Daniel Basteiro
Descodifiquemos. El sábado por la noche hubo muchos
irresponsables, pero no se puede tomar la parte por el todo.
La mayoría de la población fue y suele ser más responsable. Tampoco es justo
identificarlos con una ideología o reducir unas elecciones a una borrachera de
productos que nublan el discernimiento. Ojalá fuese tan fácil. Eso es
comportarse como miembros de otra masa: la que categoriza, caricaturiza,
critica los comportamientos con el único propósito de mostrarse superior, los
desdeña poco menos que como comportamientos involuntarios de personas
manipuladas o los utiliza políticamente contra el rival. En política, como en
periodismo, los matices son escrúpulos. La
realidad, que es compleja, a menudo no cabe en el tuit viral del momento.
¿De qué masa eres tú? ¿Puedes
ser durante un ratito de una y después de otra? ¿Cada vez nos seduce
más el jolgorio de la masa sea cual sea?
Para
responder a esas preguntas puede ser útil una ficción como la de Peter Grimes,
la ópera de Benjamin Britten que este lunes se despide del Teatro Real. A nada
que uno se abstraiga, parece un telediario. En el pueblo de Borough también hay
una masa enfervorecida a la que le da igual su propia degradación hasta el
punto de confundir su alienación con dignidad colectiva. No grita “Viva España”
sino Viva Borough, el pueblo que condena sin pruebas a un pescador que regresa
de la mar tras un naufragio en el que accidentalmente muere su aprendiz.
La
masa chismorrea, se ríe de él porque es diferente y lo somete a un acoso que
llega a su propia casa. Son más y celebran en las calles, tambor incluido, con
alcohol y odio a raudales, su irresponsable comportamiento de manada. La
realidad no importa. Ni siquiera quieren conocerla. Es una masa orgullosamente
desinformada. Finalmente abandonado por las dos únicas personas
que habían rechazado los rumores, hunde exhausto su barca en el mar ante la
indiferencia del pueblo. Un suicidio escalofriante, una música hipnótica y una
producción brillante.
En
la costa de Suffolk ficcionada por Britten también se vive la libertad a la
madrileña. “Vivimos y dejamos vivir. No nos metemos donde
no nos llaman”, repiten machaconamente mientras machacan al
inocente. Un atentado a la libertad en nombre de la libertad.
La historia
tiende a repetirse, pero cada generación la vive a su manera. Porque si
hablamos de comportamiento irracional en masa, basta recordar que la obra se
estrenó en el Londres de junio de 1945, durante los estertores de la Segunda
Guerra Mundial en la que millones de personas formaron parte de una enajenación
colectiva, un odio al diferente y una banalización del mal. Pero incluso en ese
contexto, el pescador Peter Grimes no se representa como un angelito. Huraño y
ambicioso, no queda claro si es un asesino, un maltratador o un pederasta.
Hasta el final, no es fácil empatizar con él. A más pequeña escala, el drama
tiene infinitas lecturas, más psicológicas que políticas, sobre el comportamiento
de grupo y la aceptación de la diversidad.
Lo
extraño no es el comportamiento animal de la masa, sea en la forma y época que
sea. Esa que no necesita procedimientos, pruebas o análisis sino tan solo la
potencia amplificada de un sentimiento. Lo eternamente alucinante es
que desde la propia democracia se fomenten comportamientos disolventes de
la propia democracia. Que sean sus propios dirigentes o instituciones los que
enciendan la primera antorcha.
No
se puede criminalizar a los votantes. Todas las personas son respetables y,
además, votan por diversos y respetables motivos a menudo muy poco
simplificables. Por otra parte, es absurdo combatir la ilusión por dejar atrás
la peor pandemia en un siglo. Pero, ¿es inexacto decir que el lema “comunismo o
libertad” es una estrategia electoral deliberada, diseñada desde el poder para
polarizar al electorado, desprestigiar al contrario y manosear
irresponsablemente algo tan preciado como la libertad? No es tomar partido. Es,
sencillamente, periodismo. Contraste y análisis. En los EEUU de Donald Trump
los principales medios del país tenían claras este tipo de cosas, como recordó hace unos días
Jesús Maraña en infoLibre. Eso sí, por más que
durante la campaña se produjeran comportamientos profundamente
antidemocráticos, pasada la cita electoral la democracia sigue vigente.
Afortunadamente, sigue siendo más grande que sus amenazas.
Cuando se dice
que “sin periodismo no hay democracia”, no se trata (sólo) de una proclama
corporativista. Y si el periodismo va mal, preguntémonos cómo de plena es la
democracia. Preguntémonos, por ejemplo, cuánto espacio ocuparon en la última
campaña los debates sobre la gestión de los asuntos del día a día de los
madrileños. No me refiero a sensaciones o “relatos” sobre la gestión, ni a la
gestión de otros ámbitos (que tienen sus propias elecciones) ni a los
sentimientos capitalizados sino a los debates contantes y sonantes sobre la
realidad cotidiana. Con cifras y datos contrastados.
No hay libertad
sin responsabilidad, porque la libertad no opera en el vacío. Ni hay libertad
sin libertades, múltiples, diversas y ajenas, porque la sociedad no es una selva.
Por eso, pasadas las elecciones, caen las caretas.
Pasadas
las campanadas improvisadas de la Puerta del Sol y otros lugares con el fin del
estado de alarma, dirigentes compungidos recuerdan, como el alcalde de
Madrid, José Luis Martínez Almeida, que lo de la libertad era
tan solo un eslogan para la campaña.
“Vivimos en
sociedad, hay un marco en el que nos tenemos que mover. La libertad no consiste
en infringir las normas”, dijo este domingo. Vaya. El sentimiento de libertad
tampoco era libre. También recordó que el botellón está prohibido a pesar de
que la policía local pudo haber actuado de manera más contundente. Demasiado
poco y demasiado tarde tras meses luchando para que se levantase el estado de
alarma y sus restricciones apelando a que la sociedad es mayorcita para
protegerse. Demasiado poco y demasiado tarde cuando la Comunidad de Madrid
sigue teniendo numerosas herramientas y restricciones a su disposición
(incluido un toque de queda vigente en otras comunidades) que no se utilizan
solo para seguir responsabilizando al Gobierno central de todo a la vez: de los
controles y de la falta de ellos.
El liderazgo no
consiste en ponerse a la cabeza de una masa que grita (o, peor, enardecerla
para ganar votos) sino precisamente en domarla en favor del debate democrático
del conjunto de la sociedad. Porque ni hemos venido a emborracharnos ni el
resultado puede darnos igual.
InfoLibre DdA, XVII/4842
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