Este Lazarillo, que se inició en el periodismo cuando casi era un adolescente y que lo ejerció de manera profesional cuando en este país se alumbraban los primeros pasos de la Transición, tiene sobrados motivos para afirmar que entre los medios de comunicación con los que hubiese querido contar en aquellos años para refrendar su vocación estaría sin duda El Salto de nuestros días (elsaltodiario.com). Han tenido que pasar muchos años para que Diagonal primero y El Salto después colmaran las expectativas profesionales de aquel joven periodista que vivió los avatares de aquel histórico periodo, hasta que optó por apartarse del periodismo después de pasar por la dirección de un diario y un gabinete ministerial. De contar la historia de la actualidad pasó a contar la historia de la memoria silenciada, pasando después a colaborar en medios que como El Salto le merecen el máximo respeto y admiración. En este periódico se trabaja por un periodismo serio, crítico, avanzado, riguroso, bien escrito, entusiasta y capaz de congraciarse con aquel horizonte profesional que este Lazarillo apeteció desde que hacía periodiquillos manuscritos, cuando solo cabían los sueños porque el periodismo era el de un régimen dictatorial. Los profesionales de El Salto, con las disponibilidades económicas nada sobradas que les permiten sus socios, están haciendo el periodismo más digno que se ha hecho en este país en muchos años. Colaborar con ellos es para este Lazarillo todo un honor y es de esperar que cada vez más lectores y socios contribuyan a respaldar a los profesionales que tan magnífica labor están haciendo. Lo que desde este periódico se pretende lo expresa a la perfección Yago Álvarez Barba en el artículo que sigue y comparto: "Este medio quiere ser una herramienta que abone redes, que amplifique movimientos sociales y que forme parte de ese nuevo sistema de sonido de los de abajo que acalle la fiesta vip de los malos. También un medio de comunicación que cree pensamiento, conciencia y formación. Un medio que no solo escriba sobre feminismo sino que ayude a que las ideas feministas sean hegemónicas. Un periodismo que, como dijo Gessamí Forner, llame nazis a los nazis". Hago desde este modesto DdA una llamada a quienes compartan en estos tiempos oscuros la idea y necesidad de ese periodismo para que colaboren con El Salto y formen parte de una empresa que cada día demuestra lo imprescindible que es una voz como la suya, cuando tantas y tan retrógradas voces y ruido ominoso enfangado en el bulo, la insidia, la falacia y la infamia abundan en el horizonte cotidiano. A este país le falta un poder mediático fuerte y digno, afincado en la voz de la calle y en la de quienes apuesten por una transformación social que regenere la vida, la educación y cultura cotidianas para enfrentarse a todo ese oleaje reaccionario que otra vez se nos viene encima. El Salto está siendo el adelantado en esa lucha, sin grandes titulares ni aparataje propagandístico, callada, pertinaz y concienzudamente. Mi gratitud por ello. Y, sobre todo, la gratitud de aquel adolescente para quien el periodismo era lo que El Salto pretende.
"Queda
claro que vamos perdiendo la batalla. Y no me refiero a lo ocurrido en las
últimas semanas. Perdemos la batalla cultural e ideológica que arrancó hace
años. Los malos vieron el problema (y la solución) y llevan décadas trabajando
en ello, construyendo verjas casi invisibles para que nadie se saliera del
redil. Desde tribunales internacionales privados y organizaciones
supranacionales al servicio del capital a programas televisivos matinales de
máxima audiencia. Vieron el problema en perspectiva y empezaron la batalla
antes de que el resto se diera cuenta siquiera de que se estaba librando. Y se
les da bien, joder que si se les da bien.
En esta guerra, esas herramientas
establecidas y bien entrelazadas en nuestro sistema son el principal
instrumento para la lobotomización, construcción de discursos y demonización
del contrario, de nosotras y nosotros, vaya. Y llevan unos años funcionando a
pleno rendimiento. La campaña electoral madrileña ha sido una muestra perfecta
del esplendor y fuerza que poseen.
Estas guerras tienen armas que conocemos
bien. Un bulo repetido por Ana Rosa alcanza más oídos y ojos que cualquier
equipo de fact checkers desmontando basura a jornada completa. Las portadas de
los medios que encumbraron a Franco o de los que aplaudían las privatizaciones
de Felipe González llenan kioscos, salas de espera de edificios públicos o
peluquerías donde no llega ningún medio de izquierdas en papel. Por no hablar
de lo que muchas veces denominamos “medios de izquierda”, donde la calaña más
sinvergüenza del periodismo de ultraderecha tiene carta blanca para soltar
burradas. No me voy a alargar mencionando más ejemplos. Tristemente, ya los
conocéis.
Tienen los altavoces. De hecho, tiene
un sound system que suena con estruendo y que no permite
escuchar nada más. Nosotras tenemos uno de esos JBL Go pequeñitos, que suena
muy bien y con calidad exquisita, sí, pero con muy poca potencia. Sobre todo
cuando los amos del sound system suben al máximo su volumen porque
no quieren que nadie pinche otra música en su fiesta privada. Aquí está una de
las claves del problema.
Las herramientas del amo vs. las nuestras
No nos pongamos cenizos. La batalla no
está perdida. Las personas malas han sabido pensar en un marco más amplio y
escalar en tamaño, pero somos más las buenas que las malas. El movimiento
transformador necesita escalar, crecer. Crear redes nuevas o recuperar las que
quedaron mermadas cuando el sueño electoralista centró y consumió nuestra
atención. Volver a pensar en grande y que sea un pensamiento compartido,
horizontal, independiente de presiones y grandes poderes, con una mirada puesta
en el común.
Necesitamos nuestras herramientas y las
necesitamos ya. Espacios donde esa escalabilidad sea posible. Donde podamos
construir ese mundo mejor. Necesitamos tener armas en esta guerra. Y
puede que esto suene a lo de siempre, a lo que ya llevamos años repitiendo,
pero en el nuevo escenario, donde el fascismo, el racismo y la misoginia
parecen haber encontrado legitimación entre una parte de la clase trabajadora,
es necesario evaluar lo que hemos hecho, lo que no hicimos y lo que nos falta
por hacer.
La politización de lo cotidiano y la
defensa de los derechos para cambiarlo todo también son los propósitos de El
Salto
Hace tan solo unos días, Madrid recuperó
uno de esos espacios necesarios para este propósito. Un lugar para crear redes,
apoyo mútuo y hacer democracia desde abajo. El colectivo de La Ingobernable ha
dado vida a un viejo hotel abandonado para crear una Oficina de Derechos
Sociales. “Liberamos un espacio donde politizar lo cotidiano, que
sirva para apoyarnos y así ser más fuertes”, dice su comunicado. No se podría
explicar más con menos. “Derechos para cambiarlo todo”, reza su nuevo lema.
Tampoco puede ser más acertado. La politización de lo cotidiano y la defensa de
los derechos para cambiarlo todo también son los propósitos de El Salto.
El Salto, una herramienta propia
Con la intención de ser un altavoz que
compita con el más grande de los sound systems nació El Salto. Esa es la
aportación que queremos hacer las personas que conformamos este proyecto, que
no son solo las que firman artículos, sino todas aquellas que lo hacen posible
cada día. Como el colectivo editor de esta cooperativa que ronda las 100
socias, nuestros colaboradores y colaboradoras, las personas que respaldáis
económicamente o las que nos mandáis mensajes bajo el enunciado de “os paso
este tema para que lo publiquéis, porque este tipo de cosas solo las publica un
medio independiente como El Salto”. Este medio quiere ser una herramienta que
abone redes, que amplifique movimientos sociales y que forme parte de ese nuevo
sistema de sonido de los de abajo que acalle la fiesta vip de los malos.
También un medio de comunicación que
cree pensamiento, conciencia y formación. Un medio que no solo escriba sobre
feminismo sino que ayude a que las ideas feministas sean hegemónicas. Un
periodismo que, como dijo Gessamí Forner, llame nazis a los nazis.
Un medio que resalte cada lucha obrera, cada huelga, que defienda lo público,
que señale al poder financiero, que aporte argumentario a nuestras luchas. En
definitiva, un El Salto como el de ahora, pero más grande, con mucho más
volumen.
Las herramientas del amo no destruirán
la casa del amo, pero El Salto es vuestra/nuestra herramienta y no dudaremos en
destruir la casa del amo para construir una nueva, hacerlo juntas y en común
En los otros artículos que han escrito
mis compañeras para pedir que os hagáis socias de El Salto pedíamos llegar a
los 8.000 suscriptores y hemos soñado en alguna ocasión con los 10.000. Voy a
soñar más fuerte y a pedir mucho más: necesitamos 20.000 suscriptores para dar
un salto dentro de El Salto. Para poder decir a dos o tres de nuestras
redactoras “dedícate exclusivamente a investigar”, ahondar en nuevos formatos
de periodismo que lleguen a esas capas de la población que ahora nos quedan tan
lejos, pagar más y mejor las colaboraciones de periodistas que tienen mucho que
aportar, abrir debates, abarcar más temáticas… Calcula todo lo que ya hacemos
ahora e imagina todo lo que podríamos hacer gracias a vuestro respaldo.
DdA, XVII/4843
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