martes, 16 de marzo de 2021

EL CAPITALISMO DAÑA SERIAMENTE LA SALUD

Octavio Colis

EL CAPITALISMO DAÑA SERIAMENTE LA SALUD, leo en un artículo escrito por Xavier Caño para la Revista Fusión en 2014, cuando aún no sabíamos que, además de todas las pandemias que mataban a millones de personas en los países menos desarrollados, seis años más tarde tendríamos encima de nuestras cabezas la espada de Damocles de covid-19, que mata indiscriminadamente; y cuando escribió el artículo Xavier Caño (de donde saco todos los datos que vienen a continuación), la malaria era la primera causa de muerte en lugares como África. Según la OMS, cada día morían 3.000 niños a causa de la malaria, y cada año 500 millones de personas contraían la enfermedad. La malaria supone para estos países pobres un coste económico tan elevado que la población no puede asumir, y es un impedimento fundamental para su desarrollo económico, porque siendo la enfermedad con mayor prevalencia en las zonas rurales pobres, afecta especialmente en las temporadas cálidas y estaciones de lluvia, cuando los trabajadores del campo deben recoger las cosechas. La solución para erradicar la malaria sería la vacuna. Lamentablemente, el desarrollo y comercialización de una vacuna contra la malaria no es un problema tecnológico, sino de financiación. Conocí en Khan Younis (Gaza) al doctor Patarroyo, durante la inauguración del Palestinian Red Crescent Building, lugar en el que desarrollé algunos trabajos en 1996, y el científico colombiano me contó que por haber regalado a la OMS su vacuna sintética contra la malaria se le echaron encima los laboratorios farmacéuticos del mundo, desprestigiando su labor y poniendo en duda su profesionalidad. Esa primera vacuna contra la malaria, conocida como SPf66, interviene en la fase eritrocítica (cuando los esporzoitos ya están dentro del torrente sanguíneo y se han convertido en merozoitos) y es efectiva entre el 30 y el 60% de los casos; es decir, puede proteger a unos 100 millones de personas.

No sé si habréis visto la película El jardinero fiel. La acción se desarrolla en Kenia, y describe el drama de un diplomático británico, tímido y aficionado a cultivar flores, que vive feliz con su esposa, aguerrida activista de los derechos humanos, que está investigando la cruel explotación de los kenianos más pobres por parte de una empresa farmacéutica. Un día, su esposa aparece brutalmente asesinada en el norte del país. Y, mientras recuerda su vida con ella, el diplomático investiga su violenta muerte, lo que despierta el recelo de poderosas fuerzas políticas y económicas que protegen a las empresas farmacéuticas.
Mientras Estados Unidos combatió en Vietnam y los europeos conservaron colonias en África y Asia, hubo financiación para el estudio y la lucha contra la malaria. Pero en el año 2014 en el que fue escrito el artículo, sólo la OMS canalizaba recursos para enfrentar el problema: 20 millones de dólares anuales, menos de una tercera parte del que se requiere para la investigación y el tratamiento. Las grandes compañías farmacéuticas no tienen interés alguno en que sus científicos a sueldo investiguen sobre ello, dado que esta enfermedad es propia de los países subdesarrollados, sin capacidad económica para cubrir los gastos de un tratamiento. Según la OMS, si la malaria se hubiera erradicado hace 50 años, el producto interior bruto del África subsahariana podría haber sido a principios del siglo XXI un 32% superior, lo que hubiera supuesto 100.000 millones de dólares, cinco veces más que toda la ayuda al desarrollo que los occidentales otorgaban al continente en 1999.
Pero, además, los cambios demográficos y las migraciones dan lugar a una redistribución de la enfermedad. Los cambios ambientales debidos al maltrato del planeta es otra de las causas importantes que han facilitado el camino a la malaria, como la deforestación y la nueva agricultura. Uno de los mayores problemas con que se enfrenta la humanidad en el futuro es el cambio climático y atmosférico, lo que facilitará la formación de criaderos del mosquito anofeles. Y también aparecerán nuevas pandemias.
Pero todo esto a los ojos del capitalismo parece que sea un problema menor, por lo que las grandes empresas farmacéuticas no están interesadas en hacer una altísima inversión para un medicamento contra la malaria que estaría destinado a poblaciones pobres y gente de regiones abandonadas, aisladas y sin desarrollo.
Las grandes empresas farmacéuticas no tienen interés alguno en hallar medicamentos y vacunas contra las letales enfermedades que azotan a los países pobres. Pero gastan en publicidad y mercadotecnia el doble de lo que invierten en investigación y desarrollo.
El consejero delegado del gigante de los medicamentos, Bayer, Marijn Dekkers aseguraba que “Bayer desarrolla medicamentos para los pacientes occidentales que pueden permitírselo”.
La mortandad por enfermedades que castigan sobre todo a países empobrecidos tiene mucho que ver también con los “ajustes estructurales” a los que obliga el Fondo Monetario Internacional si los estados africanos, por ejemplo, quieren obtener créditos del Banco Mundial. Esos "ajustes" son especialmente privatizaciones de lo público y rebajas de gasto social, especialmente en sanidad. Mientras la OMS indica que el gasto público mínimo en sanidad pública ha de ser un 15% de los presupuestos generales, en África la media es un 5%. Pero bueno, en España en 2018, el gasto público en sanidad se situó en 71.145 millones de euros, lo que suponía cerca del 6% sobre el producto interior bruto español. En términos de gasto sanitario per cápita, la cifra equivale a unos 1.523 euros. Y en el año 2020 alcanzó un 7,6% del Producto Interior Bruto.
Por su parte, el Nobel de Química de 2009, Thomas Steitz, ha denunciado que “grandes farmacéuticas han cancelado sus investigaciones de antibióticos porque curan a la gente y esas empresas no quieren curar a la gente sino vender fármacos que haya que tomar toda la vida”.
Que el sector farmacéutico es capitalismo puro lo indica que, en la lista de las 500 mayores empresas del mundo, los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superan los de las otras 490 empresas de esa relación. El remate de la calaña del capitalismo a partir de ese potente sector lo expresa la monja y médico internista catalana, Teresa Forcades, quien, en su obra “Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas” afirma que: “en 2000 y 2003, la casi totalidad de grandes compañías farmacéuticas pasaron por los tribunales de Estados Unidos, acusadas de prácticas fraudulentas. Ocho de dichas empresas fueron condenadas a pagar más de 2,2 billones (anglosajones ) de dólares de multa. En cuatro casos las farmacéuticas implicadas (TAP Pharmaceuticals, Abbott, AstraZeneca y Bayer) reconocieron su responsabilidad en actuaciones criminales que pusieron en peligro la salud y vida de miles de personas". Pero la hipocresía de las autoridades religiosas no es menor, porque el Vaticano es accionista de las empresas que fabrican, entre otras cosas, las píldoras anticonceptivas.
Mientras tanto LOS CIENTÍFICOS MIRAN PARA OTRA PARTE, investigan para quien les paga, son políticamente inanes. Y cuando un gobierno propone subir el presupuesto para investigación, los golfos apandadores que representan y velan por el capital, los políticos de la derecha, se echan encima de esos políticos que buscan el bien del común, acusándoles de comunistas arruinadores del país.
Y llevan razón, porque el gobierno "socialcomunista" de Sánchez destinará a Sanidad 3.421 millones de euros, la mayor dotación de la historia para el departamento, frente a los 327 con que se financiaba el ministerio con el PP.
Pero los científicos se irán a donde les paguen mejor, tienen “la sagrada misión” de investigar para las grandes multinacionales, y la también impajaritable cuestión de comer.

DdA, XVII/4790

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