Javier Lezaola
Bajo el régimen del 78
se han celebrado unas cuantas elecciones –generales, autonómicas, locales y
europeas–, pero no todas han tenido la misma significación política, y es que,
para bien o para mal, unas pocas de ellas han ido mucho más allá de la mera designación de
representantes al Congreso, al Senado, a los parlamentos autonómicos o a las
corporaciones locales. Es el caso de los comicios de este 4M en Madrid, cuyo
censo electoral elige este martes a los 136 parlamentarios de su parlamento
autonómico, que elegirán a su vez al próximo presidente de su gobierno. Son
unas elecciones autonómicas, pero trascienden lo autonómico e
incluso lo estatal, y a estas alturas casi todo el mundo es
consciente de ello.
Si hubiera que quedarse
con un par de las miles de fotos de la precampaña y de la campaña de este 4M
por lo que significan, cabría hacerlo con dos tomadas, con apenas tres semanas
de diferencia, junto al mismo edificio de la misma plaza del
mismo barrio de la misma ciudad. Un par de imágenes que por separado
significan mucho pero que juntas lo significan casi todo.
La primera instantánea
la capturaba el fotoperiodista Olmo Calvo el
pasado 7 de abril y muestra, en primer plano, a Santiago Abascal durante un
mitin, mientras, a su espalda, una vecina entrada en años lo observa desde una
ventana de la que cuelga una pancarta con las letras del
nombre del partido de Abascal menos la del centro, que aparece sustituida por
un gran excremento. A pocos metros de esa escena, un ultraderechista
con orden de alejamiento por acosar a Pablo Iglesias y a su familia en su
propio domicilio se hace un ‘selfie’ con uno de los antidisturbios del Cuerpo
Nacional de Policía desplazados a la zona. Aquel día, la ultraderecha buscaba
sobre todo otra imagen –la de altercados iniciados por los vecinos
antifascistas que protestaban contra su provocación–, pero no fue capaz de
lograrla ni profiriendo insultos y amenazas ni lanzando objetos, y los
incidentes sólo se produjeron cuando Abascal acabó gritando “a por ellos”, rompiendo el cordón policial y
provocando una carga que produjo varios heridos, entre ellos el
fotoperiodista Dani Gago.
La segunda instantánea
la tomaba precisamente Gago apenas tres semanas después, el pasado 30 de abril,
y muestra, en primer plano, a Iglesias, durante un mitin, saludando puño en alto a varias vecinas también entradas en años
que le devuelven el saludo igualmente puño en alto.
El edificio protagonista
de ambas fotos es el mismo bloque de viviendas y está ubicado en la Plaza Roja
de Vallecas, uno de los barrios obreros de Madrid más
castigados por la metralla de los obuses durante el asedio franquista a la
capital; entre noviembre de 1936 y julio de 1937, Vallecas sufrió al
menos cinco bombardeos que produjeron 35 muertos y 42 heridos y redujeron a
escombros parte del barrio. Mientras tanto, barrios como el de Salamanca se
libraban de la metralla de los obuses precisamente porque no daban cobijo a
trabajadores antifascistas que se habían opuesto al golpe de Estado franquista
–apoyado por Hitler y Mussolini–, sino a muchos de los potentados que lo
habían respaldado y financiado. Han pasado ocho décadas, pero los
más viejos de Vallecas y de otros barrios obreros de Madrid aún lo recuerdan, y
lo recuerdan porque lo sufrieron en sus propias carnes y en las de sus
familias. Podría ser el caso de las vecinas
protagonistas de las fotos de Calvo y Gago.
El PP –partido fundado
por siete capitostes franquistas– gobierna la Comunidad de Madrid desde 1995;
más de un cuarto de siglo marcado por privatizaciones en
los servicios públicos, recortes sociales –sanidad,
educación…– para las gentes de barrios como el de Vallecas –que siempre lo
tienen todo más difícil; también la participación en estas elecciones, que caen
en día laborable y no por casualidad– y beneficios económicos y
fiscales para las de barrios como el de Salamanca. Los
bombardeos de 1936 y 1937 ya no pueden revertirse, pero las políticas ejercidas
por el PP durante este último cuarto de siglo sí.
Trumpismo a la madrileña
Antes de que Iglesias
anunciara la renuncia a su cargo en el primer Gobierno central de coalición
desde la II República –al que tanto le costó llegar porque tantas trabas le
pusieron para hacerlo– para enfrentarse a esa especie de trumpismo a la
madrileña que abanderan, cada vez con menos complejos, la derecha ultra del PP
y la ultraderecha de Vox, casi todo el mundo daba por hecho que esa
especie de Unión Temporal de Empresas con raigambre en barrios como el de
Salamanca ganaría las autonómicas prácticamente de calle, pero el anuncio del
líder de Unidas Podemos –que está siendo sometido junto a su
familia a un acoso planificado, sostenido indisimulado y sin precedentes al
menos en un político de gobierno, dirigido a intentar doblegarlo– y
su entrada en la liza evidenciaron la trascendencia histórica de la cita y
cambiaron el curso de los acontecimientos. Ya no todo estaba tan ganado para
unos ni tan perdido para los otros.
Este 4M está en juego la
posibilidad de revertir las políticas ejercidas por el PP durante este último
cuarto de siglo en Madrid –sustituir un gobierno por otro sólo tiene sentido si
el nuevo gobierno revierte de forma efectiva las políticas del anterior; lo contrario es, en el mejor de los casos, irrelevante y, en
circunstancias como las actuales, altamente temerario–, pero está en
juego mucho más: parar los pies al trumpismo a la madrileña neutralizando la
posibilidad del primer gobierno de coalición de una derecha cada día más ultra
y de su escisión ultraderechista –que no duda en hacer apología del
franquismo y de la guerra sucia o en mostrar su odio a todas y todos los que no
encajan en su modelo–, y además en la comunidad autónoma en la que
se ubica la capital del Estado, con todo lo que eso supone. Es más que probable
que del resultado de este 4M –y de la gestión del mismo– acaben dependiendo
muchas cosas; entre ellas, si en España se avanza o se
retrocede en materia de profundización democrática y de derechos económicos,
sociales e incluso humanos.
Si, a pesar de todas las
dificultades, las colas en los colegios electorales de
barrios como el de Vallecas, de municipios como Getafe o Leganés o de
corredores como el del Henares se convierten en la tercera gran
foto de esta convocatoria electoral –a sumar a las de Calvo y Gago–, lo que
hace sólo mes y medio muy pocos creían posible acabará siéndolo y el 4M de 2021
será una fecha para la Historia.
La última hora DdA, XVII/4836
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