lunes, 5 de octubre de 2020

LAS ALMÓNDIGAS, LAS COCRETAS Y EL LENGUAJE INCLUSIVO

 


Vicente Bernaldo de Quirós

   No acabo de entender las reticencias académicas y de algunos prestigiosos opinadores e intelectuales a que el lenguaje inclusivo, es decir aquel que hace más iguales a los hombres y a las mujeres, tenga posición puntera en nuestro idioma, ya que la lengua es un instrumento de comunicación que se adapta a los cambios en las formas y en los fondos de la sociedad y hoy por hoy la demanda de muchos ciudadanos es poner en valor esta equidad tan necesaria.
   Y en algunos casos no solo es que hay reticencias y posiciones de indiferencia, sino que muchos de los influyentes en cuestiones idiomáticas promueven una beligerancia absoluta en cualquier tribuna que se les ponga a tiro.
   Estoy convencido de que tarde o temprano,  este lenguaje que iguala a mujeres y hombres se abrirá paso no ya solo en la calle, sino en los sillones de la Real Academia porque el cambio social y por tanto lingüístico es imparable por mucho que algunos se empeñen en frivolizar y desautorizar con chistes autodefensivos esta importante reclamación feminista.
   Hace tres meses, aproximadamente, el presidente de la Academia de la Lengua, Santiago Muñoz Machado, declaró que la belleza del idioma español (debería haber dicho castellano, con todos los respetos) no podía estar mediatizada por el lenguaje inclusivo que le iba a destrozar la fonética y la gramática. Muñoz Machado es jurista y habla desde una concepción del Derecho muy particular, pero, sin desmerecer su currículum y su valía como intelectual, me temo que no ha entendido el significado político del lenguaje inclusivo que va más allá de o/a o del signo de la arroba para equiparar a los géneros. Por otra parte, no veo yo porqué el lenguaje inclusivo va a destrozar el bello idioma castellano.
   Cuando el asturiano comenzó a introducirse en la sociedad de nuestra región, también había intelectuales contrarios a la oficialidad que manipulaban el significado y la traducción de algunas palabras, como campo magnético (prau que atrapa) o Pola Lena (Polla Llena), pero aunque inicialmente resultaba divertido, el personal se cansó del chiste mil veces contado y ahora ha elevado a la categoría de normal el discurso en llingua y su validez como idioma.
   Es, además, un tanto inconsecuente esta animadversión de la Academia con el lenguaje inclusivo y su complacencia con la incorporación al diccionario de palabras como cocretas o almóndigas, que no son variables de ningún territorio ni lenguaje, sino simplemente, producto de la ignorancia de quienes las utilizan.
   Y parece poco afortunado este rechazo a la equiparación idiomátia, con la inhibición ante la invasión de vocablos de procedencia inglesa como streaming o spoiler, que con tanta facilidad circulan por nuestras redacciones y nuestras conversaciones diarias.
   A ver si por fin los académicos se ponen las pilas porque a veces cuando propugnan una modificación idiomática o gramatical, el personal opta por no hacerles caso. Todavía recuerdo la perreta que cogieron para obligar a los españoles a llamar Catar a Qatar, el país del Golfo al este de la península arábiga. En Asturias catar significar ordeñar, es la traducción bablista a extraer la leche de las vacas. Por eso,  la recomendación de la Academia, más que extrañeza causó risas. Y es una pena que a una institución que tiene por misión limpiar fijar y dar esplendor a nuestro idioma, mis compatriotas pasen de ella como de un mal sueño.

      DdA, XVI/4629           

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