domingo, 26 de julio de 2020

UN JEFE DE ESTADO NO SUJETO A RESPONSABILIDAD



Fulgencio Argüelles

Para los monárquicos siempre resultan inoportunas las reflexiones sobre la Monarquía. Pero la reflexión (al igual que la sabiduría) no ocupa lugar. Vitalicia es la Monarquía, una merced de por vida. Hereditaria también, es decir, con capacidad de tránsito. Pudiera ser costumbre o virtud, revelación divina o insalvable cáncer. Penada por la Historia, incorregible en su instauración, y rechazable por propia definición. En cuanto a hereditaria: patrimonial, transitiva, genética y atávica. En cuanto a vitalicia: indefinida y perpetua. En cuanto a moderna: inútil. Gravemente indefinida porque no atiende a la persona digna de la heredad, sino al acontecimiento mismo de la perduración de los derechos para reinar, pudiendo ocurrir que el afortunado heredero contara entre sus talantes con la estupidez o la vanagloria, cuando no con la malicia o la inmoralidad. La historia de las monarquías viene abarrotada de despropósitos, tiranías, negligencias, crueldades y derroches. Pero aun en el caso de que el heredero poseyera excelsas virtudes y habilidades notables en nada modificaría los argumentos contra la pervivencia de la Monarquía como institución.
Nuestra Constitución pregona (Art. 14) que los españoles somos iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento. (No hay mayor discriminación que atribuirle a alguien honor, privilegio y poder en función exclusiva de su nacimiento) La Constitución también dicta (Art. 56) que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Y no es un extravío literario. El Rey es, por definición legal, un irresponsable y no está obligado a responder de sus actos ante ningún juez.
No creo que los argumentos deban atender a conveniencias o necesidades, tampoco a virtudes o cualidades de monarcas concretos, sino a esencias de conformación, es decir a fundamentos de existencia y perduración. Expresar con una media sonrisa de resignación e ingenuidad que la Monarquía es aceptable porque un determinado rey resulta más o menos cordial, instruido, moderado, de buen carácter o de manifiesta bondad, es tanto como decir que el pretexto de la ley está en la simpatía de los jueces. Cierto es que nuestra actual Monarquía es débil en sus funciones, más bien ceremoniales y henchidas de compromisos simbólicos. La soberanía reside en el pueblo y es el pueblo quien otorgó permiso para la restauración monárquica. Pero los tiempos cambian, las sociedades evolucionan y ya son dos las generaciones que han recibido la Monarquía como una imposición.
No pocas veces tendemos a creer que los sentimientos son preferibles a las razones, pero en asuntos de esta naturaleza las razones son ineludibles, y argumentar desde los sentimientos puede constituirse en recurso cuando hablamos de seres queridos o de realidades personales, pero nunca para fundamentar un sistema de gobierno. En cuanto a la costumbre, sabemos que resulta despótica y contraria a la evolución humana. Y nadie puede rechazar como axioma la proposición que enuncia que en cuestiones éticas la utilidad siempre es la última instancia.
¿A alguien le interesa lo que pueda decir el Rey sabiendo que otros escriben sus discursos, dirigen la medida de sus palabras y controlan sus actitudes e incluso sus aspavientos? La Monarquía es una manera trasnochada de decorar el Estado. ¿Cómo desde la razón se puede justificar la circunstancia del fundamento monárquico? ¿Alguien puede defender que un ciudadano, sea cual sea su condición psicológica, su moralidad o su capacidad intelectual pueda ser Jefe de Estado con el título ancestral de Rey por el hecho de ser descendiente heredero en un árbol genealógico concreto? La Monarquía es un privilegio de algunos fundamentado en un principio discriminatorio contrario al derecho de la igualdad de todos los seres humanos. Se cimienta en la costumbre y se arroja la representación de un pueblo que no puede ejercer, en este caso, el democrático derecho de elección. Hubo un refrendo hace más de cuarenta años, lo que quiere decir que los nacidos a partir de finales de los cincuenta (más de tres cuartos de la población) no han sido consultados por este ancestral sistema de gobierno.
El coste de toda la amplia familia real, la posible corrupción de algunos de sus miembros, la vida licenciosa de un monarca o las posibles incapacidades de los herederos pueden ser argumentos contra la oportunidad de la Monarquía, pero no contra sus fundamentos. Ni la Casa Real más sobria y humilde, ni los herederos más inteligentes y honestos (si el azar así lo determinara) pueden conformarse como argumentos a favor de la legitimidad monárquica.

El Comercio-DdA, XVI/4565

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