Varios diarios, entre ellos el ABC -generalmente bien informado de los asuntos de la Casa Real- dan por hecho que el anterior Jefe del Estado se encuentra en la República Dominicana, si bien nadie lo puede garantizar hasta la fecha. Quizá se haya tratado de ocultar por lo que comportaría que el rey emérito más ensalzado por los medios de comunicación de un país durante buena parte de su reinado estuviera en ese país centroamericano, habitual refugio de delincuentes por el liviano contenido de la norma que regula el proceso de extradición:
Fernando de Silva
Debemos de exigir a nuestros gobernantes
decencia para afrontar y solucionar cualquier contratiempo, afecte a quien
afecte, y con todas las consecuencias. Solo así podremos solucionarlo, caiga
quien caiga, para demostrar que somos honrados. Pero aquí en nuestra país o
cerramos los ojos para no ver la realidad, o miramos para otro lado, o alejamos
el problema pensando que así desaparece.
Que nuestro actual Jefe del Estado,
Felipe VI, para salvar su sillón, justifique en un comunico la necesidad de que
alguien que está siendo investigado por graves delitos económicos salga de
España, a un lugar desconocido, me parece una indecencia, y es una forma de
encubrir sus supuestas fechorías, que nadie niega hayan tenido lugar; y
adquiere mayor gravedad cuando el pacto para la huida vergonzante lo hace con
su propio padre, que ha sido Jefe del Estado durante más de cuarenta años.
Que nuestro actual Presidente del
Gobierno, Pedro Sánchez, convoque una rueda de prensa para justificar la
decisión del Jefe del Estado y alabar su decisión, es una forma vergonzante de
contribuir a que pueda quedar impune un actuar delictivo, o cuando menos
inmoral, si la inviolabilidad de Juan Carlos I se impone para dejarle libre de
responsabilidad penal.
Por cierto, hasta el año 1984, y
refrendado por el mismísimo Juan Carlos I, España no tuvo tratado de
extradición con la República Dominicana, que se había convertido en un refugio
para muchos delincuentes que huían de nuestro país; y aún hoy en día aún sigue
siéndolo por lo liviano del contenido de la norma que lo regula.
Nuestra monarquía está podrida, nadie se
salva en su seno de ser autor, cómplice o encubridor de las supuestas fechorías
que ya todos conocemos, por mucho silencio que guarde quién ahora ostenta la
Jefatura del Estado, y cuando primero afrontemos el problema antes
encontraremos la solución.
DdA, XVI/4575
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