sábado, 22 de agosto de 2020

EL MANIFIESTO DE LOS CADÁVERES POLÍTICOS


Vicente Bernaldo de Quirós

   Me parece una operación sumamente arriesgada centrar  la defensa argumental del rey emérito en la importancia de su legado como jefe de Estado porque lo que se está cuestionando no es la trayectoria personal de Juan Carlos I, sino sus supuestos delitos realizados en el ejercicio de su cargo. Y el Código Penal no estudia aspectos biográficos, sino acciones concretas. Y si hay que imputar a un violador no se tiene en cuenta su sobresaliente cum laude en el examen de su tesis doctoral ni en un butronero se fijan los fiscales en si es cariñoso con su abuelita y la llena de mimos. Las leyes no intervienen en las vivencias de cada uno sino en sus actividades supuestamente delictivas. Y con una vez que se delinca, vale.
   Esta defensa estúpida de Juan Carlos I en la que se pone sobre la mesa su servicio a la Patria por encima de su aparente corrupción endógena, me recuerda a la culpa cristiana que siempre priorizó el pecado sobre la virtud antes del arrepentimiento. En mis primeros años adolescentes en un colegio de curas y con una escasa iluminación en la capilla del centro, el padre religioso nos contaba la historia de Alfonsito (o Manolito, o Juanito, ponedle el nombre que querais) que era un dechado de virtudes de comunión diaria, bondad a prueba de bomba y practicante de los nueve primeros viernes de cada mes (los católicos y los jesuitas me entendereis). Sin embargo, los tentáculos del demonio llegan a todas partes y consiguieron vencer la  voluntad de Alfonsito para que cayera en el nefando vicio de los solitarios a una edad en la que las hormonas son demasiado juguetonas
   Por razones que solo el padre Gallego conocía, Alfonsito se murió esa noche de la tortura de vivir en pecado y como no pudo confesar, se fue al infierno de cabeza. Todos pensábamos que Alfonsito estaría a la vera del Dios Padre, pero resulta que no era así y en plena eucaristía por su alma se apareció  envuelto en llamas para advertir (los curas siempre fueron muy exagerados en sus metáforas y parábolas)  al personal que estaba en las calderas de Perro Botero.
   Ya veis, pues, que ni los legados ni las jaculatorias sirven para mucho, si no van acompañadas de una trayectoria intachable en materia de cumplimiento de leyes. Y eso sirve para Alfonsito, cualquier mortal que se precie y por supuesto para el rey emérito.
   Pero es que, además, inclinar todo el argumentario al legado real es tan poco práctico que cualquiera que tenga memoria le sorprenderá con otros delincuentes que han sido también expertos en trayectorias ejemplares con final infeliz.
   ¿Quien no se acuerda de Pablo Escobar. el célebre narco colombiano, que en su terruño de Medelln se había convertido en un héroe para muchos de los pobres que vivían en esa zona y a los que ayudaba con escuelas, centro de salud y ayudas económicas personales a los más pobres de la zona. Alguien utilizó estas generosidades de Escobar cuando fue sometido a juicio?
   Y que me podeis decir de Sito Miñanco, otro héroe de la Galicia profunda, que consiguió hacerse un nombre en el mundo de la droga, merced a sus ayudas a los vecinos, hasta el punto de que financió un equipo de futbol que militó en categoría nacional. Si ni Miñanco ni Escobar adujeron sus legados a la hora de declarar ante el juez, porque narices tiene que hacerlo el amante de Corinna?
   Y para completar la estupidez, aparece un abajofirmante de 75 antiguos servidores de  España, que no solo es un acto inútil, sino un error mayúsculo si el objetivo es defender la Monarquía, porque consigue el efecto contrario al deseado. En ese documento, hay algunos cadáveres políticos que ya el personal había olvidado, varios seres despreciables, que solo van a lo suyo y hasta un prófugo de la Justicia argentina, que no sé yo en que estaría pensando el promotor del escrito. En fin, si alguien quiere culpabilizar a una persona ante el juez, fírmele un  manifiesto de apoyo. Jesús, que tropa.

          DdA, XVI/4589        

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