miércoles, 10 de marzo de 2021

VILLAREJO, UN ESTADO QUE NO SE REGENERA Y SE CITA CON LAS CLOACAS


Pablo Elorduy

Tiene todo el mundo en sus manos, como dice la canción. O al menos eso quiere hacer creer. El hecho es que José Villarejo guarda siete cartas que afectan al núcleo del sistema político español. Son un disco duro con un 50% de información que la Justicia no ha logrado desencriptar, y una amenaza general —la mayor parte del tiempo, vaga— que es constantemente reflejada en sus medios de comunicación afines. Son siete cartas, una para la monarquía, otra para los dos partidos que han gobernado en España en los últimos 30 años, la espada de la Justicia (“quiero colaborar con la justicia, como he hecho toda la vida”, dijo con retranca el comisario al salir a la calle), la carta de la cloaca policial, la del empresariado, el comodín del periodismo y la carta que está usando contra los servicios secretos y su anterior director, Félix Sanz Roldán.

¿Cuánto de verdad y cuánto de mentira hay en la amenaza de Villarejo al conjunto del régimen? Si no es el Centro Nacional de Inteligencia, hasta ahora vapuleado por el comisario, nadie puede responder a esa pregunta. Algo que revela hasta qué punto un solo hombre pone en peligro al sistema. Tiene, o dijo que tiene el día que fue puesto en libertad por la Audiencia Nacional, la forma de provocar una catarsis.

El sistema no parece capaz de transformarse en un sentido democrático —no sin que eso afecte a expresidentes o dirigentes autonómicos, los jefes del Ibex o a las grandes cabeceras mediáticas— y la amenaza para la sociedad, no tanto para el propio sistema, es que esa catarsis la aproveche una fuerza que imponga un modelo autoritario basado en la purga, la expropiación, la censura y la persecución explícita y sin cortapisas de sus enemigos.

En abril de 2013, Rafael Chirbes respondía con preguntas al cuestionamiento sobre el alcance de la Ley de Memoria Histórica “¿Qué institución del Estado, qué fortuna, qué empresa podía soportar eso que tú llamas ‘llegar hasta el final’?, ¿no se había levantado todo esto sobre purgas, requisas, usurpaciones? ¿quién podía exhibir una legitimidad de origen?”. En el desangelado cuestionamiento de Chirbes sobresale una cuestión que los poderes de su generación no quisieron contestar y que hoy nadie se encuentra en condiciones de responder. “Llegar hasta el final”, la llamada “regeneración”, es estos días es al mismo tiempo una necesidad y una amenaza que no se limita a quienes hicieron uso de las cloacas.

La regeneración fallida

José María Aznar, que quiso reivindicar para sí el papel de capitán de la segunda Transición, llegó a La Moncloa con el anuncio de llevar a cabo una regeneración del sistema. Poner el contador a cero tras la Zona Especial Norte, los GAL, la corrupción clientelar, los Prado, de la Rosa, los Al Kassar y los fondos reservados. El anuncio duró lo que duran dos cubos de hielo en un vaso de whisky, Aznar descubrió que el PSOE no había inventado nada, que allí había demasiados intereses entrelazados como para poder cortar uno de un solo tajo.

Aunque el régimen no se regeneró, sí tuvo una segunda juventud. En marzo de 1998 se comenzó a comercializar la viagra, un hallazgo que tendría efectos simbólicos y reales entre una clase dirigente que iba a vivir un nuevo periodo de expansión con la definitiva privatización de sectores estratégicos y el dinero derivado del gran experimento de convergencia europea. 

El sistema se sintió encantado de conocerse con la entrada en el siglo XXI: el excedente de los beneficios de los países centrales de Europa se convirtió en la gasolina de un ciclo de crecimiento basado en el ladrillo y el turismo. Esas inversiones dieron paso a un flujo constante de cash entre las constructoras, el negocio del fútbol, los grandes medios de comunicación y las estructuras locales y autonómicas de los partidos. Recalificaciones y concesiones. Los sectores estratégicos se situaron en punta mediante el sistema de puertas giratorias. La justicia, la alta magistratura, acumuló privilegios y conexiones en ese tiempo. Con la monarquía ya se sabe lo que pasó (al menos una parte). No todas las instancias estaban completamente corrompidas pero el sistema entero se apoyaba en una base débil, con un origen dudoso.

La creación de ese inmenso vivero de ganadores y perdedores —en la pasada década el número de millonarios creció un 470% en España, mientras que hoy vive más gente por debajo del umbral de la pobreza que a comienzos de siglo— tuvo como efecto inicial la autonomía de las instituciones sobre la sociedad a la que representaba. 

Cualquier posibilidad de un “afuera del sistema” se encontraba neutralizada por las propias condiciones materiales bajo las que funcionaba la extracción del beneficio. La democracia representativa funcionaba por inercia y, no por casualidad, fue la primera instancia en entrar en crisis. Nadie que no estuviera en el secreto podía formar parte de aquello que se identificó como “la casta” en el nacimiento de Podemos. 

Durante esas tres décadas, las cloacas sirvieron al proyecto general ocultando lo que podía comprometer al sistema. En primer lugar, el dinero que no querían tributar en España, al mismo tiempo, las intrigas entre las distintas capas del sistema —caso Baŕcenas, caso Iberdrola— y de este contra sus enemigos —fueran de País Vasco, Catalunya o de Podemos— generaron aun más dependencia hacia Villarejo y sus socios. Estos hacían dinero y acumularon información hasta hacerse más fuertes, o al menos, creérselo, que las instituciones a las que servían.

Sueño con Dinamarca

El jueves, un vídeo manipulado recorrió los grupos de Whatsapp. En la parodia, los miembros del Parlamento danés sufren un ataque de risa cuando una diputada explica —o eso dicen los subtítulos— que las infantas se han vacunado en Emiratos Árabes Unidos. El éxito del montaje da muestra de un cansancio profundo hacia las instituciones que insisten en que “todos somos iguales ante la ley” durante la semana de la puesta en libertad de Villarejo y la regularización de 4,4 millones de euros del rey Juan Carlos I.

Desde la crisis de 2008, todas esas instancias han entrado en distintos momentos de crisis, de la más grave —la de la monarquía— hasta la más ligera —las crisis intestinas en el Ibex 35—. Como resultado, ninguna quiere o puede jugar un papel estabilizador. Y, en el interior de esas instituciones, aumenta la pulsión autoritaria, la ensoñación de que un puño de hierro puede limpiar la corrupción, cuando todas las experiencias históricas dicen que la multiplica. Esos discursos aspiran a encontrar a ese cuerpo social cansado, que no entiende nada, y que ha sido socializado en la defensa de sus privilegios, por pequeños que estos sean a los ojos de una infanta. La experiencia del sistema es triturar los discursos que, frente a los privilegios, defienden la igualdad.

Las cartas que guarda Villarejo enfrentan a los tres poderes unos con otros, afectan a la credibilidad del periodismo, amenazan judicialmente a los campeones del milagro económico español y, por encima de eso, dificultan la propia reproducción del sistema. El Estado carece de la convicción necesaria para regenerarse y, en cambio, acude a la cita con los emisarios de las cloacas, para ver cómo alargar la agonía. ¿Qué institución del Estado, qué fortuna, qué empresa podría soportar eso de llegar hasta el final? José Manuel Villarejo proclama que ninguna.

El Salto DdA, XVII/4785

No hay comentarios:

Publicar un comentario