Álvaro Noguera
Vicente Bernaldo de Quirós
Tipos repulsivos, deformes de pies, manos y cabezas, enanos, paralíticos que se empujan con un carrito de madera y toda una retahíla de frikies condenados a la supervivencia más indeseada forman parte de la nómina de personajes de 'La parada de los monstruos', la película que el director Tod Browning firmó en 1932 y que se convirtió en un clásico de las películas de miedo, solo para atemorizar a los ciudadanos de orden y buenos sentimientos que acudían a visitarlos, previo pago de una determinada cantidad, al circo que los acogía como pago por su monstruosidad.
Cambiad ahora esos siniestros personajes por destacadas figuras que fueron en su día influyentes militantes del PSOE, desde Alfonso Guerra hasta José Luis Corcuera, pasando por Guiillermo Fernández Varas, Joaquín Leguina, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y otros personajes de semejante jaez, incluyendo cómo no, a Felipe González Marquez, dotados de una verborrea imparable y una incontinencia oral propia de los charlatanes de feria, con el fin de ponerle palos en las ruedas a su propio partido, dolidos en parte por ser ya prescindibles desde el punto de vista político y por no soportar la enmienda a la totalidad que las nuevas políticas de su organización, lideradas por un hombre al que odian, Pedro Sánchez, han impuesto desde el Gobierno. Es la nueva versión de 'La parada de los monstruos' de la segunda década del siglo XXI.
Y como la deseada protagonista del film de Browning, la ambición por un dinero extra para sus vicios les lleva a pactar con lo más indeseable del circo político de este país, para tratar de ganar ventaja, a costa de su propio prestigio y de los fines del partido en el que han militado, o, lo que es peor, aún militan y del que se proclaman cargos públicos.
La mezquindad no solo no es una virtud, sino que genera odio entre quien la practica y los veteranos militantes del PSOE, que se apuntan ahora al acoso y derribo de Pedro Sánchez, como lo hicieron con la creación de aquella gestora para que el PP pudiera hacer una política ofensiva contra los ciudadanos, no son más que viejos cadáveres políticos que no tienen nada que aportar a la sociedad española, salvo su desprecio por los habitantes de este país menos favorecidos.
La verdadera raíz de su patetismo político y personal es que quieren seguir siendo los amanuenses de los verdaderos dueños del dinero y apuestan porque, como deseaba, en el fondo, el príncipe de Lampedusa, nada cambie para que todo siga igual.
Pequeños privilegios y canonjías de medio pelo que esconden a la sociedad española, pero por las que, como diría la inefable Belén Esteban. "yo por ellas, mato". Y así llevan unas cuantas semanas, en realidad desde que se configuró este nuevo gobierno progresista, para que les aplaudan los más ineptos y los poderosos a los que les deben sus miserables declaraciones.
A quienes creemos en la honestidad de los políticos, en general, debería darnos por una oleada de insultos y reproches contra esta plaga, porque nos quieren arrebatar los sueños de un mundo en camino a ser más justo y solidario. Pero en realidad, lo que nos dan estos monstruos es verdadera lástima, porque todos sus intentos serán en vano y terminarán, como los condenados al infierno, en un bucle de llanto y crujir de dientes. Y en el pecado, llevan la penitencia.
DdA, XVI/4670
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