lunes, 14 de septiembre de 2020

RIESGOS DE ACULTURACIÓN DE LO DIGITAL

Lazarillo

El historiador y profesor Josep Burgaya (Les Masies de Voltregà, 1960) fue concejal del Partido Socialista de Cataluña hasta que se desvinculó hace ocho años de esa militancia. La editorial El viejo topo publicó recientemente su último ensayo, titulado Populismo y relato independentista en Cataluña. ¿Un peronismo de clases medias?, cuya lectura es recomendable. En el mismo resume el procés como “lenguaje y horizontes aparentemente nuevos para reforzar viejas pulsiones y hegemonías”. Pero no pretendo hoy glosar este libro, sino algunas consideraciones de las que Burgaya hace en un artículo de sumo interés que abre el número de la revista El viejo topo correspondiente a este mes de septiembre: Los riesgos de aculturación de lo digital o cuando tener opinión no es lo mismo que tener criterio.


Se trata de un lúcido análisis sobre la reconfiguración del mundo a través del mundo digital, en especial a través de las redes sociales. Algunos pensadores como Michel Serres ya hablan de los nativos digitales como unos homínidos bastante diferentes a los que poblamos las sociedades resultantes del mundo de la cultura libresca y de la cultura de la ilustración. El profesor catalán nos advierte de que el espacio virtual en internet no es un espacio público, sino el espacio del espectáculo. Según John Gray, “nos hemos visto arrojados en un tiempo en que todo es provisional. Las nuevas tecnologías alteran a diario nuestras vidas. Las tradiciones del pasado no pueden ser recuperadas. Al mismo tiempo tenemos poca idea de lo que nos traerá el futuro. Estamos condenados a vivir como si fuéramos libres”. Convendría no olvidar lo que ocurrió después de la primera Guerra Mundial: en lugar del hombre nuevo previsto, surgió (Claudio Magris) “una triste figura de gregario, listo para obedecer a los nuevos tiranos, al fascismo, al nazismo y al estalinismo”.

El articulista se refiere a la dependencia de carácter casi feudal, de sometimiento a los designios de la lógica de las grandes corporaciones como Apple o Google, cuya incidencia sobre la libertad individual es preocupante. Una cierta bobaliconería por la novedad y lo último en tecnología nos impide discernir que estamos entregando nuestra privacidad a grandes empresas, algo que no permitiríamos al Estado. Cada clic que hacemos y cada palabra que introducimos en el buscador son observados y registrados. La empresa de datos Acxiom comercia con los datos personales de 300 millones de estadounidenses. Son clasificados en setenta categorías, según su calor económico como consumidores. A los mayores consumidores se les denomina shooting star, mientras que a los que tiene poca capacidad de consumo se les llama waste (basura). Esto no es solo una denominación porque, además, los “basura” van a entrar en el dataismo y se les va a negar el crédito y el acceso a muchos ámbitos. El Big Data da lugar a una sociedad de clases digital.
Google, Faceboo, Twitter… no dejan de recopilar datos sobre todos nosotros para convertirnos en audiencia potencial de consumidores. El reto está, especialmente en las redes sociales, en convertir en socialmente aceptable la violación sistemática de la privacidad y la dignidad. Súmese a los datos que aportamos en la red, la información proveniente de nuestras tarjetas de crédito y los sensores y geolocalizadores de los dispositivos móviles. Estamos, según Burgaya, en una “economía de la vigilancia”, en la que para que los servicios sean gratuitos estamos dispuestos a pagar con el precio de pérdida de la privacidad. Jaron Lanier, creador del concepto de realidad virtual, afirma que la economía de la información que estamos construyendo no sigue las reglas del capitalismo, sino que es más bien una nueva forma de feudalismo.
La mediatización de las redes sociales está provocando un cambio de paradigma en las relaciones humanas, afirma el articulista. “Gran parte de la sociedad está sumida en un “aburrimiento profundo” que tiene que ver con estar hiperinformados e hiperexpuestos, sin espacio íntimo, lo que da lugar al abandono de la cultura, que la cultura requiere atención". El filósofo Han llama a eso “sociedad del cansancio”, una sociedad agotada que sería el resultado de la sociedad de la transparencia y la sociedad de la exposición en la que cada uno de nosotros se convierte en mercancía continua y se pierde la esfera pública, ya que lo colectivo, la sociabilidad, requiere una cierta distancia. “En el enjambre digital en el que nos hallamos inmersos, hipercomunicados y absolutamente controlados, nuestra libertad es tan solo una ficción”.
Hace décadas que triunfaron en el ocio, la cultura y la enseñanza los medios audiovisuales y se perdió el hábito de leer. Pues bien, en esas décadas el retorno a la ignorancia ha progresado bastante, con un decrecimiento notable en el nivel de entendimiento y la capacidad para escribir y expresarse. Un informe de la OCDE lo ha demostrado entre la población adulta de los países más desarrollados y especialmente entre las generaciones más jóvenes y más inmersas en el enjambre digital. A nivel universitario se está dando una segmentación de conocimientos que permite formar buenos especialistas, pero con niveles de ignorancia y desconocimiento cultura que alarmarían a los estudiantes universitarios de antaño. Jeffrey Sachs llega a decir que esta epidemia de la ignorancia es compatible con la llamada era de la información. El tuiterío da lugar a un minimalismo argumental que no invita a la reflexión sino a recibir inputs más o menos informativos. "El mundo participativo “democrático” y transparente de la red es más bien engañoso. La proliferación de interacciones iguala a los individuos en nivel intelectual, pero por la parte baja".
En un mundo donde las tertulias de los medios audiovisuales se han convertido en un mero espectáculo tendente al entretenimiento, donde se impones reiteradamente periodistas  gritones que dan espectáculo, el pensamiento ha dejado de ser y ya ni se le espera, escribe el profesor Burgaya. “En nuestro mundo –concluye- se estimula la impaciencia y se acortan los periodos de atención. Estamos todos los días en el aparador, exhibiéndonos, sin apenas tiempos muertos para distanciarnos y reflexionar. El estrés y la irreflexibibilidad que esto conlleva son inmensos. Abona la somatización de las frustraciones hacia la depresión. El Prozac es un producto tan importante como Apple en el mundo digital. De hecho, es complementario”.
Junto a este artículo de Josep Burgaya que hemos tratado de resumir, el número 392 de la revista El viejo topo ofrece además un breve ensayo de Rosa M. Román sobre la antropología del teletrabajo en la era Covid-19, una entrevista con el catedrático de la Universidad de Oviedo Francisco Erice sobre marxismo y posmodernidad, una memoria del año 1968 en España a cargo de José M. Roca, las penalidades de una familia catalana que perdió a su hija de 22 meses en la prisión de Ávila en 1938, por Félix Población, México en tiempos del COVID-19, por Carlos Antonio Aguirre Rojas, y varios artículos más.
        DdA, XVI/4611       

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