Félix Maraña
El acto de exaltación del monarca
"expatriado punitivo", que ha tenido lugar hoy en el Congreso de
Diputados, liquida de cuajo la posibilidad de que los historiadores puedan
conocer cuál fue la conducta del expatriado (a cuenta del erario público) en el
golpe de Estado de 1981. Porque fue un golpe de Estado. Y fue un golpe de
Estado en el que participaron los servicios secretos. Y triunfó, claro que
triunfó. ¿Quién obligó a Suárez a traer a Madrid al general Armada desde
Lérida? ¿En qué artículo de la Constitución se dice que el jefe del Estado
puede quitar al presidente del Gobierno a capricho? ¿Se ha leído la
Constitución el expatriado por su hijo? ¿Cómo es posible que un gobierno
legítimo celebre la figura de un hombre cuya conducta es todo menos ejemplar?
¿A qué viene ese acto de exaltación? Mientras, el expatriado goza de una
expatriación punitiva de lujo, una novela de intriga por entregas. Entretanto,
se custodian con cinco llaves los papeles secretos. Y los historiadores han
sido relevados de sus puestos por el novelista. Según éste, el golpe de Estado
fue el acto fundacional de la democracia. ¿No habíamos quedado en que era la
Constitución de 1978? La democracia necesita refuerzos y no ficciones ni
funerales. El funeral se ha celebrado con un banquete en el Congreso, que
pagamos todos nosotros a escote.
DdA, XVII/4773
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