lunes, 28 de septiembre de 2020

EN LA CASA DE ROSALÍA DE CASTRO CON MARUXA VILLANUEVA

Maruxa Villanueva con el autor del artículo en 1975

Félix Población

No se si antes o después de visitar y entrevistar al escritor Ramón Otero Pedrayo en su viejo piso de Orense, aquel mismo verano de 1975, tuve oportunidad de conocer la casa en donde falleció una de las poetas que hicieron del gallego una de mis lenguas favoritas para leer versos. La visita era por lo tanto más que obligada en aquel mi primer viaje de reportero en agraz por Galicia, en el que realicé hasta siete trabajos en no más de una semana de estancia, con resultados tan gratos como el de conocer en Padrón a la cuidadora de la casa-museo de Rosalía de Castro, cuya discreción no me pudo ocultar una de esa vidas plenas de vitalidad y compromiso por la lengua y cultura de su tierra.

Quienes no conozcan la vivienda, deberían aprovechar cualquier viaje por Galicia para visitarla, máxime si gustan de la obra de la autora. El edificio se compone de dos plantas, con una galería en la superior abierta al jardín de época, en el que encontramos la figueira  de Rosalía. En la  planta inferior se nos presenta la trayectoria e importancia literaria de la poeta y en el primer piso podemos pasar por las estancias de una casa rural, entre labradora e hidalga, con su cocina, el comedor, dos dormitorios y una biblioteca. En uno de esos dormitorios falleció Rosalía, pocos después de decir "abre o ventán que eu quero ver o mar". Un pensamiento reposa sobre la almohada de la cama. En dos vitrinas aparecen distintas ediciones de sus obras. 

El edificio fue restaurado en 1971 y hoy pertenece a la Fundación Rosalía de Castro, creada por el Patronato del mismo nombre que data de 1947. Entre sus objetivos primordiales están el conocimiento de la figura y obra de la escritora al mismo tiempo que difundir la de su marido, el historiador Manuel Murguía, además de encargarse de la conservación de la Casa-Museo y del panteón de la escritora, ubicado en la iglesia de Santo Domingo de Bonaval en Santiago de Compostela.




Con ser mi atracción por la obra y persona de Rosalía el motivo fundamental de aquella visita, lo esencial de aquel reportaje no fue tanto eso como la personalidad de la directora/cuidadora de la casa-museo: Maruxa Villanueva. Desde las primeras palabras, la atención, sensibilidad y entusiasmo con que me ilustró sobre la poeta fueron razón suficiente como para que me interesara por aquella mujer, que frisaría por entonces los setenta años y que mucho antes de que Amancio Prada musicara y cantara magníficamente los poemas de Rosalía ya tenía grabado un disco con su voz, la Orquesta de Radio Nacional de España y la música de Nemesio García Carril, maestro de capilla de la catedral de Santiago de Compostela. 

No había vuelto a escuchar ese disco de vinilo (Versos escogidos) desde hace muchos años. Lo acabo de escuchar hace poco, antes de ponerme a escribir este artículo, como  hice igualmente al regreso de aquel viaje. Fue entonces cuando intuí que la personalidad de quien cantaba los poemas de Rosalía de Castro y me había causado tan magnífica impresión con sus explicaciones tenía que tener detrás una vida intensa. No me equivoqué, y aunque carezco del texto del reportaje que escribí, es seguro que me dejé en el tintero no pocos de los rasgos biográficos de Maruxa Villanueva.

Aquella mujer había nacido en 1906 en la aldea de Forraqueira. A los veinte años -como tantísimos gallegos de su generación- emigró a Buenos Aires en donde empezó a cantar en la radio, ganándose la admiración de la nutrida colonia gallega Además de hacer teatro como actriz, Maruxa colaboró activamente junto al embajador Osorio Gallardo en actos a favor de la segunda República durante la Guerra de España. Con su marido, el dramaturgo Daniel Varela Buxan, formaron la Compañia de Teatro Aires da Terra y luego la Compañía gallega de Comedias Marujita Villanueva, que puso en escena toda la producción teatral de Alfonso Rodríguez Castelao, empezando por Os Vellos non deben namorarse (1941). 


El matrimonio se separó en 1947 y en 1958, año en que Maruxa regresó a su tierra, tratando de hacer en Galicia lo que había hecho en Argentina, con el apoyo precisamente de Otero Pedrayo. Llegó a fundar una compañía teatral, Os Labregos, pero no soportó las imposiciones de la censura franquista sobre aquellas actividades culturales y retornó a Buenos Aires. Allí se unió al trío vocal Rosalía de Castro junto a las sopranos argentinas  Elsa de Zoppo y Marujita Iniesta.

Maruxa regresó definitivamente a Galicia en 1962 y siete años después participó en la Comisión de Donas del Patronato Rosalía de Castro, encargado de la restauración de la casa la poeta  y la erección de un museo que lleve su nombre, y que dirigirá y mostrará a los visitantes con exquisito celo, tal como pude comprobar en 1975. Fue Maruxa una auténtica especialista en la obra de Rosalía y gracias a ella Televisión Española emitió por ese tiempo un reportaje titulado La Hija del mar, que contó con su asesoramiento, y que quizá pueda ser consultado.

Tal como cuenta Pilar Cagiao Vila en su biografía de Maruxa, todavía Villanueva hizo un último viaje a Argentina para entregar una ayuda económica, en nombre del patronato, a su colega en los escenarios Fernando Iglesias "Tacholas". El acto sirvió para que ella misma fuera homenajeada, algo que se volvió a repetir en su aldea natal en 1991, cuando el gobierno de la Xunta la distinguió con la Medalla Castelao. Dos años más tarde se la nombró presidenta honoraria de la Asociación por los Derechos del Emigrante Gallego de Buenos Aire. Maruxa falleció el 24 de noviembre de 1998 y tengo para mí que la distinción que más ilusión le hubiera procurado en vida bien pudo ser el Premio María Casares de teatro, otorgado con carácter póstumo. 

El recuerdo personal y la voz de Maruxa Villanueva forman parte de mi mejor memoria profesional en aquellos primeros años de reportero por España, hasta el punto de que al escucharla cantar a Rosalía recupero una parte de la gratificación que para mí supuso conocer en aquel tiempo a gente de la cultura tan auténtica como ella.

      DdA, XVI/4622     

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