Félix Población
Nunca hubo en este país nuestro un líder de la
oposición tan incapaz de defender el
caudal de electores que ha tenido y aún mantiene el Partido Popular, no sabemos
por cuanto tiempo después de las debacles de Euskadi y Cataluña. Si sobre Pablo
Casado pesaban las sombras acerca de su formación académica, con un máster
regalado similar al de su ex compañera Cifuentes, esa incapacidad para ganarse
un título por su propio esfuerzo es equivalente a la que está ofreciendo para
encabezar su partido. Tan lamentable fue el papel jugado por don Pablo como
alumno universitario como el que está representando al frente de la oposición.
Entre los argumentos
previsibles que podía dar el Partido Popular para justificar el desastre de sus
siglas en Cataluña a favor de la extrema derecha, no estaba en la agenda –por
falta de costumbre- ejercer la autocrítica que bien merecía tan rotundo
varapalo. Ni mucho menos esperar la dimisión de su líder, al que bien podría
haber acompañado la lideresa Arrimadas del partido naranja. Pero tampoco
parecía predecible que Casado se pusiera mayestático y viniera a acusar a la
sede de su partido de una suerte de mal fario, capaz de proyectar la sombra de
la desdicha sobre su cabeza, por aquello del dinero negro que se contó sobre a
sobre en sus despachos y sirvió a su vez para reformar Génova 13.
Por tanto, y también quizá
porque hacer frente a la hipoteca que pesa sobre el edificio podría ser una
cuestión peliaguda a la vista de los nublados derroteros electorales que se avizoran, lo que don Pablo
hizo valer en su comparecencia es el desalojo de la sede –según ocurre ante
algún siniestro- y su traslado a otro edificio donde no campe por sus respetos
el fantasma de Bárcenas, cuyo máximo objetivo en su vida de presidario se
centra en hacer astillas de sus viejo partido y promover todo aquello que pueda
aportar a favor de una extrema derecha briosa ante el desgaste del Partido
Popular. De momento, no faltan los que creen que a Bárcenas le queda partida por
jugar a favor de Vox, en donde con toda seguridad ha puesto sus complacencias.
Estamos ante una derecha sin
norte ni guía, contagiada por el virus de su pasado corrupto, incapaz de
adaptarse a la derecha europea y excesivamente medrosa y acomplejada frente a
los avances electorales de la extrema derecha, cuya influencia en alguna alta
autoridad de la judicatura va pareja a la que podría darse en algunos mandos
policiales, según un reciente comunicado de la Asociación Reformista de
Policías tras la contundente represión de las manifestaciones en pro de la
libertad de expresión. Nada que ver ese celo policial con la tolerancia que se
dispensa a concentraciones de claro signo neonazi y xenófobo.
Para colmar esa desolación de
programa y liderazgo, ni siquiera se perfila una personalidad capaz de
aglutinar un partido de centro-derecha respetable. La carencia de este, como
consecuencia de los pactos y contagios con Vox del PP y Ciudadanos, amenaza con
la posibilidad de que la ultraderecha –visto su avance electoral a costa de la
derecha y el independentismo unilateralista excluyente en Cataluña- pueda llegar a ser el
principal partido de la oposición. Imaginarlo duele en la memoria y oscurece el
horizonte.
*Artículo publicado en La última hora
DdA, XVII/4769
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