Manuel Maurín
Frente a
Santa María del Naranco los profesores Leopoldo Alas (Clarín), Sela y Aramburu
explicaban a los alumnos de Derecho Natural porqué aquel edificio con
apariencia de templo religioso y utilizado para el culto no podía haberse
concebido originalmente para dicha función, señalándoles las obras y añadiduras
que desvirtuaban su aspecto primitivo, como la espadaña o la escalinata
central.
Escondido
tras uno de los contrafuertes también escuchaba atentamente el cura, cuya casa
estaba precisamente adosada al edificio principal ocultando tres arcos
prerrománicos similares a los que, sin alteración, se podían observar en la
fachada opuesta.
Si a
ello se añadía que las paredes laterales estaban horadadas también con arcos y
se percibían vestigios de balcones y pasamanos exteriores, quedaba claro que
aquella estructura, antes de ser modificada, en nada servía para acoger
liturgias sacramentales resultando, en cambio, útil como casa de recreo con
exquisitos miradores y privilegiadas vistas a la ciudad y a la pintoresca
campiña que la rodeaba.
Subiendo
el grupo después al altozano en que se ubicaba San Miguel de Liño, que sí tenía
-aunque amputada parcialmente- todas las trazas y formalidades de una iglesia
altomedieval, uno de los profesores se preguntaba en voz alta qué lógica podría
sustentar la presencia de dos templos de culto de la misma época en tal
proximidad y los alumnos asentían con racional certidumbre mientras el cura,
ahora oculto entre unos setos de avellano, negaba para sí por convicción interesada,
antes incluso que por razón de fe.
Tras
tomar un refrigerio en la Fuente de los Pastores la excursión continuó hacia la
cima y la llamada Bocana de Brañes, completando los profesores de Ciencia la
parte histórica con el análisis de los asomos minerales y las plantas que
colonizaban los escarpes superiores, para terminar explorando, con la ayuda de
un mapa, los pueblos y campos limítrofes a los ríos Nora y Nalón que se
divisaban desde la cumbre.
El cura
pensó entonces que, seguramente, los catedráticos persuadirían a los
estudiantes de que las riquezas naturales del monte no eran fruto de la
creación divina sino de la extravagante teoría de la evolución, pero en vez de
seguirles bajó a la carrera en dirección contraria con la sotana arremangada,
dando saltos y chapoteando por el Río San Pedro, para informar al obispo de las
perversas ideas y veladas acusaciones de apropiación que había escuchado
respecto a la iglesia de Santa María, especialmente por parte de Alas, el mismo
que con sus escritos ateos y liberales se burlaba cada día de la iglesia y de
las tradiciones piadosas de la Catedral.
En
aquellos años la relación entre la universidad y el obispado no pasaba por su
mejor momento después de que las enseñanzas teológicas hubiesen sido relegadas
a favor de las ciencias y el derecho, al tiempo que la nueva metodología de
impartir las clases, participativa y crítica, desagradaba a los estamentos anclados
aún en los rituales y los formalismos alambicados.
Por el
contrario, el claustro universitario, dirigido por una generación de profesores
y estudiantes de ideas regeneradoras, estaba empeñado en extender el saber
académico más allá de las aulas y las élites y acercarlo a las clases
populares, para lo que habían creado las colonias escolares de vacaciones, la
extensión universitaria y los cursos de cultura superior popular, al tiempo que
programaban conferencias, fiestas literarias y excursiones para enseñar a los
alumnos a leer directamente en el libro abierto de la naturaleza, como
preconizaba la Institución Libre de Enseñanza.
DdA, XVI/4590
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