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Lazarillo
El reciente fallecimiento a los 77 años de edad del
historiador y restaurador de La Habana vieja Eusebio Leal me hace recordar su
estancia en la primavera de 2004 en Asturias, donde pronunció una conferencia en el paraninfo de la antigua Universidad
de Oviedo sobre las culturas cubana y española, en el transcurso de las jornadas convocadas por el primer seminario
internacional que llevaba por título La humanidad frente al imperialismo. Después de un riguroso análisis
de cuanto aportaron andaluces, castellanos, gallegos, canarios y asturianos en
los gustos y costumbres del criollo, Eusebio Leal recordó la huella de la
presencia africana para explicar el proceso integrador que provocaron esos
encuentros hasta conformar los símbolos de la cubanía. Hoy son los de América los
que vienen aquí en medio de esa realidad moderna que clama por un sentimiento
de justicia y equidad, manifestó el historiador cubano, quien precisó que sin
embargo "venimos hoy con nuestra originalidad creativa y lo que pedimos en
estos días para Cuba es comprensión y respeto al escribir nuestro propio
destino". Leal concluyó su disertación con el deseo de "que
nuestra isla no sea tocada por las grandes amenazas contemporáneas, del terror,
la persecución y los bombardeos, para que vuele, y como una mariposa
cualquiera, se pose en el corazón de cada uno de nosotros", tal como le ocurrió a este Lazarillo.
Ricardo Fernández nos dice a propósito de Leal Spengler: "Se fue Eusebio Leal Spengler, historiador, cubano universal. Pasaron muchos años desde que tuve la enorme fortuna de poder escucharle. Ahora ya solo me queda seguir leyendo lo ya escrito y recordar su palabra elegante, lúcida, cautivadora...Casualmente hace pocos días hablaba con una amiga y vecina de Oviedo sobre él, y me venía a la memoria el canto de tristeza que entonó en el paraninfo de nuestra Universidad por el derribo del Fontán, a finales de los 90. Eusebio Leal amaba la Historia dondequiera que la historia hubiera sucedido. La amaba con sinceridad: pensaba en el pasado que nos une, no en el rédito turístico ni en los parques temáticos. Nada le era ajeno porque entendía el pasado de cada generación como un tesoro colectivo. Quizá por eso, un estudioso como él, que asumió y dedicó su existencia nada menos que a la recuperación del casco histórico de la Ciudad de La Habana hasta convertirlo en Patrimonio de la Humanidad, quedó tan impactado ante las cenizas de uno de nuestros testigos del tiempo, agredido y consumido por la indolencia".
Rescatamos a modo de obituario y homenaje el artículo publicado por el prestigioso periodista Ignacio Ramonet, buen amigo del historiador cubano, para quien la máxima aspiración del ser humano debía ser la lucha por el pan y la belleza.
Ricardo Fernández nos dice a propósito de Leal Spengler: "Se fue Eusebio Leal Spengler, historiador, cubano universal. Pasaron muchos años desde que tuve la enorme fortuna de poder escucharle. Ahora ya solo me queda seguir leyendo lo ya escrito y recordar su palabra elegante, lúcida, cautivadora...Casualmente hace pocos días hablaba con una amiga y vecina de Oviedo sobre él, y me venía a la memoria el canto de tristeza que entonó en el paraninfo de nuestra Universidad por el derribo del Fontán, a finales de los 90. Eusebio Leal amaba la Historia dondequiera que la historia hubiera sucedido. La amaba con sinceridad: pensaba en el pasado que nos une, no en el rédito turístico ni en los parques temáticos. Nada le era ajeno porque entendía el pasado de cada generación como un tesoro colectivo. Quizá por eso, un estudioso como él, que asumió y dedicó su existencia nada menos que a la recuperación del casco histórico de la Ciudad de La Habana hasta convertirlo en Patrimonio de la Humanidad, quedó tan impactado ante las cenizas de uno de nuestros testigos del tiempo, agredido y consumido por la indolencia".
Rescatamos a modo de obituario y homenaje el artículo publicado por el prestigioso periodista Ignacio Ramonet, buen amigo del historiador cubano, para quien la máxima aspiración del ser humano debía ser la lucha por el pan y la belleza.
Ignacio
Ramonet
Paseando
por la luminosa Habana Vieja, recorrida por grupos de turistas deslumbrados, me
encuentro con una de las personas que más admiro: Eusebio Leal, historiador de
esa ciudad y responsable de la fabulosa restauración del centro histórico que
hoy en día todo el mundo elogia.
Conocí a
Eusebio hace más de 25 años, a principios de la década de los ochenta. Me lo
presentó mi amigo Alfredo Guevara, el forjador del Nuevo Cine cubano, a la
sazón viceministro de Cultura. Recuerdo que era de noche, y Eusebio, recién
nombrado restaurador supremo de la vieja Habana, nos invitó a recorrer con él
las calles y plazas del laberíntico casco antiguo. Aquéllo era casi todo ruinas
y suciedad, casas desvencijadas, apuntaladas a menudo con tablas y maderos que
invadían los callejones o se apoyaban en las paredes endebles de los frágiles
edificios vecinos.
Eusebio
Leal se detenía a veces delante de alguna casona que más parecía una
acumulación de escombros, y con algo de visionario en la voz y en la mirada nos
la describía ya restaurada, desembarazada de su envoltorio de miles de cables
eléctricos, rehechas las vidrieras, los balcones remontados, las puertas
restablecidas… Con tal convicción en su voz, tal entusiasmo en su descripción,
que se producía el milagro, y como una suerte de espejismo, el nuevo edificio
se erigía ante nuestros ojos con el esplendor recobrado de su glorioso pasado.
Recuerdo
en particular su discurso frente a una casa carcomida, desprovista -para
nuestro entender profano- del menor encanto, cerca de la plaza de Armas, en la
que él veía todos los elementos de una mansión andaluza con influencias árabes,
y nos anunciaba que, una vez restaurada, se podría consagrar, por ejemplo, a un
hogar de la amistad cubano-árabe. Eso era hace un cuarto de siglo, y debo
admitir mi escepticismo de entonces. Pero el vaticinio de Eusebio se cumplió, y
todos los que recorren esas calles pueden hoy comprobar que, en dos edificios
restablecidos con fino gusto, se establecieron, en efecto, la casa-museo
arabo-islámica y el restaurante de comida árabe Al Medina.
Me
acuerdo también de que en la plaza Vieja, uno de los lugares más destruidos,
Eusebio Leal, subido en un horrible aparcadero que allí había, nos describía su
visión del futuro. Y nos afirmaba que recuperaría el equilibrio estético de ese
lugar. Era difícil creerlo. Parecía una misión imposible. Y sin embargo, en
este viaje yo mismo he podido comprobar la metamorfosis insólita de la plaza
Vieja. El aparcadero inmundo ha desaparecido y muchos edificios han recobrado
su noble aspecto del siglo XVII como una justa victoria de la belleza.
«El arte
de la restauración -nos dice Eusebio Leal-, consiste en saber respetar el paso
del tiempo en sucesivas etapas que puedan haber dejado huellas de valor,
aquéllas que conservan la identidad o la personalidad de los edificios y de las
cosas». Y añade: «Fue necesario luchar para convencer y persuadir, motivar e
inspirar a nuestros conciudadanos con la idea de que, entre la apretada y
difícil prioridad de nuestras necesidades, la salvación del patrimonio, base de
la espiritualidad de la nación cubana, resultaba indispensable. Porque no sólo
hay que luchar por el pan, tenemos que hacerlo también por la belleza».
A
Eusebio Leal, y a su talento sin par, le debemos el maravilloso encanto
recobrado de la vieja Habana, declarada por la Unesco patrimonio mundial de la
humanidad.
DdA,XVI/4571
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