viernes, 20 de noviembre de 2020

MEMORIA PERSONAL DEL ATENEO JOVELLANOS DE GIJÓN

 


Recupero para este modesto DdA un breve escrito publicado en la revistilla de Memoria Histórica que edité durante algunos meses bajo el nombre de La Postdata, en la que glosé algunos títulos que me parecieron interesantes, raros o curiosos de las bibliotecas requisadas por el franquismo durante la Guerra de España, ya fuera en sindicatos, partidos políticos, ateneos libertarios, logias masónicas o domicilios particulares.  Esos libros conforman la mayor parte de la biblioteca del actual Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca,  en la que se pueden encontrar ejemplares antiguos que posiblemente no estén registrados en la Biblioteca Nacional y cuya restauración debería ocupar a sus gestores antes de que el tiempo y el olvido atenten contra su permanencia entre nosotros. Dejo para otra oportunidad la referencia a alguno de esos volúmenes, si la ocasión se presta y la actualidad me sirve o no de percha para ello. 
Esta vez, por acabar de encontrarlo y sorprenderme en cierto modo su contenido, el texto elegido de aquella revistilla data de noviembre de 1995, es de cosecha propia y hace memoria de la de este Lazarillo al referirse al Ateneo Jovellanos de Gijón, fundado en 1953, y que a finales de los años sesenta del pasado siglo sirvió de casa y centro de encuentro para que unos jóvenes adolescentes iniciaran su andadura como propulsores de una cultura ciudadana más libre y progresista, tal como se avizoraba en el porvenir y reclamaba su propia naturaleza:

Félix Población

Sabíamos muy de lejos quien era Jovellanos. En Palma de Mallorca, durante nuestro viaje de estudios del 68 con el profesor José Benito Álvarez Buylla -que era poeta en silencio y no lo sabíamos*-, Bonhome  -el artista extremófilo gijonés- había leído un texto en el castillo de Bellver como homenaje a quien daba nombre a nuestro instituto. Mi más afín amigo se pasó varios días muy inquieto recitando aquella prosa formalista por las playas del Arenal, sin que por ello fuéramos ajenos a las trenzas rubias transfronterizas. En esas andábamos -en la prosa, no en las trenzas- cuando matamos una cucaracha en la pared de la habitación del hostal en el que pernoctábamos, muy cerca de otro que lucía un cartel insólito: "Se habla español". 

Jovellanos fue un enamorado de Mallorca. Estuvo muy pelmazo Miguel Ángel haciendo abuso de su magnífica voz, honda y grave, con la que camelaba a las mozas entre verso y beso en las fuentes de los parques. Estudió aquella frase primera  del texto conmemorativo de la visita hasta la saciedad. Incluso releímos poemas del ilustrado, que nos parecieron en extremo ilustrados. Y puede que hasta pretendiéramos conmovernos con las adversidades de su presidio en la isla, pero no hubo manera porque nos faltaba información y ganas.

No adelantamos nada en pro de una mayor concienciación jovellanista, aun habiendo contado con José Caso, profesor de literatura, especialista en el prócer gijonés y padre de Ángeles, por entonces una niña. Sin embargo, todas las tardes, a eso de las siete, sí nos dábamos cita en el Ateneo Jovellanos de Gijón, a los pies de don Melchor, cuyo retrato de cuerpo entero presidía el amplio vestíbulo de tertulias del centro, al que se accedía por una cristalera biselada. Acomodados en las sillas y sofás bajo el gran cuadro, dábamos lectura y comentario a las publicaciones culturales y políticas: La estafeta literaria, Triunfo, Primer Acto, Los papeles de Son Armadans, el magnífico y amarillo suplemento literario de Informaciones, Índice… 

Lamento no recordar el nombre del conserje -seguro que Bonhome sí-, al que algunos desaprensivos gastaron bromas estúpidas, como aquellas llamadas por teléfono que le hacían reclamar por la megafonía interior la presencia de don Luis Cernuda, don Antonio Machado, don León Felipe o el mismísimo Santiago Carrillo ante el aparato. Alguien puso coto a esas burlas haciendo ver a los bromistas que se estaban choteando de la ignorancia ajena, representada en la persona de un modesto y respetable empleado que estaba al servicio de todos.

A algunos de esos nombres les empezamos a tener especial aprecio a raíz, sobre todo, de la compra de dos primeros libros literarios en la colección Austral: Las Poesías Completas de Antonio Machado, que no lo eran, y Vida de don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno, un libro especialmente debatido que nos acercó no sólo a la genial obra de Cervantes sino a los compañeros de generación del autor. En tu caso, sobre todo, al joven Azorín, cuyas semblanzas de Castilla siempre te fascinaron, y al poeta de los Campos de Soria, cuyos versos recitabas de memoria desde que fuiste en tren a buscar sus paisajes en donde el Duero traza su curva de ballesta. 

También nos entusiasmaba la personalidad irreverente de Ramón María del Valle-Inclán, y la maravillosa dislocación esperpéntica de sus retablos escénicos, hasta el punto de llegar a montar algún espectáculo teatral  con una de sus piezas cortas ("Sacrilegio"), perteneciente al Retablo de la lujuria, la avaricia y la muerte, según anota Boni Ortiz en su libro Los pioneros del teatro de creación en Asturias. Llegasteis incluso a organizar un pequeño grupo de cámara, La Máscara juvenil, que concursó en algún certamen escénico y hasta logró algún premio. También participasteis en ocasiones en las actividades culturales del propio centro, como un homenaje al propio don Ramón María -en el que recitaste el soneto de Rubén Dario-, la creación de un Aula de Cultura 0 la publicación dominical de una revista leída (Nosotros), en la que se dieron a conocer las voces de Raimon y Paco Ibáñez y algunas películas de cine social (Tierra de desheredados), contando siempre con la presencia de varios agentes de la policía secreta, por si los debates que se acometían al final -con el salón de actos a tope- sobrepasaban el marco de la legalidad vigente.

Aquella experiencia  no pasó de ocuparte poco más de un par de años o tres, con el tinglado de la farsa a punto de convertirse en objetivo profesional para más de uno, porque luego participaste en un grupo de teatro infantil con Paco Abril  -al que conocías de primer curso haciendo artísticos cuadernos de Formación del Espíritu Nacional-, Eladio de Pablo y Rosabel Berrocal. Y también interviniste en un ambicioso montaje contra la guerra y la violencia que ensayamos  durante cuatro o cinco meses y  prohibió la censura tres días antes de su estreno en el teatro de la Universidad Laboral. La desbandada universitaria diluyó en la mayoría esas querencias teatrales, si bien algunos las mantuvimos toda la vida y hasta formaron parte importante de alguna etapa de nuestra trayectoria profesional futura.

                      "Sacrilegio", de Valle Inclán, por La Máscara Juvenil, 1967

Desconozco el grado de incidencia que tuvo en la memoria de los demás aquel activo y activista periodo, que incluyó asimismo varios desplazamientos fuera de la provincia con algunos otros montajes. Lo que sí tengo claro es que cuando, después de asistir a una función de Los intereses creados en la platea del Teatro Jovellanos -con Manuel Dicenta en el programa-, puse en marcha con otros amigos aquella Máscara Juvenil, la impronta del celo y afición que me impulsó en aquella actividad iba a ser decisiva en mi equipaje vital. 

Aquellos tres años sembraron de alicientes y vocación por la cultura lo que luego no dejé de perseguir y formó parte de lo mejor de mi existencia, tanto como profesional del periodismo como ciudadano en todo momento implicado en la actividad intelectual y artística, ya fuera en el teatro, la música, la literatura o la historia, en la que terminé por dar finalizada mi trayectoria laboral, sumamente interesado, sobre todo, por la historia silenciada durante la dictadura, en la que sigo.

Con ser gratos e intensos esos recuerdos de aquel ateneo de finales de los sesenta, en el que la primavera de París sonó como un difuso fondo lejano de expectativas desbocadas vivido in situ por nuestro recordado amigo Jorge Álvarez Balbín, nunca podré olvidar el que está asociado al día en que mi padre se hizo socio del centro. No era un hombre demasiado dado a vinculaciones de ese tipo, como no fuera la del Club de Caña Pescamar, en la calle Jacobo Olañeta. Trabajaba demasiado para poder permitirse esos ocios culturales. Tampoco puedo decir que haya sido yo quien directamente le sugiriese la idea. Sí estoy seguro, sin embargo, de que ante mi entusiasta y pronta dedicación al activismo cultural, el querido ferroviario se sintió quizá llamado a recuperar alguna perdida inquietud de su lejana mocedad republicana, la misma que le costó un destierro y la imposibilidad de ascenso profesional durante diez años después de la guerra. 

Como él, otros padres de otros amigos cuyas vidas parecían haberse estancado en los grises y castradores silencios de la posguerra, ocuparon un discreto lugar en aquel pequeño renacimiento provinciano de finales de los sesenta del pasado siglo. Fue así como todos ellos volvieron a escuchar las palabras prohibidas en la voz de sus hijos, como si recapitularan con su escucha la verdad que nunca debió ser mutilada o enterrada en el olvido. Decíamos ayer… (que dijo fray Luis de León en su regreso a la cátedra salmantina desde la prisión inquisitorial), y habían pasado sobre sus biografías nada menos que treinta años de dictadura, acaso con la única esperanza de que sus vidas generasen esas voces nuevas para que subieran, otra vez, a los escenarios de la cultura cívica y democrática que les habían roto a base de sangre y fuego.

*No me resisto a incluir, como homenaje a su persona y la breve charla que tuve con Buylla sobre la poesía en una playa de Salou en ese mismo viaje -tratando de beber mi primera y última cocacola-, estos versos suyos en asturiano: Duelme y non sé qué ye lo que me pasa,/Mírome dientro y toi adormecíu,/ Miro enredor de mí y todu calla./Toi fartu combayar l’humana basa/ P’alcontrar al final solu’l vacíu/ Y un agudu dolor ena vidaya(Del poema "Taedium vitae" - caltiense la grafía orixinal).

     DdA, XVI/4674     

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