domingo, 2 de agosto de 2020

EL SITIO DE MADRID Y LA QUINTA COLUMNA



La guerra que viví yo (1)
Víctor Arrogante
Yo era un chaval de catorce años, trabajador del gremio de botones de oficinas de seguros, lo que me permitía recorrer Madrid y estar presente en sus acontecimientos diarios, testigo de su gran historia. Por aquellos días era tragedia lo que se vivía. Algunas de las historias que voy a contar, ya han sido publicadas, pero quiero retomar mi memoria; la historia es siempre historia. No es suplantar personalidades es acoplarme a ellas.
Madrid estaba sitiado por los rebeldes, que en cuatro columnas avanzaban amenazantes sobre la capital. Una quinta columna, formada por los fascistas en el interior, infiltrados entre la propia población y organizaciones de la República, trabajaban clandestinamente para favorecer la victoria franquista que llegó, pero su tiempo les costó y a nosotros demasiada sangre, hambre y sufrimiento.
Parece que el general nacionalista Emilio Mola, comandante del Ejército del Norte, cuando un grupo de periodistas extranjeros le preguntó cuál de sus cuatro columnas conquistaría Madrid (una venía por el suroeste, otras dos desde Galicia y Castilla La Vieja y una cuarta desde Navarra y Aragón), él contestó que «sería la quinta columna, la de los partidarios nacionales que en secreto se encontraban dentro de la ciudad» (Hugh Thomas). Todo parece que estaba planificado desde antes del golpe de Estado contra la República. Mola, confiando en que sus tropas entrarían de inmediato en Madrid, desenmascaró anticipadamente a la resistencia organizada en la retaguardia republicana; a alguno conocí, sobre los que guardé las medidas personales de seguridad oportunas.
Mientras las tropas de Mola se veían frenadas a las puertas de Madrid, convertido en frente de guerra hasta el final, el gobierno creó la Brigada Especial de la República, unidad de élite de la seguridad republicana, cuyo principal cometido era desarticular las principales organizaciones clandestinas. Redoblaron los esfuerzos por descubrir las acciones de espías, saboteadores y francotiradores. Cientos de emboscados fueron detenidos y puestos fuera de la circulación. Me pegue a la Brigada como si fuera su botones o chico de los recados, que lo fui con todo el entusiasmo.
En noviembre de 1937, Solidaridad Obrera contaba cómo los emboscados de retaguardia intentaron un golpe de mano sobre Madrid y cómo gracias a los activos servicios de compañeros policías pudo desarticularse el complot. Entre los centenares de detenidos complicados, figuraban, varias Comisarías de barrio con todo el personal, numerosos guardias de Asalto y guardias nacionales, buen número de jefes y oficiales de esas fuerzas y de las de la Dirección General de Seguridad. Desarticulada la retaguardia, el frente faccioso no pudo obrar en combinación con ella.
Se cuentan infinidad de historias de los «héroes» fascistas −traidores para los leales a la legalidad establecida−, que favorecieron desde la zona republicana los objetivos rebeldes. Al acabar la guerra fueron condecorados como agentes nacionales. «Formaban la quinta columna los elementos que, encubiertos en el campo adversario, se mantuvieron organizados para participar de manera activa en la lucha, en condiciones de tiempo y espacio previstas», escuche decir al general Vicente Rojo (Vicente Rojo, Historia de la guerra civil española, de Jorge M. Reverte).
No se trataba de simples espías o saboteadores, eran agentes desmoralizadores. Los quintacolumnistas, estaban bien organizados e infiltrados en las organizaciones republicanas. Realizaron actos de sabotaje, incautación de víveres, difusión de información para minar la moral de la población, elaboración de informes sobre cuestiones militares o gestionaban planes de huída hacia la zona nacional o refugio en embajadas extranjeras. Falsificaban documentos o encendían luces prohibidas en la noche para que el enemigo localizara objetivos. Facilitaban datos militares relacionados con la situación de las fuerzas republicanas en el frente. Algunos nos convertimos en la quinta columna de la quinta columna y boicoteamos algunas sus acciones asesinas.
Por medio de la emisora clandestina AZ Radio y a través de mensajes cifrados, enviaban información a Burgos; entre otros, datos muy importantes sobre la operación que desembocó en la batalla de Brunete. La red contaba con colaboradores en los tribunales populares y policía, amañando juicios y detenciones, a favor de los simpatizantes de los sublevados. La organización contaba con un centro de operaciones que, osadamente, lo ubicaron en la Escuela de Oficiales del Ejército Popular en Barajas, pero su cuartel general estaba en el barrio de Salamanca. Hoy, desde sus arrabales, detrás del Palacio de los Deportes, les sigo viendo desde la ventana cacerola en mano.
Desde el hotel Florida en la Gran Vía −la avenida de los obuses−, sede de espías internacionales y corresponsales extranjeros, Ernest Hemingway escribió La quinta columna. Una obra de teatro escrita en el mismo lugar de la acción, bajo una lluvia de bombas. Cuenta la historia de un agente norteamericano de contraespionaje colaborador de la República. Se reconoce en el protagonista Philip Rawlings al propio Ernest, que se debate en su ideal de izquierdas y el amor por Dorothy Bridges, retrato de la escritora y corresponsal de guerra Martha Gelhorn, entre milicianos y quintacolumnistas, delaciones y traiciones. Desde un rincón del vestíbulo del hotel le miraba sin ser visto, tras el humo de su cachimba e imitaba sus gestos y aspavientos.
Una de las actuaciones de la quinta columna más destacadas al final de la guerra, fue iniciar las negociaciones entre el general Segismundo Casado −Jefe del Ejército del Centro− y el gobierno de Burgos. Casado junto a dirigentes como Julián Besteiro o Cipriano Mera se sublevaron contra el gobierno de Negrín. Pretendían negociar con Franco una paz con garantías y sin represalias; no lo consiguieron. Provocaron una guerra dentro de la guerra y facilitaron la entrada de Franco en Madrid el 28 de Marzo. La «buena voluntad» de los negociadores fue respondida con una represalia feroz, que se mantuvo durante los años del franquismo, que viví, primero oculto y después respondiendo; ya estaba cerca el fin del Régimen.
Si la quinta columna fue clave para poner fin a la guerra, hubo otra columna que perjudicó gravemente el desarrollo de la misma: la sexta columna, escuché decir a Indalecio Prieto. Según el ministro de Defensa, el efecto corrosivo de los antagonismos políticos, había sido la principal causa de la derrota republicana. Desacuerdos y desuniones legítimas, pero suicidas algunas, entre quienes propugnaban ganar la guerra o hacer la revolución; entre comunistas y anarquistas, anarquistas y burgueses republicanos. Al final, el desacuerdo entre los que querían la capitulación como fuese y los que pretendían ganar la última batalla a toda costa. La historia de la quinta columna y lo que ocurrió tras el golpe de Casado, nos enseña la lección de que cuando el enemigo es indeseable tampoco es de fiar.
Hoy como ayer, hay que prestar suma atención a lo que ocurre a nuestro alrededor y en las propias filas o bando político o sindical, no vaya a ser que quienes proponen los pactos y acuerdos, formen parte de esa quinta columna o sexta al servicio del enemigo. Enemigos de clase que los estamos viendo y quedan señalados. Frente a la derecha unida un frente popular de izquierdas.
   Nueva Revolución DdA, XVI/4572   

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