Raúl Solís
Tiene 20 años. Se matriculó en un grado de Integración Social porque su vocación es ayudar a
los demás, poner el cuerpo para socorrer, acompañar, defender y cuidar a quienes han perdido hasta la
esperanza, que es lo último que se pierde. Luna acabó su bachillerato y,
seguramente, pudiendo elegir estudiar carreras con más prestigio social y
económico, decidió estudiar para ser defensora de las causas justas. Digo causas justas y no perdidas. Las
causas que son justas están por ganar, no perdidas.
Cuando terminó sus estudios de Integración Social, en Móstoles, quiso irse de voluntaria con Cruz
Roja y se fue hasta Ceuta porque
es la ciudad de origen de su madre. Contra todos los mensajes que le llegan por
tierra, mar y aire, Luna se apuntó para poner el cuerpo y darle abrigo y la bienvenida a las personas
migrantes que se juegan su vida para llegar
a nado en busca de la esperanza perdida.
El abrazo de Luna ha servido para que recibiera centenares de insultos por parte de la
ultraderecha, lo que ha provocado que la joven haya tenido que cerrar sus redes sociales para poner fin al acoso, pero
también para recordarnos que el mundo existe gracias a personas que ponen el
cuerpo y se plantan ante la barbarie.
El mundo existe gracias a ese profesor que, en contra del criterio
mayoritario de su claustro, le dio apoyo y cariño a su alumno homosexual que insultaban en el recreo, pegaban
a la salida del instituto y castigaban en casa por comportarse de forma no
adecuada para las mentes ordenaditas.
El mundo existe gracias a esos médicos y médicas que, cuando en España estaba
prohibido el aborto, ayudaban a las mujeres a interrumpir su embarazo en
condiciones de salubridad y seguridad sanitaria, a sabiendas de que estaban
incumpliendo la ley y que podían acabar
en prisión.
El mundo existe gracias a las Lunas, a esas primeras personas que se
plantan ante la barbarie y convierten un arranque
de humanidad en el principio de un camino
distinto y más feliz para quienes viven sin esperanza.
Luna es Rosa
Parks incumpliendo las leyes del apartheid racial de EEUU al
negarse a ceder el asiento a un blanco en el autobús, dando con ello el
pistoleazo de salida a los derechos civiles para la población negra. Luna es Silvya Riviera, una mujer trans, latina y pobre que
puso su cuerpo delante de la policía la noche que tuvo lugar la revuelta de Stonewall, 28 de junio de 1969, inaugurando con
ello la lucha moderna por la igualdad en el mundo de homosexuales, bisexuales y
transexuales.
Luna es ese sindicalista que
se la juega en su trabajo por defender el sueldo digno y salario justo de sus
compañeros, arriesgándose a ser despedido, a no ascender y a que ningún
compañero quiera ser visto con él porque los compromete si el jefe los ve
juntos. Luna es la abogada
feminista que defiende gratis a una mujer que lleva años
soportando las palizas de su marido en la soledad de su cocina.
Luna es la trabajadora
social de cualquier ayuntamiento que pasa la mano para que
una persona sin recursos pueda tener una ayuda económica de emergencia a pesar
de la imposible burocracia. Luna es esa vecina de arriba que se organizó con
otros vecinos y pararon el desahucio de
la familia del piso de arriba cuando la mayoría de la gente decía que las
deudas hay que pagarlas y defendían a los bancos en lugar de a sus víctimas.
Luna es el cura que
abre su iglesia para que duerman miles de inmigrantes en contra de la posición
de su obispo. Luna es el guardia
civil o policía nacional que se enfrenta a sus compañeros
y los denuncia cuando éstos usan la violencia de forma desproporcionada.
Luna es la funcionaria
de prisiones que mira de tú a tú a los presos,
les da confianza, los escucha y los logra comprender para ayudarlos a que sean
felices y rectifiquen la conducta que les ha llevado a delinquir. Luna es la charcutera, pescadero o frutera del
barrio que le cobra más barato, o directamente no le cobra, a la madre de
familia que no tiene recursos para dar de comer a su familia porque están todos
sus miembros en paro.
Luna es ese adolescente que hace sus prácticas de magisterio dando clases
particulares a los niños y niñas con menos recursos del barrio. Luna es la niña
de doce años que en plena pandemia puso un cartel en el ascensor para ofrecerse
a hacerle la compra a las personas mayores del bloque. Luna es la vecina que le da una vuelta a la anciana de 90 años que vive
sola y no tiene a nadie que la visite.
Luna es la vecina que,
en los días más aciagos de la crisis económica, cocinaba enormes ollas de
potaje de lentejas, garbanzos o chícharos para repartirlos entre las familias
del bloque más castigadas por el golpe económico. Luna es la vecina del segundo
que deja caer un billete de 50 euros en
el buzón de la vecina del quinto, sin que ésta se entere, para que pueda llenar
la nevera y sus niños no se acuesten sin un yogur y se tomen su vasito de leche
con galletas antes de ir a la escuela.
Luna es la humanidad. Por
eso la quieren derribar quienes tienen como modelo de sociedad la barbarie y
ruptura de los valores que permiten que el mundo siga siendo digno de llamarse mundo. Luna es toda esa
gente que pone el cuerpo a diario y tantas veces como haga falta para que el
mundo duela un poquito menos a los que ya no pueden más. Estigmatizar, señalar
y criminalizar a Luna tiene un objetivo
claro: que no haya nadie que frene la barbarie de quienes sólo
saben odiar.
La última hora DdA, XVII/4853
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