Jaime Richart
Entiendo perfectamente a Iñaqui
Gabilondo. No me extraña que se haya despedido de su análisis político diario
en la SER. Hace mucho, desde el primer momento, consumada la maniobra del
tránsito de la dictadura a otra cosa, sentí indignación. Y luego, a medida que
se asentaba la situación, indiferencia hacia la política recién inaugurada tras
asomarme un corto espacio de tiempo a un canal de televisión llamado
"Parlamento". Y desde luego desgana por analizar lo que ocurría la
política, todo en el camino que yo presuponía previsto por los muñidores de la
pimpante imitación de democracia. Y esa indignación, indiferencia y después
desgana eran, y son, debidas a un hecho crucial en mi consideración: el
nacimiento del ordine nuovo. Todo,
para mí, estaba viciado, falseado, manipulado por los legatarios franquistas
redactores la Constitución, que incluía en el paquete la monarquía y el Borbón
preparado durante décadas por el tirano...
Y es que sabiendo como sabemos
que, si al argumentar una de las dos premisas del silogismo (es decir, el punto
de partida, la base del razonamiento), las dos o sólo la mayor son
inconsistentes o falsas, la conclusión de dicho silogismo es necesariamente
falso (algo que desde el principio, en esta España deficientemente democrática
recorre de punta a cabo prácticamente todos los debates parlamentarios). Pues
la premisa mayor tiene doble cara torticera. Por un lado la Constitución y por
otro la transición (sin mayúscula) con las que se suponía se inauguraba una
democracia, estaban tan viciadas de manipulación por parte de quienes la
cocinaron como de consentimiento del pueblo que la votó. Viciado, porque los
votantes eran presa del miedo a un nuevo golpe de estado militar dada la
tensión psicológica vivida en la que sonaba a toda hora ruido de sables. De
ambas circunstancias: por un lado una Constitución ad hoc elaborada por
ilustres franquistas (sin ningún representante del pueblo, como podía haber
sido, por ejemplo, el gran Cañamero); y por otro lado, una masa electoral
deseosa de superar cuanto antes una situación nerviosa y sumamente inestable,
era fácil vaticinar que las cosas habrían de ir en adelante por los caminos por
los que han discurrido la política y la justicia pese a pertenecer España a la
Unión Europea... Es decir, predominio de las clases sociales protegidas por la
dictadura, un ejército sin depurar más franquista entonces (y quizá ahora) que
el mismísimo Franco, un poder bancario y financiero fermentado en la dictadura,
una religión que conservaba sus privilegios hasta el extremo de haber
inmatriculado la Iglesia decenas de miles de inmuebles a lo largo de cuatro
décadas, y un poder judicial compuesto por jueces y magistrados asimismo
tallados en la Escuela Judicial; jueces y magistrados de mentalidad franquista,
al menos en las materias más delicadas: la territorial y la interpretación de
la ley en la que la epiqueia
(interpretación según su espíritu, no su letra) era automáticamente postergada
para cualquier intento de tocar el sentido de Unidad territorial, de someter a
referéndum la monarquía y de modificar y menos abolir la Constitución años más
tarde.
En efecto. En esas condiciones
mentirosas se inauguró la "nueva España". Libre del dictador, pasó
España de manera sofisticada su control de hecho a manos de sus herederos ideológicos:
los numerosos funcionarios de categoría que permanecían en las instituciones,
los no menos numerosos mandos militares que permanecían en su puesto y, sobre
todo, los no menos innumerables miembros de la judicatura cuyo sentido de la
justicia política y constitucional no podía estar muy lejos de los principios
del movimiento franquista que habían jurado. Y ninguno de los tres estamentos,
columna vertebral del ordenamiento jurídico y político, sin depurar. Semejantes
condiciones no permitían pensar a cualquiera que estuviese despierto, en la
efectiva apertura a una democracia que no estuviese férreamente controlada y
vigilada. El propio y flamante nuevo Borbón, preparado concienzudamente por el
régimen y personalmente por el tirano, había jurado esos Principios del
Movimiento, que no iba a traicionar. Primero, porque no iba a renunciar a verse
de la noche a la mañana de flamante rey, y segundo porque aunque fuese
tornadizo, no se lo hubieran permitido los controladores del sistema nuevo.
Forjado, pues, todo con el
espíritu franquista, todo lo que viene sucediendo desde 1978 "estaba
escrito". Dos partidos políticos convencionalmente antagónicos en lo
accesorio pero de acuerdo en dos materias sustanciales: privatización de la
energía y conformidad con la monarquía incluso pese a decirse republicana una
de las dos. El colmo de la desfachatez
Expuesto esto en los términos
relacionados se hace evidente que analizar discursivamente un escritor o un
periodista las derivadas de una situación mantenida así 43 años, era
excesivamente forzado además de inútil. Sólo servía para el lucimiento personal
de la razón propia frente a un disparate tras otro. Este periodista honesto,
objetivo y esforzado lo ha intentado mucho, demasiado tiempo. Entre otras
cosas, porque a diferencia de lo que me ocurre a mí, él vive de su profesión.
Pero al fin se ha dado cuenta y abandona. No era posible continuar, ya sin
fuerzas, "empachado", como dice él, y sin hacernos sospechar que se
estaba haciendo cómplice de una colosal impostura nacional.
Yo sé que esto lo he escritos de
diversas maneras muchas veces desde el principio de la trapisonda. Pero ahora
pienso en la fatiga, en el hastío de Gabilondo que se parece al mío, porque no
puede argüirse con interés verdadero acerca de luchas encarnizadas en el poder
político sabiendo, además de todo lo dicho que le precede y lastra, que el
poder político es un simple lacayo del económico, del judicial y del religioso;
que la situación de partida, tras largo recorrido, no podía desembocar en otra
cosa que en un país políticamente casi descompuesto, agravadas las cosas ahora
por una pandemia extraña y una nevada no menos rara. Eso, más el analizar
situaciones técnicas parlamentarias sin orden ni concierto, intervenciones de
diputados plagadas de exageraciones, de invenciones y de mentiras cuyo análisis
no puede suscitar interés alguno a un buen retórico. Comprendo perfectamente lo
que le ha hecho abandonar a Gabilondo, Nada de todo eso puede animar y menos
estimular en absoluto al orador o a quien escribe. Nadie puede tomarse en serio
enfrentamientos parlamentarios burdos, de trazo grueso, groseros, carentes de
la mínima ironía, sin razón alguna de peso y basados en acusaciones reiteradas
mentirosas cuyo único propósito es el desgaste no del adversario, sino del
enemigo en toda la extensión de la palabra. Y todo ello precedido por la carga
de profundidad de la que yo parto explícitamente a menudo pero que él, como
todo profesional del análisis y del periodismo ha de olvidar porque en otro
caso, es decir, tener constantemente en la cabeza el comienzo viciado
mencionado del que yo parto, le haría imposible proseguir su razonar. Pero por
eso mismo también aprovecho la ocasión para dejar constancia de que por eso
mismo pocos escritos míos analizan hechos políticos del día a día, continuos
puntuales. Y por eso tampoco entro a fondo en las cuestiones. Pues si
esforzarse cada día en que reluzca la verdad, inducir a la moderación que
templa la hostilidad cercana al cuerpo a cuerpo de la guerra a través la política,
cuando ésta es sobre todo pelea callejera de personajes pedantes y redichos, si
no le vale la pena a Gabilondo, de 78 años, imaginaos a un don nadie gustoso de
escribir y razonar de 82. Pues analizar con estilo, con elegancia y con soltura
semejantes desencuentros en un parlamento público intoxicado o fuera de él
cruces de mensajes oficiosos o soflamas o mítines del peor estilo, es como
pedir a un corresponsal de guerra que envíe a la redacción de su periódico los
partes de guerra en prosa poética. Esta, creo yo, es la iluminación que le ha
llegado por fin a Gabilondo.. Lo que me hizo a mi observar desde mucha
distancia todo lo que ha venido sucediendo, sin tener apenas el menor humor de
responder. Disculpo que no se haya dado cuenta antes, pues hay tantas cosas que
se ven distintas dependiendo de la edad...
DdA, XVII/4733
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