domingo, 6 de septiembre de 2020

EL GUSTO DE CONVERSAR POR ABRAZARSE EN PALABRAS

Fulgencio Argüelles

Conversar es acercarse a esa inalcanzable verdad que está pero que no está. Ningún tiempo mejor para conversar que éste en el que andamos espantados de los besos y los abrazos. Cuenta el sabio Pietro Citati que a Monaldo (padre del poeta Leopardi) le gustaba tanto conversar que en el lecho de muerte, rodeado de sus abatidos hijos, los llamó junto a sí y los exhortó a que aprendieran cómo se muere en conversación. Tal vez la conversación, tal como la entendía Sócrates, pueda parecer un asunto inútil en un mundo como el actual, atormentado por la utilidad. Conversar es estar dispuesto a escuchar al otro, disponerse a entender y a considerar, desde la lógica y desde el corazón, otras razones, prepararse para cambiar. Conversar es compartir. El propio Leopardi, cuando conversaba no trataba nunca de sobresalir para no ofender el amor propio de nadie, así que no discutía y nunca hacía demostraciones de sí mismo mientras conversaba. Hay conversaciones que apestan a vanidad, como si cada palabra emitida removiera el fango maloliente de la jactancia.
A menudo las conversaciones fracasan porque quienes hablan no lo hacen para los otros, sino para la idea falsa que tienen de sí mismos. También hay conversaciones que son ejercicios retóricos ardientes, las hay que son sucesiones de monólogos o simples intercambios de palabras muertas que cada conversador tediosamente se dirige a sí mismo. Hay conversaciones maternales, que son como abrigos cálidos, y las hay incómodas, como si llegaran envueltas en alambres de espinos. Las hay corales, como las que practicaba Tosstói, brillantes e ingeniosas, y las hay frívolas y artificiosas.
Dicen que Sócrates se pasaba muchas horas del día conversando, que para él conversar no era otra cosa que razonar filosóficamente con unos y con otros sobre cualquier asunto. Conversar socráticamente es analizar de forma ordenada y mediante la reflexión crítica asuntos o problemas en el contexto de la vida cotidiana. La conversación debe buscar acuerdos entre posturas en principio divergentes para resolver problemas comunes. Mediante la conversación el pensamiento se pone al servicio de la acción, la sabiduría busca una aplicación práctica. A mí me gusta conversar como lo hacía Sócrates, porque cuando lo hago mi existencia tiene sentido y es como si los otros fueran un complemento de uno y uno un complemento de los otros. Me gusta conversar, porque es como tender hilos, como abrir canales, como abrazarse a base de palabras.
Conversación viene del latín conversatio, palabra formada por el prefijo con- (reunión), el verbo versare(cambiar, dar la vuelta) y el sufijo –tio (acción y efecto) El término contiene pues la idea de juntarse para compartir ideas y sentimientos, y abarca la posibilidad del cambio ante la proposición de las ideas ajenas. De una buena conversación los participantes pueden salir conversos. Si cuando uno conversa abre su corazón y arrincona los prejuicios, entonces la mente se ensancha y uno descubre las disparidades mínimas, y se hacen evidentes las semejanzas, uno intuye lo que no conocía y asume reposadamente lo que antes parecía extraño. Conversar es desvelar, explorar, diseccionar. Francis Bacon decía que la conversación hace al hombre ágil (la lectura lo hace completo y la escritura preciso) En la buena conversación la mayor parte del tiempo debe emplearse en la escucha.
La conversación pudiera ser la manifestación física de la transigencia. Cada vez resulta más difícil conversar. No se educa para vivir y para morir en conversación, tal como indicaba el padre de Leopardi. Ya no se educa en los mitos, ni en las artes, ni en el dibujo, ni en la poesía, que son formas de conversar con la historia y con la naturaleza. Se pretende suplantar la conversación con huecas e insustanciales comunicaciones electrónicas o astrales en las que los supuestos conversadores no pueden mirarse a los ojos, no quieren saber nada del otro sino pretender que el otro sepa algo del “yo imaginado”. En estas supuestas conversaciones las palabras no son abrazos, ni alientos, ni búsquedas sino lamentables gritos de socorro ante la peste agobiante de la soledad.
La conversación es una caricia necesaria. Tal vez sea en la unión o emparejamiento de dos personas de forma permanente y prolongada donde la conversación se muestre más fresca, más desnuda y más eficaz. Decía André Maurois que un matrimonio feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta.
DdA, XVI/4604

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