miércoles, 10 de febrero de 2021

LA CÚPULA DEL VARSOVIA











Félix Población

Creo que fue por los primeros años setenta del pasado siglo cuando algún zopenco, tarugo o lerdo de cuyo nombre más vale no acordarse,  tuvo la malhadada idea de eliminar la vieja cúpula del edificio Varsovia, uno de los pocos que se salvaron de aquel tsunami urbanístico que acabó con buena parte del patrimonio arquitectónico de Gijón en la década desarrollista de los sesenta, y que no estaría mal recuperar con la reproducción en maqueta de aquellos edificios que algunos conocimos en nuestra niñez y evocamos a veces en nuestra memoria al encontrarlos en las viejas fotografías.

Como yo no residía en ese tiempo en la ciudad, no tengo referencias de que semejante castración arquitectónica fuera motivo de polémica o resistencia. Parece ser, según me cuentan quienes sí fueron testigos de la misma, que el personal andaba muy ocupado en sacarle motes despectivos a la excelente y dramática estatua de la Madre del Emigrante, obra de Ramón Muriedas, o en contabilizar el número de plantas de los nuevos edificios que se levantaban y compararlos con la Torre de Bunkunión, el primero y más alto de todos ellos, que mereció una falla en el solar cercano de la Plaza de los Mártires.

Desde los setenta hasta 2006 estuvo decapitada la cubierta del edificio Varsovia, al que la cúpula otorgaba la culminación de una belleza de planta y singularidad  incuestionables, como también se la prestaban los viejos chapiteles de las torres de la iglesia de San Lorenzo, derribados durante la guerra y que nunca más fueron repuestos. Fue en 2006 cuando alguien con sensibilidad para advertir semejante chapuza emprendió una meritoria y minuciosa labor de recuperación del Varsovia, llevada adelante por el equipo del arquitecto Fernando Martín Ibáñez.  

Este edificio, como la iglesia neogótica citada, es una obra más del excelente arquitecto Manuel del Busto, del que se conocen otras construcciones no menos admirables en Gijón y en Asturias, y representa lo que él mismo denominó renacimiento moderno. Se trata, según leo, de una obra bisagra que enlaza los avances industriales con las artes aplicadas, eclecticismo y modernismo, elementos neogóticos con elementos neobarrocos. No se tuvo en cuenta nada de eso en los setenta, pues además de la decapitación inmisericorde de la cúpula de zinc tipo pagoda,  también se perpetró la eliminación de parte de la decoración existente en la fachada. 

Nunca tuve la oportunidad de visitar el interior del edificio, a no ser la afamada y acogedora coctelería de su planta baja que le da nombre -con la vista del mar al frente, sobre la vecina bahía de San Lorenzo-, pero creo que también es de admirar por su decoración, según explica Héctor Blanco con detalle en Ave Fénix, la recuperación del edificio de la calle Cabrales nº 18.

Gracias a la agudeza de encuadre de mi estimado Goti del Sol, podemos advertir en la imagen que ilustra este artículo el contraste entre la arquitectura amazacotada e impersonal de nuestros días y la estilizada cúpula que parece insertada en medio de los macizos rascacielos como una de las más carismáticas señas de identidad arquitectónica de aquel Gijón de principios del pasado siglo. Recuperar esa cúpula, aunque ya no sea la misma desde la que se otearon las mareas de más de cien años de la historia ciudadana, es algo que debemos agradecer al mencionado arquitecto y a su equipo. 

Las ciudades con memoria -como lo son aquellas que respetan su arquitectura histórica- cumplen al preservarla una función primordial en el devenir del tiempo: tener presente, evocar y respetar la vida de las generaciones que nos precedieron en ese mismo ámbito urbano y pretendieron con su trabajo y su legado hacer más entretenido y deleitoso el entorno civil. La airosa belleza de esa cúpula nos habla de eso y es todo un gusto volver a apreciarlo, aunque sea entre tanta monótona geometría como la de los altos y compactos edificios próximos.

        DdA, XVII/4755       

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