Alicia Población / Fotografías: Hayeda
Cultura
En una esquina de la Calle Arenal, en el tumulto de la
Puerta del Sol o en una pequeña plaza algo escondida: la música puede aparecer
en cualquier rincón de la ciudad de Madrid. En ocasiones nos dejamos llevar por
los sonidos que sorprenden nuestra rutina, otras veces nos molestamos al
escuchar algo que no estaba en nuestra agenda. La Calle Suena es un proyecto
que surge para reflexionar sobre las problemáticas vinculadas a la música
callejera en el Distrito Centro de Madrid. El pasado domingo 25 de abril se
estrenaba en la Sala Equis el corto-documental “la calle tiene
magia”, que trata sobre el fenómeno de la música de calle.
Hablamos con los directores, el realizador audiovisual Gerardo Yllera y
el antropólogo Flavio Sousa.
¿Por qué es necesario que la música suene en la calle?
Flavio Sousa:
La música es necesaria, en todas partes, en nuestras vidas, de una forma muy
amplia. Cuando pensamos en música y calle pensamos muchas veces que la calle es
un espacio menor, un espacio donde no cabe el arte. Con los músicos vemos que
las cosas no funcionan exactamente así. La calle también es un espacio legítimo
para la música y el arte, tan legítimo como las salas de teatro o de concierto
o los festivales. Cuando la música está en la calle hay un acceso directo de la
ciudadanía a lo que son los elementos artísticos, al espectáculo artístico. También
existe de este modo una responsabilidad social por parte de los músicos por el
hecho de llevar el arte a las personas.
¿Qué les da a los músicos tocar en la calle?
Flavio Sousa: Yo
estuve muchos años investigando la música callejera. Soy antropólogo, y mi
tesis doctoral va sobre la música callejera en Madrid. Una de las conclusiones
de la investigación fue que había dos formas de intercambio entre los músicos y
la calle. Por un lado está el intercambio económico, que pasa por los estuches,
las gorras, con monedas, billetes, y esto hace referencia al músico trabajador.
Por otro lado están los intercambios simbólicos, que son mucho más sutiles y
delicados. Están dentro de la subjetividad pero no son menos importantes para
los músicos. Son los aplausos, las sonrisas, los comentarios positivos… Al
final estas dos formas de intercambio se complementan en lo que es la música
callejera, no solo en Madrid, sino entendido como fenómeno. La música callejera
va mucho más allá del intercambio económico.
Gerardo Yllera: En
una sala tienes al público, digamos, controlado, ha pagado la entrada, está
predispuesto a que le guste. Por otro lado tú estás en un escenario, por
encima, con unos focos que no te permiten ver las caras de la gente que te
escucha, estás más protegido, y no tienes tanta interacción con quien está
escuchando, al menos al principio. Precisamente al tocar en la calle estás a
ras de suelo, te obliga a ganarte a cada persona que pasa y que no te conoce,
te ayuda a sacar unas herramientas que en el escenario no necesitabas. Ser más
consciente del repertorio que eliges, otras formas de establecer contacto,
mirar a los ojos, por ejemplo, sonreír, tener una energía desde dentro que
atraiga a la gente… Luego cuando vuelves al escenario todo eso lo llevas puesto
y también ayuda y te hace crecer como músico.
¿Cómo se crea una atmósfera propicia para la escucha
en la calle?
Gerardo Yllera: Tienes que elegir muy bien el lugar donde te colocas, que no estés con unas obras detrás o que la calle no tenga mucho ruido. Un lugar con encanto, una equina concurrida. Hay ciertos lugares que interesan más, pero también es un poco lo que tú quieras llevar. Si vas a sacar dinero tocando a pleno volumen eliges Sol, pero igual te apetece más una placita escondida por el barrio de los Austrias y creas una atmósfera que, aunque pase menos gente, los que pasan se quedan más tiempo.
¿Puede ser el arte callejero una manera de llevar la
cultura a zonas más marginales.
Gerardo Yllera:
Desde el Festival de Música de calle de 2019, que organizamos desde La Calle
Suena, se propuso que los conciertos no fuesen solo en el centro, sino que
también fuesen en los barrios periféricos, precisamente por eso. Por un lado
para desmasificar el centro y por otro para darles a esos barrios un tipo de
cultura que no suelen tener.
Flavio Sousa:
La música callejera es una herramienta fundamental para llevar la cultura a
otros espacios de la ciudad. Sin embargo también es necesario entender que esta
sigue el flujo de las personas, hay una intencionalidad económica, como
comentaba antes, y si estamos hablando de músicos profesionales que viven de
sus capacidades tienen también que pensar en sus estrategias. Quizá a un músico
no le compensa toca en un barrio que esté fuera del centro, precisamente por el
menor flujo de gente.
¿Cómo deberíamos regular la conflictividad generada
por la música callejera cuando es percibida como ruido?
Flavio Sousa:
Es importante entender lo que es el ruido. El ruido es el sonido no deseado.
Tenemos que pensar bien qué es y qué no es ruido en nuestro cotidiano. Es
evidente que la música genera conflictividad porque emite sonido, participa en
la creación de los paisajes sonoros de la ciudad. La conflictividad aparece
cuando la música deja el espacio público y se adentra en el espacio privado.
Aquí ya hablamos de derechos fundamentales como la intimidad o el derecho al
descanso. Para regular esto es fundamental un largo proceso de diálogo entre
los diferentes actores sociales: los vecinos, la administración pública, los
comerciantes y los músicos, para que a partir de ahí se llegue a un consenso en
el que todos estemos de acuerdo.
En 2013 Ana Botella puso un examen para quienes
quisieran hacer música en la calle, ¿qué tipo de criterios tenían estas
evaluaciones? ¿Se usaban los mismos criterios al examinar a un músico de
clásico que a uno de free jazz?
Gerardo Yllera: Entendemos que estos castings fueron una propuesta desastrosa. Fue una manera de afrontar el conflicto desde la ignorancia. De hecho, por lo que sabemos de gente que en ese momento tocaba en la calle, en ningún momento se intentó comprender de qué iba este tema. En este tipo de exámenes para determinar quién toca bien o quién toca mal había también cierto trasfondo racista, cierta intención de echar al “rumano del acordeón, que no sabe tocar ninguna canción”. ¿Qué pasa? Pues que a lo mejor el rumano del acordeón es un musicazo que toca desde los 8 años, que llegaba al examen, te tocaba una canción de la hostia, y pasaba. Y de todas formas, ¿quién juzga lo que es tocar bien y tocar mal? Juzgar desde luego no es la manera de regular esto. A raíz del cambio de Ayuntamiento, con Carmena, creamos La calle suena y empezamos a interactuar para intentar regular. Y es verdad que este ayuntamiento sí que hizo un esfuerzo por entender. Los permisos no pudimos quitarlos, aunque sí nos gustaría que cualquiera pudiera tocar, con una serie de horarios y espacios. Con una autorregulación, entendiendo que no vas a querer estropear el trabajo del otro. Ahora el nuevo Ayuntamiento por lo menos no ha vuelto a poner los castings, aunque sí ha puesto un cupo de gente máxima porque tenían miedo de que se masificara la calle, como si fueran a salir cientos de músicos a tocar, creían que iba a ser un caos…Lo del casting en concreto además era muy aleatorio, en el tribunal me parece que había dos personas que tocaban clásico y un administrativo. A raíz de eso luego salieron muchos escándalos. Pedían un currículum que ni siquiera se habían leído. Por un lado fue el desastre pensar que con un examen se iban a arreglar las cosas, y por otro que directamente lo llevaron mal y parecía más una selección a dedo.
En 2017 Manuela Carmena hablaba de un borrador para
distinguir entre mendicidad musical y músicos callejeros. ¿Cuál es la
diferencia? ¿Sería necesario un examen para distinguirlos, un currículum?
¿Dónde están los límites de la mendicidad musical?
Flavio Sousa: Son
límites muy delicados. Hay una parte de la gente que percibe la música
callejera como una suerte de mendicidad encubierta. Es complicado establecer
los límites y entender estas fronteras. Volvemos a lo de juzgar. ¿Quiénes somos
nosotros para decidir este músico sí o este músico no? Esa decisión es de la
propia ciudadanía. Un músico o un proyecto que no funciona no va a pasar mucho
tiempo en la calle por lo que comentaba, siempre hay una intencionalidad
económica por detrás, y si un proyecto no es bien recibido por el público
pronto dejará de estar en la calle. No sé hasta qué punto es acertado hablar de
incluir unos determinados proyectos y excluir otros.
Dices que cuando un músico no es bien recibido por el
público deja de tocar, pero, si ese músico lo único que tiene es su instrumento
para poder comer, me imagino que seguirá saliendo a la calle a ganarse la vida
con él. ¿Qué hacemos con esto?
Gerardo Yllera:
Es algo complicado. Por ahí va un poco lo de marcar unos horarios y unos
lugares para tocar, crear un sistema rotatorio. Por ejemplo, si eres un músico
que sí o sí vas a estar tocando en la calle, que no puedas estar más de dos
horas en el mismo punto, y en determinadas horas. El distrito centro, que es
donde todo el mundo quiere tocar, lo hemos dividido. Hay zonas que son de
grandes almacenes y tiendas, donde se permite utilizar amplificación y
percusiones porque vive menos gente. En otras calles que siguen siendo muy
atractivas como la Calle Arenal, en las que sí que vive gente, el horario es
más reducido y no se permite amplificación ni percusión. La solución no es
prohibir a la gente tocar, porque efectivamente hay quien se gana la vida así.
Si solo tiene eso va a seguir haciéndolo legal o ilegalmente. Se trata de
encauzar por la vía legal, pero con una ley que también tenga algo positivo
para los músicos.
Aunque sí existe una regulación horaria no es lo mismo
tocar de buena mañana un domingo en la Puerta del Sol que hacerlo en hora
punta. ¿Cómo se reparten los músicos?
Gerardo Yllera:
Por el que llega antes. Con El Rastro hay mucho problema, hay solo cuatro o
cinco puntos en los que se puede tocar, y sabes que si coges uno de esos tendrás
una buena gorra. Los músicos se levantan a las 5 de la mañana para estar ahí
los primeros. A veces hay problemas, pero no se nos ocurre otra manera de
hacerlo. Quizá si estuviera algo más organizado, con una web informática, un
sistema de aplicaciones o algo así se podría hacer, pero vamos a lo de siempre,
no nos hacen suficiente caso.
Flavio Sousa: Tenemos
una propuesta que es crear una especie de oficina de la música callejera que
sería un espacio de investigación para entender la actividad en sí. Un espacio
de mediación ante los conflictos que puedan surgir y un espacio de promoción.
Se queda con el espacio quien llega antes, pero a la vez hay una especie de
compañerismo entre los músicos. Si yo llego a las 11, estoy una hora tocando y
luego te pones tú. Todo se autorregula, el problema es cuando esta
autorregulación implícita no funciona del todo y ahí sí se percibe la necesidad
de establecer algunas pautas.
¿No creéis que tocar en la calle pidiendo la voluntad
o pasando la gorra sería hacer un poco la competencia desleal a aquellos
músicos que sí tienen un caché establecido?
Flavio Sousa: Yo creo que no. La calle, los teatros, los festivales, los escenarios, son espacios complementarios, no creo que entren en conflicto. Son dos modelos distintos. Hay ciertas bandas, ciertas agrupaciones que no cabrían en la calle, su formato no cabe, y de la misma manera hay determinados formatos y proyectos artísticos que no funcionarían bien en el escenario. Creo que es una relación sana, híbrida, entre músicos y proyectos que circulan desde la calle a los escenarios pasando por festivales y teatros. Se retroalimentan. Recuerdo cuando, haciendo el trabajo de campo de mi investigación, un músico me decía: “Oye Flavio, hoy estoy tocando en la calle con mi banda, pero el próximo jueves, con otra formación, voy a tocar en el Palacio Real”. El movimiento es muy fluido, muy complementario.
Gerardo Yllera:
Yo tampoco veo que haya ningún conflicto. Tú puedes tener tu caché como músico,
como Raúl Márquez cuando toca con Zenet, y otro día Raúl tiene su show con
loops y le gusta irse a la calle a tocar su propia música. Una cosa no quita la
otra. Los músicos que conozco que tocan en la calle están metidos en diez
proyectos a la vez. Si tú ya tienes un caché, está genial; ahora depende de ti
si quieres bajar a la calle o no. Si piensas que en la calle no te pagan el
caché no salgas. Pero es lo que hablábamos antes, en la calle la música se vive
de otra manera.
En el documental se decía algo así como que no es lo
mismo ocio que cultura. ¿Qué quiere decir esto?
Flavio Sousa:
Yo percibo la cultura como algo muy amplio, como algo que en realidad nos
diferencia de otros animales, que nos especifica como seres humanos. La cultura
es nuestra capacidad de generar conocimientos y transmitirlos generación tras
generación. El arte es uno de los pilares fundamentales de la cultura. Desde
hace muchas décadas el crecimiento de la industria cultural ha cogido lo que es
la música, lo que es el arte, y lo ha trasformado en un producto, algo consumible.
Pero tenemos que replantearnos la importancia del arte y de la música para
nosotros, seres humanos. Para nosotros la música va mucho más allá de un simple
producto.
¿Cómo se puede educar a una sociedad que no valora la
cultura desde el arte callejero? ¿Cómo se puede transmitir al público de calle
el esfuerzo que supone dedicarse a la música?
Gerardo Yllera:
Estando ahí, tocando todos los días. A mí particularmente no me gusta ser el
músico-víctima que dice que no tiene dinero. Hay tantas profesiones que lo
pasan tan mal que el que lo diga un artista a veces me pone un poco nervioso.
Cada profesión tiene lo suyo. Ser músico es una profesión muy difícil y a veces
te molesta que la gente no lo entienda así, pero luego sí que le remueve el
corazón cuando escucha un concierto bueno, y lo sabe apreciar. Yo creo que eso
es lo que tienes que llevar tú como artista, y sobre todo hacerlo por ti el
primero, y si la gente no entiende lo difícil que es ser artista pues bueno,
tampoco tenemos que andar diciéndolo, tienes que hacerlo porque a ti te
gusta, intentar tocar lo que a ti te gusta e intentar emocionar a la gente.
Flavio Sousa:
Quizá el quid de esta reflexión resida en saber qué importancia damos y cuál le
queremos dar a la música, al arte y a la cultura en nuestro mundo, y ubicar a
las personas. Qué importancia damos a un músico, a un pintor, a un analista de
cuentas, a un médico, a un directivo de una gran empresa o a un bróker. Es una
cuestión de pensar los valores que tenemos. Desde un punto de vista personal y
completamente sincero yo creo que un músico, en cualquier espacio, es
infinitamente más importante que un bróker.
El problema es que ahora el valor se determina desde
lo monetario. ¿Cómo transmitir que va más allá del dinero cuando la sociedad
que te rodea te dice lo contrario?
Flavio Sousa:
Es un trabajo a muy largo plazo, se hace muy poco a poco y tiene una relación
directa con los valores humanistas. El arte transmite esos valores y tiene que
estar valorado e incentivado, estar en todas partes, en los espacios
educativos, en el espacio de investigación, en el espacio público y en el de la
industria. Pero la cuestión es intentar repensar qué estamos haciendo y qué
valoramos como positivo.
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