Traigo hasta este DdA el recuerdo de dos republicanos olvidados, como tantos otros en la historia de este país. Pocos años después del fallecimiento en Gijón de la escritora librepensadora Rosario de Acuña, moriría en Madrid su gran amigo y autor de este obituario, José Nakens (1926), activo defensor del republicanismo y el laicismo, y director durante más de cuarenta años del semanario El Motín. Era tanta su popularidad que su entierro fue de los más multitudinarios en la capital de España.
José Nakens
Ha muerto esta señora; señora en todas las nobles y elevadas acepciones de la palabra. El sábado 5 del corriente dejó de latir aquel corazón que tanto amó a los humildes. Por Gijón y por toda España cundió la noticia, arrancando expresiones de pesar. El entierro fue civil, concurriendo a él gentes de todas las clases sociales, especialmente de la obrera. La carroza fúnebre no pudo utilizarse, porque el pueblo quiso conducir a hombros el féretro para demostrar de este modo su cariño a la muerta.
Como literata, pues lo era a gran altura, cultivó Rosario de Acuña el verso y
la prosa, alternando en lo dramático, en el poema y en el periodismo. En 1876
estrenó el drama en verso Rienzi el
tribuno (⇑), que obtuvo un triunfo enorme. El público pidió,
entusiasmado, la presencia del autor, y cuando se oyó el nombre de la poetisa,
se reprodujo la sorpresa, pues contaba a la sazón veinticinco años. La crítica
acogió tan favorablemente la obra, que los más salientes escritores decidieron
dedicarle un álbum, homenaje que ella rechazó.
Escribió dramas, Tribunales de
venganza (⇑), El
padre Juan (⇑) y Amor a la
patria (⇑); libros como La
siesta (⇑) y Tiempo
perdido (⇑); y poemas como En las orillas del
mar (⇑) y Ecos del
alma (⇑). Colaboró en Las Dominicales del Libre
Pensamiento, de Madrid; El Diluvio, de Barcelona; El Pueblo de
Valencia; El Noroeste, de Gijón, y El Motín.
Su pluma era entera; su inspiración, fácil; su corrección, exquisita. En los
versos transcritos en otro lugar (1), pueden observarse estas cualidades.
Rosario de Acuña sufrió persecuciones sin cuento por sus ideas. Cuando estrenó
con gran éxito El
padre Juan (⇑) en abril de 1891 en el teatro de la
Alhambra, prohibieron su representación al quinto día (2), por su marcada
tendencia racionalista.
En un periódico de Barcelona emitió juicios sobre la juventud y las costumbres
de la época (3), que promovieron un revuelo grandísimo y el procesamiento
de la autora, que viose obligada a refugiarse en Portugal, tierra hermana que
ella conocía y amaba. Cuando volvió a España, se refugió en su casa de las
cercanías de Gijón, edificada sobre un promontorio
El año 17, cuando la huelga general, fue molestada con registros y amenazas.
Los soldados creían comprobar en casa de la escritora denuncias anónimas que
hablaban de armas y explosivos ocultos. La intervención de
Castrovido (⇑) puso fin a tan deplorables episodios.
Aunque hizo todo el bien que pudo se la acosaba hasta en su retiro y, pobre y
anciana tuvo que soportar la barbarie de ciertas gentes que azuzadas por
clericales estimuladores de la ignorancia y la superstición, tildábanla de
bruja y nigromántica. Llagó a publicarse en periódicos la afirmación de que
Rosario de Acuña había encantado a varias personas y teníalas en su casa
convertidas en bestias. Y también se dijo en un artículo firmado, que en noches
de tormenta volaba la escritora montada sobre los riñones de un demonio verde.
Todo con la sana intención de excitar el fanatismo de la gente aldeana que pudo
ocasionar cualquier salvajismo.
Diatribas, calumnias, persecuciones. A todo, y también a la miseria, supo
resistir la noble señora que acaba de morir.
No hizo daño a nadie y empleó su pluma, su palabra y sus escasos medios
pecuniarios en auxiliar a los caídos, a los pobres, a los ignorantes. Pudo
medrar haciendo la corte a los poderosos y prefirió defender a los que no lo
eran. Este es su más cumplido elogio.
Yo, que la admiraba, he sentido mucho su muerte.
El Motín, Madrid, 12-5-1923
DdA, XVII/4881
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