Jaime Richart
Jamás los gobiernos del mundo habían mostrado tanto celo por la
salud pública como
desde el pasado mes de marzo. Creo que la declaración de pandemia por la OMS, un
organismo virtualmente privado, ha sido concluyente; tan concluyente como una
declaración de guerra.
De no haber mediado ese detalle efecto de la globalización, permítaseme que dude de que se hubiese reaccionado tan
histérica y
nerviosamente frente al trance. Pues las personas que se mueren constantemente
por causas conocidas que la rica sociedad occidental podría y debería evitar y no evita, son
demasiadas como para no considerar dichas causas en unos casos epidemia y en
otros, pandemia.
El
alcoholismo, las drogas cada vez más mortíferas, enfermedades curables mediante un medicamento
que las cura pero que el enfermo no puede comprar porque es sumamente caro;
porque el propio sistema económico político margina o expulsa de la
sociedad a incontables individuos por razones
o sinrazones varias; porque a duras penas la beneficencia, la caridad o el
altruismo ajenos amparan al individuo; porque la desesperación por vivir en unos Estados
despiadados con el desposeído lleva a
estos, en un número de
suicidios que se oculta, a quitarse la vida etc. Todo esto y otras lacras no
dejan de ser gravísimas
epidemias. Epidemias y, si se quiere, pandemias, evitables. Pues si el Estado
fuese lo suficientemente fuerte y lo suficientemente justo, compensaría tantas y tan graves
deficiencias derivadas de la acaparación del dinero y de la riqueza en pocas manos. Sobre
todo intentaría obviar dos
causas remotas de la pandemia llamada injusticia social: la casi nula persecución del defraudador, por un lado, y
la negativa de los Estados a suprimir los devastadores paraísos fiscales, por otro...
Desde
siempre y en general las epidemias, las pestes, los estragos, las calamidades
colectivas: un terremoto, un huracán, un tsunami y siempre la muerte, eso de lo que al
humano le es imposible librarse, han sido atribuidos por las poblaciones de
todo el mundo bien a un dios concreto, bien a la idea de fatalidad. Frente a
ello, el humano religioso busca consuelo en la oración, y el no religioso, en la
resignación. Lo que
pasa es que en general la sociedad de estos tiempos no está dispuesta a tolerarlo, se niega a
soportar lo inevitable. Ya no hay oración que valga y no funciona la resignación. Entonces los Estados que, como
he dicho, no evitan la retahíla de
estragos evitables mencionados, se ven obligados a reaccionar todo lo más aparatosamente posible para
transmitir el mensaje a la sociedad de que se preocupa sobremanera por su
salud, por la de la colectividad en bloque, pero no por la salud individual, de
uno en uno, a menos que ahora, en este momento, tenga ante sí a un contagiado...
“Sin embargo, los mensajes que atemorizan generan una exagerada
inestabilidad en la sociedad y una disminución de las defensas por efecto del miedo. Una pandemia
no necesariamente conduce a mayor mortalidad. Para evaluar el grado de gravedad
que tiene, se suelen comparar las cifras totales de muertes de un mismo país respecto de períodos anteriores equivalentes,
para establecer si la variación interanual
está dentro de lo
esperable o no. Las estadísticas
vitales de Francia, por ejemplo, han dejado en evidencia que en 2019 y 2020 la
mortalidad no sufrió variaciones
significativas, es decir la pandemia Covid-19 no había producido un aumento de la
mortalidad global con respecto a años anteriores”. (Josep Cónsola)
Por eso es
tan dramático como ridículo ver a los poderes de todo el
mundo y a sus equipos de expertos (hoy hay expertos hasta para enseñar a la
gente a lavarse las manos) resistirse a la fatalidad tratando enloquecidamente,
de encontrar una protección imposible
frente al virus, que nunca llegará…
Porque, además, todo esto está envuelto en
un enigma asimismo propio de este tiempo de distopías. Pues una de dos, o el virus
que sacude hasta los cimientos a la sociedad humana es natural, no cede, no se
sabe cuándo remitirá (y el
inteligente no confiará en vacuna
alguna pues ninguna vacuna hasta ahora contra la gripe común ha sido eficaz), o es un virus
artificial, de laboratorio, para producir justo los efectos que padece el
mundo. En cualquiera de los dos casos, pasado ya siete meses desde la declaración dela OMS, y afirmando los
epidemiólogos más sagaces y prudentes que pueden
pasar años hasta que el virus desaparezca por la inmunidad del rebaño mundial,
estamos condenados como el Prometeo castigado por Zeus por haber dado el fuego
a los hombres, a convivir con él.
Por eso,
visto de este modo, todos los esfuerzos por evitar lo inevitable parecen
pueriles o una broma macabra. Ver a la sociedad que no consigue -ni espera en
el fondo conseguir- sacudirse de encima esta maldición; ver a los protagonistas de la sanidad
empeñados en dominar a la Naturaleza (si el virus es natural) o en vencer a
degenerados que han urdido una maquinación para diezmar a la población del globo por motivos que no
vale la pena escudriñar, me resulta el espectáculo más patético y grotesco
al mismo tiempo que he vivido tras mis más de ocho décadas de vida.
Lo que se
esboza en el aire es la silueta de la Némesis, la diosa de la venganza entre los antiguos
griegos; ésa que
castigaba a quienes no obedecían (por
ejemplo, a los hijos que no respetaban las órdenes de sus padres). Y la sociedad humana,
especialmente la occidental predominante, en realidad quienes la representan en
todos los poderes de la Tierra, es la viva representación del Luzbel rebelado contra
Dios. Pero si ahora no se rebela contra Dios porque ya ni cree en Él, arrasa la
Naturaleza. Rápidamente
agota los recursos para sí y para la
vida dando la impresión de que si
no irrumpe un factor catastrófico
repentino, a la vida sobre la Tierra le queda de todas maneras poco tiempo. De
ahí que
probablemente la Némesis se
tome cumplida venganza. Y lo hace de un modo singular: ha abierto la caja de
Pandora y hace que el propio virus sea el percutor del derrumbe estrepitoso de
la economía. Así es cómo la sociedad terminará dándose ella misma el tiro en la
nuca...
DdA, XVI/4628
1 comentario:
Creo que en estos tiempo gana el estilo de broma en algunas de las decisiones que se han visto aplican.
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