha quedado envuelta en el misterio. A quienes lo conocíamos y lo
amábamos no nos inquietan las circunstancias más o menos tenebrosas de su
acabamiento; sabemos de él lo que nos importaba saber: que murió, sin duda
alguna, tan noblemente como había vivido”.
Y aún más esclarecedor es el texto
de un artículo que don Antonio publicó por boca de Juan de Mairena en febrero de
1937, mes y medio después de la muerte de don Miguel, en la revista Hora de España de Valencia, y cuando
tantos eran los republicanos que reprochaban a Unamuno su inicial apoyo a los
generales felones. Prestemos atención sobre todo a las últimas líneas: “De
todos los grandes pensadores que hicieron de la muerte tema esencial de su
meditación, fue Unamuno el que menos habló de resignarse a ella, porque Unamuno
fue todo menos un estoico, le negaron muchos el don filosófico que poseía en
sumo grado. La crítica, sin embargo, deberá señalar que, coincidiendo con los
últimos años de Unamuno, renace en Europa toda una metáfora existencialista,
profundamente humana, que tiene a Unamuno no solo entre sus adeptos, sino
también –digámoslo sin rebozo- entre sus precursores. Señalemos hoy que Unamuno
ha muerto repentinamente, como quien muere en guerra. ¿Contra quién? Contra sí
mismo quizá; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han
vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he
creído nunca ni lo creeré jamás”.
Personalmente me habría gustado
mucho que al término de su película Manuel Menchón hubiese recordado estas
últimas frases de Antonio Machado.
*A la película le ha seguido la
edición reciente del libro Las doble
muerte de Unamuno, del propio Manuel Menchón y Luis García Jambrina, en el
que se abunda documentalmente en el guión del film. (Ed. Capitán Swing).
*Artículo publicado en elsaltodiario.com
DdA, XVII/4876
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