Félix Población
Es de suponer que la esposa de Jiménez, cuya profesión desconozco,
lo apoye profesionalmente porque además de estar unida al añejo locutor desde
hace medio siglo, cuando se conocieron en la Universidad de Barcelona y su
novio tiraba a rojillo, el periodismo de cloaca ejercido por su esposo desde
los tiempos en que predicaba en la emisora de la obispalía le ha permitido
escalar hasta hacerse amo y señor de un medio de comunicación propio, afincado
en la extrema derecha. Un periodismo digno no contaría jamás con esas
facilidades en España.
En el país donde muy pocas veces se ha condenado a Jiménez por sus
infamias y donde hay jueces que apelan a la libertad de expresión cuando este
individuo vierte amenazas de muerte, no tendremos oportunidad de leer o
escuchar nunca una entrevista con María Prado para saber su opinión acerca de
los insultos y denuestos marranos en que abunda su marido contra los miembros
del actual gobierno. Ione Belarra, ministra de Asuntos Sociales, ha sido el
último objetivo de su verborragia diarreica.
Después de aventurar no hace mucho fingimientos de orgasmo en la
vida sexual de Yolanda Díaz y Mónica García, a Belarra la comparó con lo que
los liberales decían de los carlistas, añadiendo al símil una coda machirula:
"Animal de cresta roja que después de
comulgado baja de la montaña y ataca al hombre. La ves y
dices 'a que me muerde. Eso sí, se ha echado un novio jovencito y ya lo
ha colocado. Hay que reconocer que no falla. Por sus parejas los
conoceréis".
Este tipo de depurados y
sesudos análisis es lo que hace que Federico Jiménez aparezca de vez en cuando
en las redes sociales y lo que le ha permitido contar con una cierta audiencia
entre los sectores más reaccionarios de la sociedad española. Lleva así toda su
vida matrimonial y, por suerte, nunca se ha encontrado enfrente a ningún
profesional que se burlara de los orgasmos fingidos de su esposa o cuestionara
los atributos de su masculinidad y lindeza. Dejando esto aparte, hay que
reconocer como muy meritorio o propio de una mujer ajena a las excrecencias de
un machismo infecto, convivir durante medio siglo con un ejemplar de esa
catadura.
"Para que la democracia
sea saludable, también tienen que serlo las palabras", acabo de leerle a
mi estimada y admirada escritora Irene Vallejo. En este país llevamos
demasiados años escuchando y leyendo vómitos biliosos, y eso también se está
dejando notar, y mucho, tanto en la minada salud de nuestros medios de
comunicación como en la de nuestra democracia.
*Publicado en La última hora
DdA, XVII/4868
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