Pablo Álvarez Fernandez
Tengo
una hija de doce años, una niña a la que, su madre y yo estamos tratando de
educar para que sea una persona solidaria, empática, generosa, tolerante y
libre de prejuicios.
Imaginad
ahora que, en medio de este proceso, día sí y día también, alguien de mi
entorno le repitiera continuamente mensajes de odio. Imaginad que le calentaran
los oídos con soflamas xenófobas, racistas, machistas u homófobas.
¿Qué
tendría que hacer yo? ¿Obviarlo? ¿Permanecer mudo, hacer como que nada ha
pasado y no dar respuesta?
Si
hiciera eso, si quedara callado, el odio no desaparecería y correría el riesgo
de que, ante mi indiferencia, el mensaje calara en mi hija y ella lo diera por
bueno. Un riesgo que no estoy dispuesto a asumir. Esa es mi responsabilidad
como padre. Pero no es la única, también tengo una responsabilidad como
ciudadano. Y aplico el mismo criterio.
Lo
siento mucho, no puedo permanecer impasible ante el fascismo, no puedo cerrar los
ojos y tapar las narices. No puedo.
No creo
que fingir que no existan sea la solución, no creo que el silencio o la
indiferencia los derrote. Esconderse, hacerse a un lado, es dejarles el camino
abierto para seguir avanzando. Podemos debatir sobre la estrategia, pulir las
formas, estudiar nuevas tácticas, pero el odio no puede ni debe quedar sin
respuesta.
Combatir
el fascismo es amar a la humanidad, es ser humano.
DdA, XVII/4814
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