Jaime Richart
¿De verdad se cree, y principalmente los políticos y los
periodistas creen que, cuando alguien de los presentes en tertulias y debates
lo pone en duda, enfadados y casi indignados afirman con rotundidad que gozamos
de una democracia en todo el sentido y el contenido de la palabra? ¿De verdad
creen que con haberla declarado siete "padres" de una Constitución en
cuya redacción no participó ningún ciudadano o ciudadana extraídos de las
clases populares, lo mismo que al declarar la pandemia el marzo del pasado año
la OMS nos puso a salvo del contagio masificado de una gripe muy activa,
aquellos señores resolvieron de un tajo a España el problema político dotándola de
una democracia que valga la pena?
Nada de eso. Pues es
notorio, lo sabe hasta el último ignorante, que un modelo de estado y de
gobierno no se fabrican sólo por ley o por decreto, por rimbombantes que sean
los pronunciamientos y las intenciones recogidos en un texto. Lo mismo que una
dictadura no ha empezado jamás porque con esa misma palabra la implantase y
declarase el tirano. Consumada, el dictador nunca dice: "a partir de hoy
tenemos la dictadura perfecta". Pues bien, del mismo modo, de poco sirve
difundir y comunicar por los altavoces de la patria a la ciudadanía: "¡ya
tenemos democracia, una democracia moderna! ¡ya está estampada en una magna ley
que llamamos Constitución! ¡ya tenemos una bandera que así lo acredita, que
ondearemos ante el mundo para que conozca nuestro gran avance! A partir de hoy
gozaremos todos de libertades públicas, y no sólo de la separación de los
poderes del estado con arreglo a los principios de Montesquieu, también de
la separación de esos tres poderes con la religión, con el poder económico, con
el poder financiero, con el poder mediático, con el poder del ejército, con el
poder policial y hasta con el difuso poder médico-farmacéutico" (siete
superestructuras sociales).
No. Es evidente que ese revestir la sociedad a través de su poder
político con leyes más o menos resonantes, que además la ciudadanía no conoce
en sus aspectos esenciales, no le basta a ésta para sentirse estar viviendo en
democracia y para que todo el mundo se sienta cómodo. No basta ondear la nueva
bandera de la nación. No basta repetir por megafonía "¡esto es una
democracia!". Lo mismo que no desaparece un tumor del cuerpo por repetir
mucho quien lo padece: ¡ya no lo tengo! La única prueba que distingue a una
democracia de nivel de otra balbuceante es el paso prolongado del tiempo y
signos de que todo el mundo se siente relativamente satisfecho: prueba que ya
es evidente en todos los países europeos de la Vieja Europa, algunos desde hace
siglos...
Y esta prueba brilla en absoluto por su ausencia todavía en
España. En España, y con mayor motivo si se consulta a ciertos territorios de
su geografía, vapuleados, maltratados por el Estado. En España, mucho más de la
mitad de los 47 millones de su población no solo no está relativamente
satisfecha, es que está absolutamente
insatisfecha. Pero no sólo con el gobierno actual y
no solo insatisfecha con los gobiernos que han desfilado, sino con la propia
forma de Estado, la monarquía, con las leyes que se han ido promulgando y con
otras fundamentales que datan de cerca de siglo y medio, como la ley
hipotecaria; y también insatisfecha con la forma involucionista de
interpretarlas el poder judicial. Y también insatisfecha con el proceder de los
medios de comunicación, todos en manos privadas, que se constituyen en el poder
mediático por antonomasia, en el poder primero, que decide y condiciona a todos
los demás; razón por la cual los medios españoles están en el penúltimo lugar
de credibilidad en un estudio de la Universidad de Oxford. Pues sabido es que
antes un periódico y un micrófono, y luego también una pantalla en sus manos,
tiene mil veces más potencia psicológica e ideológica que mil leyes
incompletas, injustas y detestables que sancionan la desigualdad entre los
ciudadanos, entre los ciudadanos, entre las clases sociales y estos con la
clase política y la clase clerical. Lo mismo pasa más o menos con la Justicia.
Mucho más cerca, la española, de la mentalidad franquista que asoma en los
sexagenarios y septuagenarios magistrados de los altos tribunales, que del
sentido que tienen los jueces europeos y de los tribunales internacionales;
razón por la cual estos y la ONU les llaman a menudo la atención sobre su
irregular o anómalo, al final injusto, proceder.
La democracia es un modo de organizarse políticamente la sociedad,
en la que es deber de toda ella implicarse y hacerlo con voluntad y agrado.
Pues la democracia no es cosa sólo de los poderes, institucionales o no. Ella,
la sociedad entera, debe participar en su proceso evolutivo y en el r político
del sistema en que está vertebrada. Y eso no ocurre en España. El protagonismo
del ciudadano queda relegado a la función irrisoria ,miserable, de
votar a un partido político cada cuatro años. Y con mayor motivo lo es cuando,
en una situación en la que una grandísima parte de la población, como es el
caso de Catalunya, desea pronunciarse sobre su destino, los poderes
institucionales se lo impiden... En todo caso una democracia consolidada no
tiene a un rey felón ni encarcela a un muchacho por un twit. Una democracia
consolidada no consiente a 28 políticos del mismo partido robar a manos llenas
durante treinta años, sentados ahora en el banquillo por motivos en realidad
irrisorios al lado de infinidad de otras saqueos cuyo enjuiciamiento se ha
despachado con la mayor benignidad, cuando no han sido abortados por argucias
leguleyas. Una democracia consolidada, habida cuenta las condiciones en que se
oroduo la transición de la dictadura al presente régimen, hubiera hace mucho
convocado un referéndum para dilucidar lo que verdaderamente desea al respecto
el pueblo español...
En suma, a España le queda mucho recorrido para jactarse políticos
y periodistas de vivir en democracia. A España le faltan muchas cosas y le
sobran muchas otras para ese momento en que, preguntado todo el mundo responda:
"me siento relativamente bien en este Estado". Faltan tantas cosas y
sobran tantas otras, que me atrevería decir que, si el mundo no salta antes por
los aires, a España, para tener una democracia digna, le queda por lo menos
otro siglo...
DdA, XVII/4755
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