" Cuando no se quiere debatir de política social (sanidad, educación, alquileres, cultura, fiscalidad, reformas cívicas…), aparece la denuncia contra la antiespaña", señala el autor del artículo con razón, pues lo avala la historia y sólo hace falta conocerla, sobre todo las de los años treinta republicanos en el pasado sigo, una información de la que carece la mayor parte de las jóvenes generaciones. García Montero también recuerda a Miguel de Unamuno, que después de apoyar inicialmente el golpe de Estado de 1936 -basado en la denuncia contra la antiespaña-, "comprendió su error al comprobar la capacidad de odio y los numerosos asesinatos que se cometían en el patriotismo de la Cruzada". España nunca puede ser propiedad privada de nadie.
Luis García Montero
Con
motivo del centenario de Luis García Berlanga disfruté el jueves pasado de un
concierto ofrecido por la banda de la Societat Musical Eslava de Albuixech en
la Puerta del Sol. Mientras escuchaba con emoción el pasodoble de Bienvenido
Mister Marshall, recordé la famosa acusación que Francisco Franco lanzó
contra el director de cine: "Ya sé que Berlanga no es
un comunista, pero es algo peor: un mal español". El dictador
había justificado su golpe militar en el derecho a decidir quiénes eran buenos
o malos españoles, mezclando las diversidades políticas con la identidad
nacional. Y Berlanga, que desde luego no era comunista, tampoco era un
"buen español", porque no se había tomado en serio la retórica
gloriosa de la escopeta nacional.
Una
vez cubierto el trámite de la libertad contra el comunismo, nos llega ahora un
capítulo todavía peor: "los buenos y los malos
españoles". Eso se llama jugar con fuego antidemocrático.
A
vueltas con España, la literatura y la historia han recogidos muchos momentos
de una dinámica dañina. Según cada época, uno puede encontrarse con demasiadas
tristezas. Galdós recoge en sus Episodios Nacionales a muchos
carlistas entregados al ejército francés de Los cien mil hijos de San
Luis, gritando en catalán y vasco "muera la nación y viva el
dogma", porque el nacionalismo español era propio de los peligros
liberales. Los nacionalismos periféricos, más allá de su legitimidad,
han sido siempre el mejor aliado del tradicionalismo para evitar las opciones
progresistas en España. Bien lo supo ver la UCD en la
Transición. Celebradas las primeras elecciones en 1977, la lista del PSOE-PSC
consiguió el 28,16% de los votos; los comunistas del PSUC consiguieron el 18,
3% y la UCD, como tercer partido, el 16, 9%. Tardaron poco en alentar desde el
Gobierno la solución Tarradellas para interrumpir en Cataluña el peligro
socialista.
En
esta dinámica de nacionalismo, patriotismo, progreso e intereses económicos,
cuando no se quiere debatir de política social (sanidad, educación, alquileres,
cultura, fiscalidad, reformas cívicas…), aparece la denuncia
contra la antiespaña. Fue esa denuncia la que
provocó la reacción de Miguel de Unamuno ante Millán Astray el 12 de octubre de
1936 en la Universidad de Salamanca. Luis García Jambrina y Manuel Menchón
acaban de publicar el libro La doble muerte de Unamuno (Capitán
Swing, 2021) en el que analizan el contexto de la reacción de Unamuno, después
de soportar ofensas contra los vascos, la inteligencia y los antiespañoles.
El
autor de Vida de don Quijote y Sancho, español hasta los huesos,
había apoyado en un principio el golpe de Estado en nombre de la civilización
cristiana occidental. Comprendió su error al
comprobar la capacidad de odio y los numerosos asesinatos que se cometían en el
patriotismo de la Cruzada. Contra su propio error, contra el
fanatismo patriotero convertido en violencia, no pudo callarse y pronunció
aquella famosa frase de "ganaréis, pero no convenceréis".
García
Jambrina y Menchón aciertan al destacar el recuerdo que hizo Unamuno aquel día
de 1936 del escritor filipino José Rizal. La indignación del patriota
Miguel de Unamuno por el uso perverso de los sentimientos
patrioteros y las demagógicas acusaciones de traición a España habían quedado
antes de manifiesto en su epílogo al libro Vida y escritos del doctor
José Rizal (1907) de W. E. Retana. Se dolió de la ejecución del
independentista filipino, porque San José Rizal era un escritor en español,
amante de España, que no quiso independizarse de la Metrópoli, pero que se
había visto empujado a defender opciones radicales por los desprecios y
desconsideraciones contra Filipinas. Culpó de ello a los errores políticos y a
"esta miserable e incomprensiva prensa, una de las principales causantes
de nuestra desgracia". El fanatismo y la manipulación política facilitaron
que España y el español desapareciesen de Filipinas.
Hablar
de los malos españoles dentro de España, como de los malos catalanes dentro de
Cataluña, supone construir la identidad demagógica y cerrada
que necesitan personajes como Millán Astray para gritarle a Unamuno:
"Muera la inteligencia". Por fortuna, la muerte de la
inteligencia ahora no implica la ejecución de amigos. Don Miguel sufrió, entro
otras muchas, la ejecución de su discípulo Salvador Vila, rector de la
Universidad de Granada, de Federico García Lorca y del pastor protestante
Atilano Coco. En una carta conmovedora de la viuda de don Atilano, anotó el
escritor bilbaíno las palabras con las que, por honestidad patriótica, se
atrevió a rechazar las proclamas fanáticas de los intolerantes.
¿Sobre qué documento deberemos escribir
nuestra protesta contra el fanatismo? ¿Sobre las inversiones en educación
pública? ¿Sobre la degradación comunicativa de la información? ¿Sobre los que
se empeñan en hablar de España, nuestra España, como si fuese una propiedad
privada? ¿O sobre la triste irresponsabilidad de algunos partidos
políticos?
InfoLibre DdA, XVII/4875
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