martes, 29 de septiembre de 2020

EL VENENO DE PUTIN PODRÍA NO SER TAL


Vicente Bernaldo de Quirós

Ya no hay espías como los de antes. Sin duda. Aquellos agentes secretos que en blanco y negro pugnaban por descifrar los documentos clandestinos de la potencia enemiga en plena guerra fría y que si los apresaban autodestruían las consignas en cinco minutos y esperaban la muerte o el intercambio de prisioneros en el puente de Berlín en una noche desangelada y solitaria ya no quedan. Los espías que surgieron del frío o los aristócratas que imbuidos de la ideología comunista ayudaban a la KGB en detrimento del británico M15 que no podía sospechar que amigos de la reina Elizabeth pudieran estar interesados en un régimen sin libertades lo que demuestra que el espionaje británico era un servicio secreto, pero no de inteligencia, quedan en nuestra retina, pero no tienen herederos en la historia de las relaciones entre superpotencias.

   Ahora, salvo el nonagenario Henry Kissinger, que sí sabía lo que era un servicio de espionaje para cambiar las cosas que no le gustaban a los USA o en cierta manera el Mossad, el mundo del agente secreto es un páramo en el que apenas descuella nadie y se cometen pifias que ni siquiera se permitía la literatura de John Le Carré.
    Si siguieran existiendo esos personajes de abrigos con las hombreras subidas o gabardinas de doble fondo, la KGB, o su sustituto la FSB no hubieran secuestrado nunca al opositor ruso Alexei Navalny porque es una absoluta pérdida de tiempo que no favorece los intereses del Kremlim.
   Navalny es un personaje con cierta popularidad pero que no le llega a la suela de los zapatos al poderío de Vladimir Putin y que en unas elecciones libres jamás tendría tanto apoyo como el actual inquilino del viejo palacio moscovita. ¿Para que, pues, perder el tiempo envenenando a este buen hombre, ya que los inconvenientes son superiores a los beneficios?
   Y después, la chapuza de dejarlo vivo y a merced de los servicios secretos occidentales. A los discípulos de Lavrenti Beria no se les hubiera escapado la pieza y se lo hubieran llevado al otro mundo sin cortarse ni un ápice. Y sobre todo, después, del precedente de otro supuesta víctima Serguei Sherpal, que también salió del coma indicido al que le llevó otro atentado atribuido al  veneno de Putin.
   Y de dónde ha salido este Novichok que, a lo que parece, así se llama la sustancia que le ha mantenido al opositor ruso al borde de la muerte? Nadie lo sabe y las pruebas aportadas hasta la fecha no identifican este fármaco de la muerte con ningún país. Y ni siquiera los alemanes, país al que ha volado Navalny para tratar de salvarse el pellejo han podido encontrar su origen aunque las acusaciones contra el frío Vladimir Putin han proliferado en todos los medios de prensa occidentales.
   Yo no digo que al líder opositor ruso no le hayan envenenado por orden de algún dirigente ruso, aunque permitidme que lo dude, dados los antecedentes. Los espías del Kremlim son lo suficientemente sagaces para no pifiar una agresión de estas características, aunque el mejor escribano echa un borrón.
   Por eso, y dada la nulidad de los servicios secretos de casi todo el mundo, no sería descartable, que espías de Occidente, bien sean de Estados Unidos o de GraN Bretaña hayan tratado de engañar a los ciudadanos de medio mundo sobre el verdadero culpable de la dispensa del veneno.
   No hay nada claro sobre este asunto, pese a las acusaciones de la autodenominada prensa libre, porque no se ha presentado una miserable prueba que impute a Rusia y al presidente Putin. Pero, claro, ya no hay espías como los de antes ni servicios de inteligencia inteligentes. Si de verdad el Kremlim hubiera querido deshacerse de Navalny, como de Shirpal, nadie sería capaz de encontrar sus cuerpos. Lo demás, son especulaciones. 

        DdA, XVI/4623        

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