Del artículo semanal siempre recomendable que publica hoy Enrique del Teso en el diario La Voz de Asturias bajo el titular Al arzobispo y a Barbón no les tiembla la mano. La conducta de Sanz Montes es la de un reaccionario que ya demostró más veces rencores de los años treinta, afirma Enrique. En cuanto al señor Barbón -sostiene-, nadie sabe a quién representaba mientras tronaban los demonios del arzobispo y el ponía cara de contrición. Desde luego no a la izquierda y desde luego no a Asturias.
En Covadonga cada año se confunden de manera
indecorosa el Estado y la Iglesia en una estampa que convierte en sainete la
representación de Asturias. Se establece una inversión ridícula de las
jerarquías, en las que el arzobispo es el que manda, regaña y premia, y los
cargos electos los que callan, no vaya a parecer justo en el Día de Asturias
que Asturias tiene Gobierno. La Delegación del Gobierno dijo que la homilía del
arzobispo fue «desacertada» y hubiera sido mejor que no dijera nada. Cuando el
arzobispo puede despachar su intemperancia ultra con palabras que bordearon sin
disimulo las consignas más reaccionarias que oímos en los peores momentos, la
exquisita contención de la palabra «desacertada» es más una genuflexión
temerosa que una réplica contundente.
La coartada de todo esto es que es tradición. Las
tradiciones tienen dos rasgos que las hacen muy jugosas para la manipulación
reaccionaria. Por un lado, son inofensivas porque, por definición, no sirven
para nada y no sabemos por qué las hacemos. Por eso no es una tradición pagar
la cuenta en el restaurante, porque sabemos por qué lo hacemos, pero sí es una
tradición comer uvas con las campanadas, que no tiene utilidad conocida. Así,
censurar una tradición parece una aspereza radical hacia algo inofensivo. Y,
por otro lado, las tradiciones son identitarias, son rituales en los que nos
reconocemos como grupo y en los que renovamos el vínculo intergeneracional.
Atacar una tradición parece entonces hostil a las costumbres y gentes del
lugar. Por eso los trapaceros utilizan las tradiciones en sus astucias. Las
tradiciones las queremos y las vivimos todos, pero los reaccionarios las
infectan con facilidad de tres males. Uno es el de utilizar el vínculo de la
tradición con el pasado como canal para traer al presente valores caducos. Como
tener a la Iglesia atravesada en los asuntos públicos de representación, sin ir
más lejos. Otro es el de aprovechar los materiales reaccionarios que las
propias tradiciones llevan muchas veces disueltos y que no están a la altura de
los tiempos. Basta escuchar la letra de El mío Xuan miróme. Y el
tercer mal es colarse en la tradición y, en vez de tener la actuación ritual y
sin función que le es propia, intervenir de manera ventajista en controversias
públicas, quitándole así la inocencia a la tradición, sea el chupinazo de S.
Fermín o la misa de la Santina. Pasar como tradición lo que vimos el día 8 es
una trampa de fulleros o una disculpa de pusilánimes.
La conducta de Sanz Montes es la de un reaccionario
que ya demostró más veces rencores de los años treinta. Estuvo «desacertado»
por dos razones. Una, en la que estamos, porque no es lícito su protagonismo en
un día de representación de Asturias y menos aún que lo emplee para sus
soflamas políticas. Y otra porque me temo que las críticas a la gestión del
Gobierno solo pueden y deben ser absolutas, es decir, basadas en lo que hizo
bien o mal; pero no comparativas con otras fuerzas, porque la bajeza moral de
la derecha, tanto la extrema como la más extrema, fue inolvidable y no admite
comparación. Siendo los lazos políticos del arzobispo tan visibles, lo que él
diga del Gobierno es inevitablemente relativo a lo que él representa y, en
efecto, es un «desacierto» su imprudencia. La transición dejó anomalías
relevantes bajo la alfombra. El paso a la democracia, según parece, requería
impunidad para los agentes de la dictadura (amnistía, se llamó a aquello),
continuidad de las grandes fortunas, la Monarquía dispuesta
por el dictador y los privilegios e influencia de la Iglesia, que bien caros
nos salen. La conducta de Juan Carlos I está haciendo más acuciante revisar la
anomalía original de la monarquía. Y actuaciones como la de Sanz Montes, entre
otros, también nos recuerdan que hay un problema pendiente con la Iglesia.
En cuanto al señor Barbón, nadie sabe a quién
representaba mientras tronaban los demonios del arzobispo y el ponía cara de
contrición. Desde luego no a la izquierda y desde luego no a Asturias. En su
campaña electoral vendió que estaba bien relacionado con Sánchez. En Asturias
esos lazos nunca sirvieron para tener influencia en Madrid, sino para que
Madrid tuviera peones en Asturias. Pero a Barbón le pareció un buen argumento
electoral. Y allí estuvo cabizbajo mientras el arzobispo lanzaba anatemas
contra Sánchez y a él lo bendecía como socialista bueno. Y no debería creerse
todo lo que le diga el arzobispo. El triple frente que se avecina en los
colegios, sanitario, educativo y socio ? familiar, no está mejor preparado en
Asturias que en otros sitios. Todos nos alegramos de que la situación sanitaria
sea algo mejor que en otras partes y nadie va a negar lo que se hizo bien. Pero
solo lo que se hizo bien. Ese rol publicitario de padre severo al que no
temblará la mano y que nos riñe preocupado está ya demasiado sobreactuado. El
perfil general del Gobierno, pandemia aparte, parece realmente bajo y no se
percibe volumen de gestión en lo que más importa que es en la participación de
los fondos de Europa. Francia y Alemania impulsaron
esos fondos como una operación geopolítica de alcance para poner al sur en
Europa, antes de que el sur desangre a Europa. No es un reparto ciego al que se
tenga derecho natural. Son fondos para impulsar sectores y se consiguen con
proyectos. Llegan sonidos prometedores del País Vasco, pero no se oyen aquí.
Debería ser Barbón, y no el arzobispo, quien tuviera la voz el Día de Asturias
y debería ser de esto de lo que habláramos, y no de las hoces y martillos de
las pesadillas del arzobispo. Asturias sufre el despoblamiento, el impacto de
las tarifas en las industrias electrointensivas y las pérdidas por la
transición energética. Cada «ajuste» requerido por tiempos nuevos en la industria
se aplica en Asturias de manera amnésica, como si no hubiera perdido en todas
las demás transiciones y como si no fuera sencillamente la comunidad de España
que más bajó, en población y economía, de España. La política aquí es orgánica,
parece que se elige pero solo hay inercia y dejadez. Por eso Barbón volverá a
ganar las elecciones, pero no está dando señales de un nuevo tiempo político.
Decir cada día que no le temblará la mano y aparecer el Día de Asturias
subordinado y contrito ante el arzobispo no es el nuevo tiempo político que
necesitamos.
DdA, XVI/4610
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