Cada vez que leo y celebro un artículo Manuel Castells en el diario La Vanguardia, no puedo evitar el recuerdo de esta fotografía en la que quien fuera portavoz del Partido Popular y alguna de los suyos, cuyos nombres le repugna mencionar a este Lazarillo, esbozan una sonrisilla burlona a cuenta del vestuario de quien, entre otros méritos (los de sus obras) es académico de Ciencias Económicas y Financieras, miembro de la Academia Británica, de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Estados Unidos, de la Academia Mexicana de Ciencias y de la Academia Europea. Don Manuel Castells es el sexto académico de Ciencias Sociales más citado del mundo y el erudito en Comunicación más citado del planeta. Las encuestas, sin embargo, dan por vencedor en la Comunidad de Madrid el 4 de mayo próximo al partido de quienes se chancean así de una personalidad intelectual cuyo prestigio internacional es incuestionable. En Madrid gana sobradamente según la demoscopia el partido que gestionó y gestiona la pandemia con los peores resultados de mortalidad de todo el país y un auténtico geronticidio en las residencias de ancianos. ¿No es como para temer lo que de se desprende de ese diagnóstico?
Manuel Castells
No sé si se dio cuenta, respetada lectora, de que
ya no hay pobres, ni enfermos, ni discapacitados, ni explotados, ni reprimidos,
ni discriminados, ni refugiados, ni indocumentados, ni analfabetos, ni
marginados, ni excluidos. Solo hay vulnerables. Y a estos y solo a estos hay
que proteger en toda la panoplia de políticas sociales que se despliegan tanto
en cada país como internacionalmente. Eso sí, son muchos. Sobre todo si se
incluye a los niños (esos sí que son vulnerables) e incluso, en algunas
formulaciones, a las mujeres, por su situación histórica de subordinación en la
cultura patriarcal.
Así que bastante más de la mitad de la población son
vulnerables. ¿Vulnerables a qué? Pues a que les pase algo malo por múltiples
causas tales como las enumeradas. Y los demás ¿qué somos? ¿Invulnerables? ¿Por
qué? ¿Porque tenemos el poder, el dinero, la educación, una ciudadanía de
primera, una buena conciencia o un sexo privilegiado? ¿O porque quienes estamos
en el control de la economía, la sociedad o la política declaramos a los demás
vulnerables para protegerlos y así hacerlos dependientes?
Es sabido que el origen de esta curiosa terminología
está en los bienintencionados documentos de la Agenda 2030 de las Naciones
Unidas, un catálogo de objetivos encomiables que ojalá pudiéramos alcanzar en
el 2030. Pero el lenguaje no es inocente. Consciente o inconscientemente se
construyen categorías (marcos se dice ahora, según Lakoff) con importantes
implicaciones prácticas. La más significativa es el difuminar las fuentes de
cada vulnerabilidad específica en un magma genérico que impide el diagnóstico
preciso y las medidas adecuadas.
Quienes son pobres lo son por las condiciones de
desigualdad imperantes en todas las sociedades derivadas de la creciente injusticia
en el reparto de la riqueza que generamos entre todos, cada uno según sus
capacidades. Pues habrá entonces que establecer una fiscalidad que capte
recursos allá donde se concentran disfuncionalmente concentrados, en particular
en las multinacionales tecnológicas y en los mercados financieros globales, y
se utilicen para asegurar las condiciones de vida básicas de cualquier humano
por el hecho de serlo. Según ha empezado a proponer alguien tan moderado como
Joe Biden. Moderado pero con principios.
¿Los niños sin educación son vulnerables? No, son
maravillosos brotes de vida que necesitan una educación de calidad y gratuita
cualquiera que sea su origen social. ¿Son vulnerables los parados? No, son
trabajadores que necesitan un trabajo que un sistema irracional no les
proporciona a pesar de sus deseos de contribuir a la creación de riqueza. ¿Son
vulnerables las mujeres abusadas, acosadas y relegadas a la trastienda de las
empresas y la sociedad por el hecho de ser mujeres? No, son mujeres que siguen
estando en muchos sentidos bajo el yugo del patriarcado, matriz original de la
humanidad. Si hay un término que englobe todas las situaciones connotadas como
vulnerables es el de seres humanos. Y la invulnerabilidad se llama derechos
humanos. Lo demás, empezando por las palabras, es construir una realidad
jerárquica en que los supuestamente invulnerables aceptamos cuidar de los demás
a cambio de que asuman su sumisión.
Y qué bien nos sentimos al repantigarnos en el sillón al final de un día más de ejercer de invulnerables en medio de un mundo que se descompone. En realidad, todos somos vulnerables como individuos aislados y dejamos de serlo cuando nos reconocemos como comunidad.
DdA, XVII/4821
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