Carmen Ordóñez
Luna estuvo trasteando un
rato largo en el ordenador.
- Mamá, hoy se prepara
algo gordo. He recibido la convocatoria por varios conductos y de colectivos
que no tienen mucho que ver entre sí. Es probable que no venga a cenar, y a lo
mejor tampoco a dormir.
Las redes sociales
entonces no estaban tan extendidas como ahora. Ni siquiera eran corrientes los
smartphones y las comunicaciones aún se hacían mediante SMS. Facebook sí tenía
bastante aceptación, desde luego, pero ella se había dado de baja por su
excesiva exposición. En algún momento publicaron una foto suya que no le gustó
y rechazó de pleno la herramienta, así que se enteraba de estas cosas por medio
de las listas de correo electrónico a las que estaba suscrita.
- Pues habrá que ir, le
dije. Voy a llamar a Cuca, a ver si se apunta.
La manifestación fue enorme,
impactante y poco común. No se veían banderas y sí muchas pancartas. Mucha
gente joven y también viejos luchadores cansados. Y mucha alegría.
Los convocantes
respondían a siglas tan poco convencionales como Democracia Real Ya o Juventud
Sin Futuro. Ninguna presencia visible de los sindicatos o los partidos
políticos habituales. El camión desde donde los convocantes arengaban las
consignas con un megáfono había sido prestado por el Co.Bas, un sindicato de
base y minoritario.
Al llegar a la Puerta del
Sol, muchos de los asistentes nos fuimos disgregando hacia los bares de los
alrededores donde comentamos la singularidad de aquella convocatoria y nos
felicitamos por su éxito. Otros se quedaron en Sol y formaron un círculo para
celebrar una asamblea donde se decidió pernoctar allí. Tomar la plaza era el
objetivo, emulando los recientes movimientos de la primavera árabe.
Los más volvimos a casa
con la sonrisa encajada pero con el mismo talante escéptico que siempre acababa
por destruir nuestras expectativas, por optimistas que fueran. Luna volvió muy
tarde aquella noche.
Por la mañana supimos que
algo muy importante se había puesto en marcha. Los que resistieron allí aquella
noche fueron sustituidos al día siguiente por otros, y luego por otros, y poco
a poco se iban quedado allí, plantando tiendas Quechua e instalando tenderetes
que ofertaban las más diversas alternativas. Pedían el apoyo necesario en forma
de asistencia personal; pedían que cualquier actividad que tuviéramos en agenda
para aquel día se trasladara a la Puerta del Sol. Pedían la luna y, mira tú por
dónde, la luna se mostró.
Sol se llenó de curiosos
que pudieron ver con asombro hasta donde llega la imaginación cuando se une a
la solidaridad.
Hubo quien tenía clase de
yoga y allá se fueron los alumnos y el maestro a hacer sus ejercicios; el
profesor de Filosofía trasladó allí su clase y el fisioterapeuta, su consulta.
En una esquina, un grupo coral ensayaba su repertorio. En otra, Agustín García
Calvo cantaba en griego clásico la Odisea. Sol se había convertido en el ágora.
Empezaron a formarse grupos asamblearios donde se debatían las más diversas
cuestiones.
Nosotras teníamos
previsto un taller de poesía aquella tarde y, ni cortas ni perezosas, nos
plantamos en la plaza con una mesa abatible, un megáfono y todos los libros que
pudimos cargar y nos instalamos en la puerta de La Mallorquina invitando a los
transeúntes a recitar versos a grito pelado. Unos cuantos se atrevieron; otros
se limitaron a observarnos con una sonrisa complaciente o a coger un libro para
buscar su poema favorito y, al menos, releerlo en voz baja.
Así pasó y aquello no paró en muchos, muchos días. El resto, ya lo contaron por la tele. Y lo llamaron 15M.
DdA, XVII/4849
1 comentario:
Q bueno Carmen
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