martes, 13 de abril de 2021

EL PRÍNCIPE DE EDIMBURGO Y LAS CORISTAS


Vicente Bernaldo de Quirós

Tiene ya dictaminado el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando informaba de que en España se enterraba muy bien, que en el momento en que una persona conocida se moría, las palabras laudatorias eran frecuentes y casi nunca se ponía en una necrológica algún defecto o maldad de la persona fallecida, con lo cual los obituarios se tornaban muy difíciles porque era complicado tratar de buscar el elogio adecuado para el muerto.
   Es verdad también que parece de mal gusto poner el acento en los aspectos negativos de un cadáver, más que nada porque no se puede defender de cualquier infundio, pero es razonable que se sometan a balance los pros y los contras de los fallecidos para hacer un análisis cabal de su personalidad. Entre cebarse con un obituario y desmesurar el halago, media un término que es preciso valorar en justicia.
   En el caso del recientemente fallecido Felipe de Edimburgo, príncipe de Gran Bretaña y marido de la reina de Inglaterra, me da la impresión de que la prensa oficial se ha pasado con las loas, teniendo en cuenta que el tipo había sido toda la vida un crápula y pasó la mayor parte de su matrimonio real poniéndolo los cuernos a la soberana. Yo no digo que no tuviera virtudes, pero los defectos no hay que guardarlos en el palacio de Buckingham-
   A lo máximo que se llegó fue a decir que era un hombre leal, pero no fiel, a Isabel II, lo que es posible, pero la diferencia es una línea muy difuminada, porque si de verdad fuese leal le iría con el cuento a su santa esposa de que había tenido unas cuantas relaciones adulterinas.
   Merece mención especial los calificativos de la prensa española que, por mor de su sumisión monárquica se ha pasado tres pueblos con los elogios al príncipe de Edimburgo. El diario Abc le ha  considerado caballero y esposo perfecto, lo que no deja de tener su gracia, dada su vida sentimental. Uno está convencido de que en el periódico que ahora dirige Julián Quirós (ya me aprendí su nombre de memoria) hay un turno especial de redactores que elaboran en su horario El Mundo Today, porque cada vez que interviene en un tema espinoso, suelta unas afirmaciones que provocan la hilaridad general.
   Durante toda su vida el esposo de la reina de Inglaterra jugó a ser el príncipe y las coristas, (en singular en el título original) en recuerdo de aquella gran película dirigida en 1957 por Laurence Olivier e interpretada por él mismo y Marylin Monroe, llenando de oprobio a la "tía Lilibeth", tal y como la llaman nuestros reyes patrios.
   Lo que se rumorea de las alcobas reales es que Felipe no tenía vida marital con Lilibeth, bien sea porque a la reina le daba el aliento un pestazo a ginebra que hacía imposible la coyunda (y perdón por el micromachismo) o porque sencillamente a la jefa de la Commonwealth le repateaba tener un tipo estirado, machista, racista y grosero en la misma cama o simplemente porque los dos roncaban y preferían hacer vidas separadas.
   Sea lo que fuera, Felipe de Edimburgo, que en vida tuvo mala prensa y los tabloides británicos se lo pusieron difícil, una vez muerto recuperó  el prestigio y no se habló de otra cosa en la pérfida Albión que de la caballerosidad del monarca consorte, aunque me da la impresión de que la tregua va a durar poco.
   Dicen los expertos en la monarquía británica que el personal súbdito de ese país, ya no aclama tanto a su reina como en el pasado y que está floreciendo un espíritu republicano que recuerda a los malos tiempos para la Corona de Diana de Gales. Perdonadme que sea un tanto escéptico y aunque la razón siempre asiste a las repúblicas y nunca a las monarquías, el clasismo y el conservadurismo inglés es de tal calibre que para desertar de ese modelo de jefatura de Estado tienen que pasar todavía muchas cosas. Una de ellas era que se muriese el príncipe de Edimburgo. Pero faltán algunas más. 

      DdA, XVII/4817      

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