Carmen
Ordóñez
Las nuevas
normas de seguridad enfocadas hacia la salud pública derivan en escenarios
chocantes en la calle: hay ciudadanos que llevan la mascarilla como si fuera un
babero -que te dan ganas de ofrecer al susodicho un potito, a cucharaditas: una
por papá, otra por mamá-, hay quien la lleva colgada de una oreja mientras fuma
o cuando habla por teléfono y, desde luego, las mascarillas prácticamente
desaparecen de nuestra vista cuando pasamos junto a una terraza donde la gente
está comiendo o bebiendo, como si el hecho mismo de consumir nos diera derecho
a relegar la protección a un segundo plano. Esta es la idea que se ha instalado
en nuestras mentes y así la han traducido seguramente las autoridades
competentes, a tenor de la anécdota que se relata a continuación:
María vive en
Asturias y es hortelana. Trabaja, a cambio de cama y comida, en el huerto de la
finca donde se aloja y saca algún dinero ayudando en momentos puntuales a otros
vecinos, siempre en tareas agrícolas. No necesita mucho más. Sus recursos son
tan escasos como su capacidad y su voluntad de consumo, casi inexistentes.
Desde que empezó a propagarse la pandemia no ha entrado en un supermercado y
procura ir en bici a todas partes para minimizar el gasto de la tarjeta de
transporte y la huella contaminante. Suele llevar en la mochila una cantimplora
con agua y, si tiene que pasar el día fuera de casa, un bocadillo vegano.
El otro día, en
Oviedo, hizo un alto en el camino para almorzar y, cuando estaba sentada
comiendo su bocata de hummus, se le acercó un guardia urbano para recriminarle
que no llevara puesta la mascarilla.
“Estoy
comiendo”, se excusó ella, y el agente le dijo: “Sólo puedes quitarte la
mascarilla si estás comiendo y bebiendo sentada en una terraza”.
Tal cual, sin
pudor alguno, ésta fue la respuesta.
Cuando me
relataron este suceso, me vino a la memoria una canción de Glutamato Ye-yé que
ya me iba rondando desde días atrás, cada vez que escucho la voz de los empresarios
en las circunstancias en que nos encontramos. “Nacido en los Estados Unidos” es un
canto antibelicista, compuesto en los ochenta a raíz del resultado del
referéndum sobre la OTAN, que en alguna estrofa dice:
Murieron para
que podáis / besar a vuestras esposas, / caídos porque la bandera / se
sintiera orgullosa. / Caídos porque no faltara / el pan en vuestra mesa. /
Murieron defendiendo / un puesto de hamburguesas.
Pues eso es lo
que estamos haciendo, así que sin necesidad de hacer sangre ni de llevar las
armas en la mano, parece que finalmente moriremos, sí, defendiendo un puesto de
hamburguesas.
DdA, XVI/4573
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