No ha pasado una semana de la dimisión de Pablo Iglesias tras el desbocado triunfo "libertario" en Madrid, así que la mayoría (sí, la mayoría, que ha hablado en sentido contrario al de sus intereses) sigue bailando sobre su tumba política. Bueno, algunos, inseguros todavía, se apuran añadiendo paladas de tierra, no vaya a ser que el muerto resucite. Descuartizar el cadáver y repartir los despojos entre la turba también está entre las opciones de los verdaderos vencedores, que son los de siempre: los que han inventado a un partido de centro y han azuzado otro de extrema derecha, los que han utilizado sus poderes mediáticos y sus cloacas del estado para criminalizar a una figura demasiado simbólica, a 10 años del 15M, expresión de rebeldía y hartazgo del régimen del 78. Los verdaderos vencedores lo son desde el 39, y aún antes, ya que la Segunda República no consiguió, en su exigua existencia, cimentar las bases de una España respetuosa de la pluralidad ideológica y progresista en su concepción económica y social. Así que los que mandan quieren decidir también a quién debemos votar (y, sobremanera, a quién no debemos hacerlo), ofreciéndonos una amplia gama de colores (el verde lleva la delantera claramente esta semana primaveral) que excluya, en todo caso, al rojo. Ya se han postulado nuevos sucesores para el cambio de temporada, adaptándose a las nuevas tendencias homologables. Los tercos (puede decirse, necios) seguiremos abonados a la eterna lucha de intereses que entrecruza, por los siglos de los siglos, a las sociedades humanas. Es manido, y hasta aburrido, pero tocará reflexionar, reinventarse, reorganizar, y reconstruir (erre que erre) un proyecto que favorezca la lucha por reducir la desigualdad aunque, casi siempre, las clases que más necesitan ese instrumento, no sean capaces de concienciarse de su importancia. No desterremos el rojo de nuestra paleta de colores.
DdA, XVII/4843
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