martes, 16 de marzo de 2021

A LA INFAME AYUSO, POR "LOS HOMBRES SUFREN MÁS AGRESIONES QUE LAS MUJERES"



Leticia González Díaz

Pues sí, señora Ayuso, tiene usted razón; “los hombres sufren más agresiones que las mujeres”. Si hablamos de homicidios, los hombres mueren más (61% de las víctimas), y matan más aún (89% de los victimarios).

Justo es que, visto el revuelo, haya usted puntualizado con ese escueto “a manos de hombres principalmente”, esgrimido sin ganas y sospecho, sin convencimiento. Aunque usía disponga de los mismos datos objetivos, de los cuales dispone cualquier ciudadano de a pie que desee contrastarlo.
Puntualizar, le honra, ahora bien, lo mínimo exigible a un político de su nivel, valiéndose del micrófono y el foco excepcional que supone ser entrevistada en un espacio informativo seguido por más de 2 000 000 de espectadores, habría sido que además, nos hubiese contado dónde son agredidos, dónde finalmente, mueren esos hombres.
Yo, que no tengo su audiencia, pero tengo por lo visto, más decencia, y sigo además las noticias, se lo aclaro.
Los hombres en nuestro país y en todos los países del mundo sospecho, mueren en reyertas callejeras. En ajustes de cuentas relacionados con el tráfico de drogas, la prostitución, el crimen organizado. Mueren en las cárceles. Víctimas o ejecutores de robos y atracos. Tras trifulcas de tráfico, por violencia juvenil, por rivalidades deportivas. Mueren en el ámbito del ocio nocturno, tras haber consumido, por haber consumido o para poder consumir. Mueren, por supuesto, en el sector laboral, y en el vecinal. Peleas, venganzas, odios enquistados, guerras de bandas, de familias, de clanes, [...].
¿Sabe dónde no mueren los hombres?, los hombres no mueren de camino a casa sin mirar atrás por miedo. En un callejón oscuro, entre dos coches aparcados, desnudos de cintura para abajo, tirados en el suelo. No mueren en ese tramo alejado de la senda donde practican deporte. Con una mano tapando su boca, y la otra apretando su cuello, mientras son penetrados por sus tres agujeros. Víctimas de una manada donde todos graban, todos espolean, y todos de uno en uno, participan.
Los hombres tampoco mueren al llegar a casa tras una larga y dura jornada de trabajo, casi siempre un trabajo de mierda, asaltados a pesar de esa orden de alejamiento, quebrantada tantas veces que ya ni les pilla por sorpresa. En la cama mientras duermen, en la cocina, sobre el gres tantas veces barrido y fregado. Ante la mirada horrorizada e incrédula de esos niños a quienes han traído al mundo y apenas han tenido tiempo de criar. Los hombres no mueren empujados por la ventana de un quinto sorteando en su caída decenas de tendales para estrellarse en ese patio en donde ayer se les caían las pinzas de la ropa. No mueren arrastrándose a duras penas, tratando de llegar desangrados al rellano, buscando a esa vecina de puerta, quien tantas veces escuchó los golpes, y los insultos, los llantos tras la pared, y después el silencio, la mirada afligida en el ascensor, y el morado, siempre el morado en unos ojos incapaces de llorar, en unos labios incapaces de sonreír, esa vecina que poco podrá hacer salvo llamar, cuando por la mirilla descubra el charco rojo bajo el cuerpo inerte, al 112. Todas las noticias empiezan y acaban igual, vecinas en bata, puertas precintadas, pasillos con olor a lejía. Los hombres, cuando mueren, no salen con los pies por delante del que se supone el lugar más seguro del universo; su HOGAR, asesinados a manos de la persona que se supone, más debería protegerles, respetarlos.
Ignorar esto, ignorar las noticias, puede ser execrable, ahora bien, que te den dos minutos para hacer algo loable por la sociedad a la que representas y lo emplees en balbucear un par de mentiras de mierda, no tiene perdón.
Señora Ayuso, pensaba que era usted una tontita inofensiva, pero es usted INFAME.

DdA, XVII/4790

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