miércoles, 20 de enero de 2021

DEL PATO COJO AL PATO JOPUTA


Vicente Bernaldo de Quirós

El término 'pato cojo' se aplica en Estados Unidos a los presidentes en su última fase del mandato, cuando su limitación para decidir medidas o actuaciones política está marcada por la imposibilidad de poder ser reelegido porque ya han cumplido los dos mandatos tope que marca la Constitución de los USA. No está muy claro si ese límite se produce cuando ya se ha producido la votación de su sucesor o antes, puesto que en el caso de los presidentes de un solo mandato, como es ahora el caso de Donald Trump, la definición de pato cojo sería inviable.
   Habitualmente, los presidentes que dejan la Casa Blanca procuran en último tercio del mandato emitir decretos de poca trascendencia política, dejando solo aquellas cuestiones de puro trámite, salvo que el pato cojo de serlo y se convierta en un pato joputa, que le importa un pijo el mundo y solo quiere joder a los demás mortales y, especialmente, a su sucesor si le ha ganado los comicios.
   Este es el caso significativo del todavía presidente de Estados Unidos (mañana, miércoles, día 20 de enero, toma posesión su sucesor Joe Biden) Donald Trump, quien aparte de declararse en rebeldía para no asumir que fue derrotado en las urnas y protagonizó un culebrón miserable para que se le restituyera en la Casa Blanca, a pesar de su fracaso, ha tomado decisiones que deberían ser más propias del jefe del Estado que fue refrendado por las urnas que por un pato cojo que siempre fue un loco malcriado y consentido.
   Trump nombró a una jueza conservadora miembro del Tribuinal Supremo de los Estados Unidos, poco antes de las elecciones. Aunque no se puede decir, en puridad, que haya sido un acto ilegal, lo conveniente hubiera sido esperar al resultado de las urnas para que, quien saliera vencedor, designara a la persona que considerarse más oportuna.
   Tras la derrota el 4 de noviembre, Trump procedió a indultar a los amigos corruptos y a personas del hampa estadounidense, con el fin de tratar provecho de su decisión, y contra la voluntad de la mayoría de sus conciudadanos, aunque hay que reconocer que solo el presidente del país tiene la prerrogativa de esta medida de gracia, como sucede en la mayoría de los países democráticos.
   Pero la peor de las barbaridades cometidas por Donald Trump, que le ponen al borde del banquillo si prosperan las reclamaciones de los demócratas, fue la de incendiar los ánimos de sus seguidores para asaltar el Capitolio, con el finde revertir los resultados electorales.
   Así fue como una turba de primitivos supremacistas traspasó el cordón de seguridad del Congreso estadounidense y provocó durísimos enfrentamientos que costaron la vida a cinco personas, entre ellas un policía de la Guardia Nacional. Es evidente que estos vándalos (como dice un amigo llamarlos hijos de puta sería empoderarlos) pretendían  alterar la democracia y una cincuentena de ellos fueron detenidos tras los incidentes.
   A pesar de que el propio Trump, alarmado por las consecuencias de su irresponsabilidad y temiendo los efectos delictivos de su acción,  replegó velas y condenó los hechos, parece evidente que su futuro político es cero absoluto y que tendrá que acarrear con las consecuencias de sus frivolidades continuadas. Nunca una toma de posesión de un presidente USA estuvo tan blindada. Y es que con el loco pelirrojo nadie puede confiarse. 

      DdA, XVII/4735      

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