Raúl Solís
La vocación por el periodismo
se te quita entrando en la facultad. Cuando llegas piensas que el periodismo
es la búsqueda de la verdad, con los diferentes enfoques y líneas editoriales
que deben tener cabida en una sociedad democrática. Si no se puede encontrar la
verdad, porque nunca es absoluta, uno se conforma con detectar las
mentiras. Sin embargo, lo primero que aprendes, porque así se te dice con
decenas de señales explícitas o implícitas, es que ser buen periodista es
sinónimo de entrecomillar mucho, que se vea poco el criterio propio
y, por supuesto, cero opiniones. La opinión, el análisis o el criterio propio
son impedimentos para encontrar trabajo.
En una sociedad llena de precariedad donde
ni siquiera ir a la universidad te garantiza un empleo, no digamos ya si
estudias periodismo, es fácil adaptarse a esta máxima del periodismo
entrecomillado. O te adaptas o te extingues, y la gente tiene el vicio de
comer tres veces al día. Periodistas incluidos. Si a esta formación
acrítica que se imparte en las facultades, donde se te dice desde el primer
curso que el buen periodista es aquel al que no se le nota lo que piensa, se le
suma la precariedad de la profesión y el miedo a ser despedido, en caso de
haber tenido la fortuna de encontrar trabajo, lo que tenemos es una profesión
de entrecomilladores. Mentiras incluidas.
El fascismo se ha valido del
periodismo entrecomillado para lanzar sus bulos, su odio y poner en la diana a
sectores vulnerables de la población. ¿Cómo puede ser que un medio de
comunicación afirme que las competencias de las residencias de ancianos de
la Comunidad de Madrid son de la Vicepresidencia Segunda del Gobierno de España
que lideraba Pablo Iglesias, como ha hecho este mismo lunes Ana Rosa
Quintana, la presentadora del programa líder en audiencia de las mañanas, y que
nadie le imponga una sanción por gestionar de forma fraudulenta un derecho
fundamental como es el derecho a la información?
¿Cómo puede ser que haya medios
de comunicación que entrevisten a Isabel Díaz Ayuso, pasó este fin de
semana en El País, y se publique la literalidad de una respuesta de ésta
en la que afirma que en todas las comunidades autónomas han dimitido consejeros
o directores generales de Salud por la gestión de la pandemia, con el
intento de no tener que hablar de los motivos por los que dimitió la directora
general de Salud Pública de la Comunidad de Madrid? ¿Cómo se puede
publicar y entrecomillar la mentira?
¿Cómo la profesión periodística
se ha podido permitir lanzar informaciones en las que se afirmaba que Podemos
quiere ocupar todas las casas de España después de que Abascal o
cualquier líder de Vox hayan hecho esta afirmación en un acto
público? ¿Cómo es posible que los grandes medios de comunicación, que reciben
publicidad institucional de forma generosa, se hayan convertido en un
problema central para la seguridad de los menores extranjeros no
tutelados por haber llevado a portadas mentiras y señalamientos de la
ultraderecha?
¿Cómo es posible que haya
periodistas que piensen que su obligación es replicar lo que dicen
otros actores políticos sin mirar antes si esos datos son ciertos o falsos y a
quién se pone en la diana si se publican? ¿Cómo es posible que la
vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, lleve más de un
año sufriendo bulos que se hacen virales y que la culpan de un delito
de abuso a menores que ha cometido su exmarido? ¿Cómo es posible que haya medios
de comunicación que cuestionen los datos de madrileños fallecidos por
Covid enviados diariamente por la Consejería de Salud al Ministerio de
Sanidad? ¿Cómo es posible que haya gente tan segura de sus mentiras?
¿Cómo es posible que haya
medios de comunicación que hayan dicho de una trabajadora del Ministerio
de Igualdad que es la niñera de Irene Montero porque en un momento dado
cogió en brazos a uno de los hijos de la ministra y se le hizo una foto
con intención de manipularla? ¿Cómo puede ser que haya ciudadanos que creen a
pies juntillas que Podemos ha sido financiado por Venezuela, a
pesar de que hasta en una veintena de ocasiones se han archivado denuncias
sobre una supuesta financiación irregular de la formación morada, y casi nadie
sepa que Vox ha sido financiado por Irán, información confirmada por la
propia formación ultraderechista?
¿Cómo es posible que haya
periodistas como Ana Rosa Quintana, pero no únicamente, que ponen en duda
o llevan a sus mesas de debate a contertulios que niegan las amenazas de muerte
sufridas por el ministro del Interior, la directora de la Guardia Civil y
el candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid? ¿Cómo es
posible que las asociaciones de la prensa no hayan salido ni una sola
vez a defender el periodismo y únicamente hagan acto de presencia en beneficio
del corporativismo rancio de una profesión que debería tener como
único horizonte la defensa de la justicia, la democracia y los derechos
humanos?
Es la hora de que la profesión
periodística ponga pie en pared. El fascismo no es una ideología legítima,
es la barbarie. El fascismo no es un argumento, es un crimen. No es un
argumento decir que vas a expulsar a españoles de origen extranjero, es
racismo. No es un argumento válido negar los derechos de las mujeres, es
violencia. No es un argumento la homofobia o la transfobia, es odio. No es un
argumento decir que los trabajadores deben cobrar poco y no tener derechos
laborales, es esclavitud.
Periodismo no es publicar con
comillas que “una manada de menas ha violado a una joven” de Madrid, sino
averiguar si una joven ha sido violada y quiénes han participado. Periodismo no
es publicar lo que otros digan, sino seleccionar y contextualizar lo que
se dice. El periodismo gestiona un derecho fundamental y a través de los
periodistas los ciudadanos forman sus opiniones políticas que luego
se verán reflejadas en las urnas.
El periodismo tiene como
función social y constitucional la gestión del derecho a la
información, el artículo 20 de la Constitución Española. Por eso, porque el mal
ejercicio del periodismo degrada la calidad democrática, ha llegado la hora de
que señalemos a los periodistas que ejercen de portavoces de los bulos de
la ultraderecha. Sin periodismo no hay democracia. No es un
eslogan. Si el periodismo no distingue la verdad de la mentira, lo que se
viene se llama fascismo.
La última hora DdA, XVII/4830
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