Alicia Población
El pasado viernes 27, la sala Guirau del Fernán Gómez Centro Cultural de la
Villa de Madrid acogió en su escenario al Quinteto
de Pablo Martín-Caminero. El contrabajista llevó a su banda habitual:
Moisés Sánchez al piano, Michael Olivera a la batería, Ariel Brínguez al saxo y
Carlos Martín, en sustitución del fallecido Toni Belenguer, al trombón.
Exceptuando a este último, todos ellos son quienes han grabado juntos el último
disco de Caminero, Bost, (Cinco, en euskera), que fue el protagonista del
concierto.
Desde el primer momento, el contrabajista presentó de forma distendida y
jocosa los temas creando un ambiente ameno y arropando al público, que soltó
más de una carcajada. Fue una pena que en un principio el sonido del piano se perdiera y que la
batería sonara demasiado fuerte. Afortunadamente, gracias al técnico de sonido,
el problema se fue resolviendo a lo largo del concierto.
La atmósfera que crearon precediendo la entrada del Blues para Gerardo Núñez, fue sin duda la responsable de poner al
público a punto, dispuesto y atento a escuchar lo que pudiera suceder. Caminero
y Moisés Sánchez se escuchaban mientras alguno de sus compañeros soleaba, y lo hacían a tan alto nivel
que acababan prácticamente tocando a la vez: mismas notas, mismo ritmo, como si
fueran un solo instrumentista.
Compartían esta complicidad, de igual
manera, los cubanos Brínguez y Olivera, que no solo se criaron en la misma
ciudad de su isla sino que además han tocado juntos en numerosas ocasiones. Se
notaba, sin lugar a dudas, toda la música que habían compartido y que ponían en
común una vez más. Olivera, por su parte, nos ofreció un solo sobre un vamp en el primer tema que sorprendió
por su intensidad y contraste con el segundo. Este último lo cogió desde un piano delicado y preciso y lo hizo subir
dando aire y amplitud a todo el tema. Nos dejó ver también su lado latino,
tocando en el borde de los toms como
si fueran pailas, con ánimo de
incitarnos al baile.
Ariel soleaba sin límite. Parecía
que nunca iba a llegar a la cima, a alcanzar el clímax. Sus compañeros también
se agarraban a la música y la estiraban con él, nutriendo el deseo del público
de una llegada que estalló con intensidad en más de una ocasión.
De Moisés… qué decir de Moisés. Cada vez que rozaba las teclas la sala se
sumía en un silencio más allá de lo profundo. Acariciaba cada nota desde el
hilo del alma tendiendo allí la escucha de la audiencia, y acto seguido nos
llevaba de viaje hacia los acordes más intensos respaldado por sus compañeros.
Fue particularmente remarcable el solo
de la seguiriya que mantuvo en vilo
al público desde la más absoluta delicadeza hasta su eclosión final.
Caminero cerraba los ojos antes de empezar cada tema y prácticamente no los
abría hasta terminar. Echaba la cabeza hacia atrás y nos contagiaba su disfrute
bañándonos en el placer de los sonidos graves y melosos del contrabajo. En sus solos se notaba la influencia de la falseta flamenca hasta el punto de creer
en una posible aptitud para tocar la guitarra. Y es que la trayectoria del
contrabajista engloba no solo el ámbito clásico y jazzístico, sino amplios
conocimientos del flamenco que se dejaban ver en cada nota.
Pese a ser su primer concierto con la banda, Carlos Martín se fue soltando
a lo largo de la noche, regalándonos un solo
en el último tema cuya energía arrastró tanto a la banda como al público que,
al término, rompió en aplausos.
Como bien decía Caminero, “Toni Belenguer nunca será sustituible. De hecho,
todo músico, por serlo, tiene y tendrá siempre la suerte de ser insustituible”.
*Crítica publicada en Aquí Madrid
DdA, XVI/4684
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