miércoles, 11 de noviembre de 2020

LOS CIEN MIL HIJOS DE PUTIN

  


Vicente Bernaldo de Quirós

El rey felón Fernando VII, el más miserable de los Borbones españoles, y eso que tuvo competencia asgaya, el que caminaba por delante en la senda de la Constitución, pero que cuando le entró la pájara, pidió auxilio a las monarquías absolutistas de Europa para que les socorrieran de los puñeteros liberales, consiguió que las tiranías continentales le enviaran un ejército de mercenarios, que se llamaba los Cien Mil Hijos de San Luis y así poder robar sin sobresaltos.

   Ahora, un grupo de investigadores que todavía llevan el uniforme de la Guardia Civil se han sacado de la manga unos informes que sostienen que la secesión de Cataluña iba a tener el respaldo militar de diez mil soldados rusos para evitar la reacción de España. La operación, que los iluminados de la Benemérita bautizaron con el nombre de una batalla en la que tomaron parte los nazis de la División Azul, fue el chascarrillo de los ambientes políticos y judiciales de nuestro país y, a pesar del cachondeo, un juez se tomó el cachondeo en serio e imputó a unos cuantos independentistas catalanes, a los que acusó de gastar dinero público para contratar a militares del sátrapa Putin.
   Del regodeo con el que asumió la sociedad española la mascarada de los agentes patrióticos, baste citar el tono jocoso con el que la embajada rusa en Madrid se tomó el asunto, exagerando el número de soldados prestos a combatir en los Paisos Cataans hasta los cien mil, una respuesta muy alejada de los tradicionales cánones diplomáticos. LLegó a tal extremo el descojone, que hasta el juez tuvo que poner en libertad a los imputados, aunque para no evitar la mosca detrás de la oreja, les exoneró con algunos cargos.
   No deja de ser patética la obsesión de los españolistas más acérrimos por resucitar el conflicto catalán, a pesar de que ya es agua pasada, con el fin de confrontar con los descentralizadores de este país e impedir que los secesionistas puedan quedar sin acusaciones en los próximos meses, bien por la intervención de los tribunales europeos o bien por la consecución de un indulto gubernamental.
   La Guardia Civil no necesita más macarras en sus filas que hagan descender su prestigio hasta los infiernos, porque ya hay bastantes impresentables en instituto armado que persiguen saciar sus bastardos intereses ideológicos en vez de buscar la verdad histórica. Ahí tenemos al coronel prevaricador que tuvo que ser destituido por su enfermiza obsesión en culpar a Pablo Iglesias de los delitos que no había cometido y después de tratar de enfangar la imagen del mayor Trapero, que finalmente fue naturalmente absuelto, solo porque los mossos de esquadra fueron más eficaces en la represión de los delitos  en Cataluña que los chicos del tricornio.
   Pero es que, además, llueve sobre mojado porque la Guardia Civil estaba terminando de recuperarse de su nefasta imagen a consecuencia de la participación de elementos del cuartel de Intxaurrondo, con el general Galindo a la cabeza, en el terrorismo de Estado. Estaba superando  el Cuerpo el síndrome de abstinencia de los GAL y de otras acciones poco edificantes, cuando surgen estas nuevas estupideces.
   Me imagino que será la propia Guardia Civil la que esté más interesada en apartar a los garbanzos negros de su institución, pero si no es así, los poderes públicos democráticos tienen la obligación de velar por la imparcialidad del instituto armado y los españoles no les tengamos como el servicio de seguridad de los franquistas más recalcitrantes.
   Es absolutamente prioritario que las autoridades españolas disuelvan de una puñetera vez la policía patriótica emboscada en organismos cuasi secretos y con la colaboración de emergentes sindicatos policiales de resonancias autárquicas y estrategias antidemocráticas. Y sobre todo es preciso hacerlo cuanto antes para que los integrantes de la Benemérita honrados no sientan el ridículo de ver, oir y escuchar a sus mandos y compañeros, inventarse historias anticomunistas y antiautonómicas que no se cree ni el menos espabilado de nuestros bebés.

     DdA, XVI/4664       

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